Recuerdos huéspedes en La hija eterna – Revista Mutaciones

En 2023, Colaboraciones, Revista Mutaciones by Néstor JuezDeja un comentario

En este curso 2022-2023 continuo colaborando con los compañeros de Revista Mutaciones. Esta vez analizo uno de los mejores títulos presentados en el pasado Festival de Venecia; La hija eterna de Joanna Hogg. Disfrutadla:

Recuerdos huéspedes

Es una solución muy estimulante para los creadores tomar prestados imaginarios de la tradición cinematográfica para representar inquietudes y tormentos personales, recurriendo a la apariencia de un género al que realmente no pertenece como perspectiva enunciadora. Tal es el caso de la singular propuesta en la que indaga este análisis, que mas allá de su llamativo atuendo estético es en realidad un sentido ejercicio de auto-ficción. Reflexiones autobiográficas que se están perfilando como el claro rasgo en común del corpus fílmico de la realizadora británica Joanna Hogg.

Tras presentarse en la Sección Oficial del pasado Festival de Venecia y ser rescatada en la Oficial del Festival de Sevilla (en ambos recibió el aplauso crítico, pero los palmareses le dieron la espalda), se estrena en salas de cine españolas La hija eterna (2022), dirigida por Joanna Hogg y con Tilda Swinton por partida doble en su reparto. Una propuesta especialmente jugosa para los analistas, en tanto funciona a un nivel superficial, plástico o emocional, pero permite expandirse en varios frentes. Es un trabajo al mismo tiempo sencillo y reducido en su número de elementos, pero rico en sus niveles de significación: una narración que se expande hacia el interior desde la depuración condensada, que exhibe un ejemplar balance entre el misterio críptico y la nitidez expositiva.

La película se edifica sobre dos personajes y, al mismo tiempo, sobre uno solo. Hogg construye esta dualidad desde sugerentes estrategias de enunciación narrativa y audiovisual. Madre e hija comparten espacio, pero rara vez comparten plano. Comparten varios días un mismo espacio tan cerca y, a su vez, tan alejadas la una de la otra. Trazan entre ellas un vínculo femenino y una brecha generacional. La protagonista del filme necesita esta escapada como reencuentro último con su madre, a la que sólo podrá acceder mirándose a sí misma. Conforme avance el metraje dilucidaremos que la decisión de que Tilda Swinton interprete ambos personajes es tan sorprendente como necesaria. Las diferencias entre ambas son de claridad meridiana si el filme, en su elegante ascetismo, apenas las diferencia con unos pocos rasgos. Apenas arrugas bajo los ojos, pelo cano, y matices en la mirada de dos mujeres elegantes y reservadas que entonan igual.

Sorprende en este sentido una de las decisiones mas impactantes de la puesta en escena: reservar muchos primeros planos a las manos arrugadas de la madre, que no parecen ser de Tilda Swinton. Manos finas creadoras, creadora es su portadora de la protagonista, creadora a su vez de relatos cinematográficos. Y manos que son el único, y esquivo, punto de contacto entre las dos. El juego funciona desde la sencillez: la planificación las separa en plano-contraplano, y el montaje las pone en relación. Una manera de representar visualmente la relación entre ambas en el espacio que deja la incógnita, presente también en el guion, de la naturaleza real de dicha reunión, la cual no desvelaré. Cerca e irreversiblemente distanciadas al mismo tiempo.

Los personajes canalizan el hueso emocional de la narración, pero el espacio donde sucede es el mayor elemento de potencia atmosférica para trazar la envolvente aura gótica de la película. Un hotel señorial vacío rodeado de niebla, viento y sonidos de procedencia incierta, que remite directamente a la tradición británica de terror en castillos de los años 50. Un mundo encerrado que induce a madre e hija a la fantasmagoría, donde el tiempo se congela y se abre un portal de acceso al mundo interior de una madre que vincula tantas de sus vivencias a este escenario. Hotel receptáculo de instantes de conexión afectiva, mansión donde se hospedan los recuerdos. Lugar donde espectros y revelaciones no encarnadas se guarnecen tras las ventanas, en el que una realizadora busca la inspiración para comprender a su madre asumiendo que siempre será hija. La creación cinematográfica como terapia de reconciliación materna salvando el tiempo y el espacio, tanto delante como detrás de la cámara.

Propuesta espectral y fantástica en su vocabulario pero biográfica y ensayística en su fondo, que una vez presentados los ingredientes y antes de su poderoso giro argumental encalla en una sucesión de escenas muy similares. Sus rasgos estéticos son valiosos y sus ideas estimulantes, pero tan depuradas como reducidas, de modo que será fácil para el espectador ávido permanecer hambriento de mas una vez se intuyen los objetivos de Hogg. Reflejos, muebles, espejos, jardines o escaleras esconden intriga y duda, y la ejecución técnica es tan virtuosa que conviene reprocharle al filme que no vuele más alto. Es notable en su estilo, pero conformista y monocorde en su abanico tonal.

Puzzle de anhelos y estudio diseccionador de códigos del cine de género, La hija eterna nos invita a sumergirnos en una introspección psicológica al núcleo maternal desde la reclusión espacial, mirando al cine clásico pero abriendo nuevas vías de sensibilidad reflexiva.

Néstor Juez

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