Aún cuando mi agenda de cobertura audiovisual está cada vez más repleta, los festivales de cine siempre serán una prioridad en la agenda. Tanto los nuevos que van llegando como los ya familiares que vamos fidelizando. Y en la capital española, mi festival de cine favorito es el Documentamadrid, sin duda uno de los mejores del país. Ya es el cuarto año en el que asistía el estupendo evento, y esta vez lo volvía a hacer como prensa acreditada. En un año en el que podría ver más películas que nunca en la sede principal de Matadero Madrid, y en el que la programación reservaba producciones muy llamativas. En la presente entrada de la web, publicada tiempo después pero auspiciada por la inmediatez con la que publiqué un vídeo sobre el mismo tema, analizo someramente todas las producciones visionadas, de entre las cuales podemos sustraer un puñado de recomendaciones.
La primera película, visionada el viernes 10 de mayo a las 16:30 de la tarde en la Sala Azcona de Matadero, fue la argentina Cerro quemado, de Juan Pablo Ruiz, que vio en el Festival su estreno mundial. Alrededor de los maravillosos e indómitos paisajes montañosos andinos de Cerro Quemado, Micaela y Yurquina inician una expedición en busca de la abuela Felipa, la última residente que resiste en este paraje. Moradora resiliente, tres generaciones y la poesía del escenario y su pasado indígena. Sobre el papel, todo excelente. A nivel fotográfico es innegable el atractivo de la película, que capta las montañas y valles en todo su esplendor.
Acto seguido, a las 18:00, se proyectó en la misma sala uno de los mejores documentales que se vieron en el festival: el suizo La valla fronteriza, de Nikolaus Geyrhalter. En el hermoso y extenso Tirol, en la parte más hermosa y despoblada de los extraordinarios Alpes, la calma perpetua se ve agitada por el revuelo mediático de la inminente amenaza de una llegada masiva de refugiados que pretenden cruzar la frontera de manera ilegal. Temor más utópico que empírico para el que los habitantes de este lugar se preparan de múltiples maneras.
Prosiguiendo esa gran jornada del viernes 10 vimos a las 20:00 la que es una de las grandes películas del año 2019: la española La ciudad oculta, de Víctor Moreno, que se pudo ver por primera vez en el pasado Festival de Cine Europeo de Sevilla. En las entrañas de la viva y espaciosa ciudad de Madrid se esconde un mundo subterráneo, oculto. Un ecosistema propio con su geografía, su atmósfera y sus habitantes. Un universo alienado, oscuro y sofocante en el que nos sumergimos en una abstracción espacio-temporal.
El sábado 11 tan sólo visioné una película, proyectada a las 22:00 en la Sala Azcona: la coproducción qatarí-británico-canadiense Midnight traveler, de Hassan Fazili, premiada con una Mención especial ex-aequo del jurado. Una numerosa familia afgana se ve obligada a sufrir un arduo viaje de muchos meses sorteando obstáculos, fronteras y países para huir de los talibanes y encontrar un lugar mejor en el que poder vivir una vida digna. Durante esta transformadora experiencia se grabaran con sus móviles, llevando a cabo una agenda audiovisual que ha sido recogida en esta película.
Tras un domingo de edición y otras tareas, retorné a la acción de cobertura el lunes 13 de mayo con una proyección a las 17:00 en la Sala Azcona: la canadiense Xalko de Hind Benchekroun Sami Mermer, estreno internacional en el evento galardonado también con una Mención especial ex-aequo del jurado. Sami Merder, director de documentales residente en Canadá, vuelve a casa, en la Anatolia Kurda, para reencontrarse con sus familiares. Es un pueblo de habitantes femeninos y maridos emigrados. Un grupo de mujeres que sobrellevan su cotidiano abandono con alegría y esfuerzo.
Sin apenas tiempo de espera, en la diminuta Sala Borau, indagué a las 19:00 en otro documental: la mexicana Caballerango, de Juan Pablo González. México rural. Un pueblo pequeño. Cultura del caballo, de su cuidado y de los hombres serenos que viven de ello. Un lugar solitario, tranquilo. Pero tras esta paz se esconden tragedias que hace tiempo que son rutina, y que afloran con meras preguntas.
Tras un lapso de tiempo y unas frenéticas gestiones para un excitante e inesperado viaje que tendría lugar en próximos días, asistí a las 22:00 en un pase lleno de gente de la ECAM a la primera proyección de la Sección Fugas del año: la española Lapü, dirigida por los jóvenes Juan Pablo Polanco y César Alejandro Jaimes y galardonada con el segundo premio del jurado de la Sección Fugas. El tiempo corre diferente en ese extraordinario mundo propio que es La Guajira colombiana. La comunidad indígena de los Wayúu preserva sus ritos ancestrales, que este documental nos muestra en un viaje poético.
