Tras curtirse en las adaptaciones a serie televisiva de Romanzo Criminale y Gomorra, Stefano Sollima, hijo del difunto realizador italiano Sergio Sollima, debuta en el largometraje (antes de ponerse manos a la obra con Soldado, secuela de Sicario) con otra historia de mafiosos, estafadores y violencia cruzada. De nuevo un retrato en el filme de la podredumbre endémica de la sociedad italiana, desde las esferas de la religión y la alta política hasta el último gitano facineroso. Y lo hace en una película estilosa filmada con fuerza, pero algo dispersa en ritmo y tono, acusando unas derivas narrativas predecibles y conocidas para el cinéfilo.
La película es larga, y aunque no es lenta, su ritmo es taimado, transitando con garbo puntual por las derivas esperables a nivel real de cada situación. Y si todo encaja, ciertas implicaciones sugeridas (el pringue papal) quedan como apuntes mal integrados en la diégesis. La misoginia del filme viene al caso (sólo tres personajes reducidos a mujer objeto), pero es saneable. Y si bien la música utilizada es potente a nivel sensorial (una suerte de melodías motivacionales ambientales de moderno), su uso en secuencias de preponderancia musical de tono trascendente es un recurso fácil y evidente, que camufla perfectamente las carencias. Un filme resultón el que el todo no es mejor que la suma de sus partes. Un atraco en un supermercado fascina, así como su cierre y su inicio, pero entre medias se sigue el filme con un sentimiento de rutina.
Suburra toca sin prejuicios temas de actualidad e irregularidades necesarias de conocer para batallar en su contra, pero esta suerte de dos episodios televisivos (por su lenguaje audiovisual) fusionados en uno agrada y no presenta defectos flagrantes, pero su historia nos ha sido contada otras veces con más sustancia. 7/10