En este curso 2024-2025 heredo el puesto de Editor de Cinema Ad Hoc, además de seguir colaborando en ella. En esta ocasión, adjunto unas líneas a la crítica de mi compañera Cristina Ejarque sobre la secuela de uno de los mayores éxitos en taquilla del cine de terror de los últimos años; Smile 2 de Parker Finn. Disfrutadla:
La soledad bajo el foco
No hay ejercicio más anómalo pero también más provechoso que el de zambullirse en las aguas ya cartografiadas de una secuela sin haber visto la primera parte. La falta de referencias puede suponer un claro extravío a la hora de decodificar unas coordenadas formales y textuales que se introducen menos por partir con una complicidad tácita por parte del espectador, pero la mirada virgen nos permitirá evaluar la entrega como una obra en sí misma, libre de la castrante comparativa.
De modo que independientemente de si la propuesta hará o no las delicias de los estrictos conversos, servidor se tomará las siguientes líneas para condensar el marcado interés que esta presenta. Un viaje dilatado en metraje pero profuso en intensidad acústica e imágenes estremecedoras. Ligera en el alcance de su terror pero efectiva tramando el impacto de su visionado. Juguetona combinando el dinamismo de su planificación con un eficaz conflicto psicológico.
El personaje protagonista interpretado por Naomi Scott representa el principal motor vehicular de una narración que logra desarrollar convincentes reflexiones críticas sobre la salud mental en el mundo del espectáculo y la exposición mediática, que deja vulnerable a las estrellas del pop ante la despiadada recepción en redes sociales de fanáticos y críticos. Una figura acompañada de colaboradores, familiares y técnicos que la aúpan para brillar sobre el escenario aún a costa de que sea con sonrisas rotas. Agobiantes ejes de una cadena que propulsan el brillo de una carcasa, acompañando a una joven lacerada por un trauma reciente tan abarrotada a todas horas de ruido como profundamente sola e incomprendida.
Exageraciones del cine de género aparte, el retrato de las adversidades psicológicas de las cantantes de gran éxito es preciso y rico en su descripción, así como su integración de los códigos fantásticos del espíritu maligno para lo que no deja de ser una fábula sobre la psicopatía y la cabeza fragmentada como nuestro peor enemigo.
La puesta en escena desplegada por Parker Finn despliega un abanico lo suficientemente sugerente de soluciones visuales vigorosas como para sacar el máximo partido a los escuetos elementos narrativos y dramáticos del largometraje. Apuesta por una histriónica catedral del jump scare, apoyada en el recurso reiterado de regresar a un mismo encuadre en el que aparece intermitentemente un personaje congelado con sonrisa demente. La magia del plano contraplano, la angulación para vincular la amenaza a la mirada y un diseño de sonido que bascula estruendos, chirridos y silencios. Y especialmente potente es el desasosegante plano secuencia que abre la película, un punto álgido que hace de la incógnita virtud y cuyas cotas jamás llegan a alcanzarse durante el resto de la película.
Néstor Juez