El martes 14, por vez primera este año en la Sala Plató, visioné la única película cubierta de la Sección Nacional de largometrajes, una producción que ya se me escapó en la Sección Nuevos Directores del último Festival de San Sebastián. Hablo de Para la guerra, coproducción argentina dirigida por Francisco Marise, apadrinada por Javier Rebollo y galardonada con una Mención del Jurado ex-aequo. Décadas después del conflicto armado en Cuba, un veterano sigue viviendo al día con ese recuerdo implantado en su cabeza. Pone en carne en hueso una memoria muy viva, que escenifica una conciencia histórica alucinada e histriónica.
A continuación procedió volver a la Competición Internacional y a la Sala Azcona para contemplar, a las 19:30, el documental más largo de la semana: la belga Charleroi, le pays aux 60 montagnes, del veterano documentalista Guy-Marc Hinant. La ciudad de Charleroi es mucho más que un espacio geográfico: es un gran elemento vivo compuesto de cultura, política, habitantes, industria, recuerdos y cicatrices. Todos ellos reflejados en un retrato poliédrico.
Tras un miércoles para otro tipo de menesteres, el jueves 16 fue el gran día de mi Documentamadrid. Breve pero intenso. Primero, a las 17.00 en la Azcona, la italiana Selfie, de Agostino Ferrente. Verano en Napolés. Los adolescentes Ale y Pietro sobreviven juntos el caluroso verano ante un panorama precario sin oportunidades en el horizonte. Una realidad a la que nos acercamos con naturalidad gracias a las grabaciones que ellos mismos toman de su rutina con teléfonos móviles.
Sin solución de continuidad hice cola de nuevo para ver a las 19:30 en la Azcona la que estaba llamada a ser una de las grandes películas del Documentamadrid y que venía de levantar las pasiones de mi buen amigo Jorge Fernández-Mayoralas. Disfruté, en una sala abarrotada, de la suiza Madame, cinta de Stèphane Riethauser que se hizo con el Premio del Jurado a mejor película, el reconocimiento más ansiado. El realizador le dedica, con amor y dedicación, una carta audiovisual a su ya fallecida abuela. Articulando su extenso material de archivo y el significado de la imagen para generar discurso presenta un rico diálogo sobre la aceptación de la homosexualidad y la demolición de los opresores roles patriarcales.
El viernes 17, de retorno a la Sala Borau, llegó el turno de la obra más críptico de todo el festival, integrante por supuesto de Fugas: la china Animales sin aliento (Dongwu Fangyan) de Lei Lei. Una conversación, un compendio de estampas. Una memoria familiar. Conversación con una mujer, archivo de recuerdos de un ayer asfixiante. Un montaje de fotografías e impresiones personales que usa el lenguaje más experimental. Una densa reconstrucción icónica.
Como última sesión, y para cerrar mi experiencia física del festival, asistí a una doble sesión a las 22:00. Primero, el corto de 16 minutos Operation Jane Walk, obra austríaca de Leonhard Müllner y Robin Klengel. Un guía nos ilustra y acompaña en en un tour turístico por Nueva York. Pero esta Nueva York es una versión alternativa del videojuego de tirosTom Clancy’s: The Division, en el cual seguimos a unos personajes digitales. Y acto seguido, una película que ya se pudo ver en la Sección Zabaltegi del último Festival de San Sebastián: la argentina Teatro de guerra de Lola Arias, ganadora del Premio Movistar + al mejor largometraje iberoamericano. Durante varias semanas se reúnen y comparten talleres, impresiones y experiencias en performances filmadas sobre la Guerra de las Malvinas, de las que todos ellos, tres argentinos y tres británicos, son veteranos.
Ya desde el comfort del hogar y gracias a la solidaridad del enlace prestado, pude saborear un estupendo cortometraje: el suizo Shooting crows de Christine Hürzeler, 20 minutos galardonados con la Mención Especial del jurado ex-aequo de la Sección de Fugas. Un extenso parque, silencioso y vacío. Bello y nublado, escenario indirecto de relatos múltiples. Y en todos ellos, la esquiva presencia de los cuervos.
Una edición estupenda con alta afluencia de público, con pruebas de consolidación del documental social y el subgénero de la auto-película, así como de los retratos visuales de lugares o los ensayos fílmicos. Mucho cine de tema, una evidente querencia por lo experimental y algunos películas que sobresalen por su autenticidad y emoción. Una prueba del gran estado de forma de un evento cultural muy sano para Madrid que será vital no perder en los oscuros años administrativos que se vienen.
Analicé las películas más interesantes del festival en este vídeo, vigésimo segundo de una extensa serie de Críticas sosegadas que llegará en 2019. Que os guste.