Bien es sabido por los seguidores de este blog que soy seguidor de La guerra de las galaxias. Seguidor que aprecia la mitología de la saga más que su iconografía, y que en consecuencia halla muchas virtudes y alaba cuanto enriquecieron la narrativa global de la misma las infravaloradas precuelas y que denosta ese refrito impostado carente de contenido que fue El despertar de la fuerza. Queda por tanto evidenciado mi opinión sobre la compra del emporio por parte de Disney y su plan de sacarnos todo cuarto que nos quede estrenando películas galácticas hasta el infinito. Lo cual me empujaba a acudir con predisposición negativa, por lo general aconsejable, a disfrutar de la primera película del repertorio de películas antológicas o spin-off, ubicadas fuera de la narrativa oficial del legado Skywalker y deteniéndose en detalles de este rico universo diegético para ampliarlos o enriquecerlos. En este caso nos ocupa un apéndice que hace las veces de estirado prólogo de Una nueva esperanza, en concreto sobre aquel robo de los planos de la Estrella de la muerte en el que nos contaron que se perdieron muchas vidas. Una historia pequeña de personajes anónimos entroncada en el género bélico. Y con respecto a los objetivos que podía obtener un proyecto tan magro, las expectativas fueron parcialmente satisfechas. Se trata sin duda de uno de los peores filmes de la octología, una película literal y enrevesada, con personajes planos y incómodos bandazos a la sensiblería, pero también de una película formalmente muy bien resuelta, filmada con pulso narrativo, con secuencias de alta efectividad dramática, batallas y momentos de acción muy bien realizados y una sensación general de épica, brega, rebeldía y sufrimiento ante una tiranía feroz muy logrados.
El general imperial Orson Krennic (Ben Mendelsohn) vuela al planeta Lah´mu para llevarse al ingeniero Galen Erso (Mads Mikkelsen), pieza de vital importancia para el desarrollo y finalización de la Estrella de la Muerte, el arma definitiva del Imperio para sojuzgar las últimas briznas de libertad en la galaxia. Prevenido para lo sucedido, su hija Jinn huye, y es criada durante su infancia por el veterano militar Saw Guerrera (Forest Whitaker). Años después, Jinn (Felicity Jones) es rescatada de las garras del Imperio para los rebeldes por hazaña del Capitán Cassian Andor (Diego Luna) para que les ayude a encontrar a su padre, que sigue vivo y ha concluido su gran obra, a través de un mensaje que por orden suya porta el piloto imperial renegado Bodhi Rook (Riz Ahmed) que ha acudido al encuentro con Guerrera. Por azares del destino se unirá un variopinto grupo de renegados (entre los que hallamos a un droide imperial reprogramado o a un monje invidente aliado con la Fuerza) que, avivados por la esperanza y el sueño de la rebelión, lucharán con su vida por sustraer los planos de este destructor planetario, que gracias a Galen posee un fatal punto débil. Una película de valores universales como la libertad y la unión que da fuerza, una anécdota clásica de la saga explicada con lujo de detalles en una historia larga sobre batallas dónde la guerra espacial adquiere inédita gravedad.
En esta ocasión la jugada del director Gareth Edwards y compañía no engaña a nadie: vamos a ver una película para aficionados, una expansión de períodos narrativos que ya conocemos con todos los elementos necesarios para hacer sonreír al infante interior y dar rienda suelta a la nostalgia. Y desde esa perspectiva la honestidad del producto es respetable, tanto para lo bueno como para lo malo. Pero sorprenden ciertos aspectos novedosos de la ejecución técnica del producto. Si bien la partitura de imitación de Giacchino destaca por mediocremente funcional, la fotografía de Greig Fraser es una de las más hermosas de la saga, que a través de planos amplios y encuadres muy bien compuestos saca mucho partido a los escenarios planetarios, la belleza formal de la Estrella de la Muerte y su elegante forma de destruir planetas. Las escenas de batalla están muy bien realizadas, y el desarrollo de la contienda está lo suficientemente bien planificado para que lo sigamos con disfrute sin pensar en mucho más. El enrevesado pero detallado guión logra dar cuerpo y complejidad a una acción militar muy concreta a través de pormenores previos y desplazamientos entre múltiples localizaciones. Descubrimos a malos y buenos con luces y sombras, y a personajes de a pie ajenos a los entresijos de ambos bandos que sufren en su seno familiar la devastación de una dictadura. Y su grupo principal de héroes llega a resultarnos simpáticos, acompañándonos tras un pesado inicio hasta una gran batalla final y un clímax plenamente satisfactorio a nivel emocional (el escaso pero acertado uso de uno de los emblemas de la saga es demoledor). Pesan de todos modos los grandes problemas de la película: es plana, farragosa, sufre de un exceso de solemnidad en cada escena, enrevesada con tanta verborrea técnica y lugar nuevo. Los personajes (de entre los cuales dos retornan de entre los muertos captura de movimiento mediante, medida distractoria y éticamente cuestionable) carecen de empatía o profundidad, y el único intento de profundizar en ellos, con la relación paterno-filial entre Galen y Jin, naufraga de puro cursi. Pero es en el campo de batalla dónde la película halla su lugar.
Cómo bien suponíamos de antemano, Rogue One es una película prescindible que casi nada cuenta que no supiéramos ya, y varios de los defectos disneyianos de la obra previa de Abrams se repiten aquí, pero la supera ampliamente narrando con mayor calado dramático e interés audiovisual, ofreciendo una película muy disfrutable sin notorios chirridos y en la que por vez primera entramos en las desgracias de los soldados de a pie más allá de la épica mitológica, y se percibe cómo nunca los desoladores efectos de años de yugo de un brutal Imperio. 7/10