Tras tanta anticipación, expectación, visionado y preparación previa, tuvo lugar el domingo 4 de marzo la ceremonia de entrega de los hombrecitos dorados. Servidor jamás ve la Gala, pues no dispone de medios cómodos para ello y tiene una tolerancia muy baja a ver contenido sentado de madrugada. Pero recopilé la totalidad de los premiados y reflexioné reiteradas veces sobre ellos. Y considerando la historia de los óscar, los nominados en liza, la situación social actual y las diferentes posibilidades, no estuvo mal. Dado las absurdas decisiones que estos cuestionables galardones han tomado tantas veces, mi veredicto es positivo: no estuvo mal, pudo haber sido peor. A continuación, desgloso esta afirmación.
Los premios estuvieron muy repartidos. Teniendo en cuenta la cantidad de filmes notables y la calidad pareja de los mismos, considero esto de lo más acertado. Casi todos se llevaron algún reconocimiento, y apenas dos grandes películas se fueron de vacío. La forma del agua fue la gran triunfadora, logrando cuatro galardones, entre ellos el principal. Desde luego, no era la mejor película de las nominadas. De hecho, ni siquiera de las tres mejores. Pero sí la más popular, la más familiar y la que, por temática, más fácil es de agradecer y emocionar a la bancada. Es una película muy notable y, lo que le ha hecho ganar el premio, bonita. E inclusiva, bueno en estas fechas. Su diseño de producción era digno de premio, cómo en parte pueda serlo su banda sonora (prefería la de Greenwood en El hilo invisible). Su dirección es muy buena, todos consideramos a Guillermo muy amoroso, pero Anderson y Nolan hicieron mejor trabajo dirigiendo este año. Pero puesto a premiar a Guillermo, la Mejor Película debía haber sido para la reina Tres anuncios a las afueras. Pero considerando otras nominadas, ni tan mal. Los dos premios para la película de Mcdonagh saben a poco: muy merecido el del excelente Sam Rockwell como secundario, bastante también el de McDormand (considero que Robbie hacía mejor trabajo como Tonya Harding), que con su discurso ofreció el momentazo de la noche. Que Yo, Tonya se llevase un galardón era de agradecer por lo infravaloradísima que ha sido. Pero este fue cuestionable: el trabajo como secundaria de Lesley Manville en El hilo invisible es mucho mejor que el de Allison Janney como LaVona Harding. Pese a ser una película mediocre, nada que objetar al reconocimiento a la encarnación de Winston Churchill de Gary Oldman. La estupenda Call me by your name vio premiado su estupendo guión adaptado. Déjame salir tiene un buen guión original, pero ni de lejos es mejor que el de Tres anuncios a las afueras, aunque sí socialmente más relevante. Mudbound se fue de vacío, pero era improbable que sucediese lo contrario. Y en el caso de Lady Bird, hasta aplaudo este vacío. Y en el apartado de ninguneadas, dos grandes nombres: El mejor vestuario de El hilo invisible se reduce a un reconocimiento simplista y anecdótico. Y que una película tan notable como Los archivos del pentágono se fuese de vacío es doloroso. Pero aquí el daño se hizo días antes, nominándola tan sólo en dos categorías en las que lo tenía prácticamente imposible (Meryl y filme).
En el apartado técnico, se premió con mucho acierto y se saldaron injusticias larvadas durante décadas. Blade Runner 2049, pese a sus problemas argumentales, es visualmente extraordinaria. Por lo que sus dos premios son realmente merecidos: mejores efectos visuales y, como no, mejor fotografía. De esta manera, Roger Deakins, uno de los tres mejores directores de fotografía de esta era, logró su ansiado óscar tras tres décadas y trece nominaciones de desengaños. Muy meritorios fueron, también, los tres premios de Dunkerque, siendo de esta manera, curiosamente, la segunda película con más doraditos de la ceremonia. Tanto su edición sonora como sus efectos sonoros (viendo la calcada repetición de nominados y premiados, invita a que, maliciosos, pensemos si los académicos saben distinguir la diferencia), como su montaje, primero para un veterano y siempre competente Lee Smith. No hubo premio para monos, tampoco para mujeres maravillas, ni bellas y bestias fotocopiadas. En el primer caso, da un poco de lástima. En el resto, me congratulo. Y considerando que la mayor parte del mérito de El instante más oscuro se debe al parecido físico con Churchill que logra Oldman, es razonable que los responsables de la papada de Gary se llevasen el premio a mejor maquillaje.
Fue la noche, levemente, de las mujeres, pero también, y ante todo, fue la noche de Latinoamérica. Sobre todo de México. Tras el reconocimiento a Del Toro, el último de los Tres amigos en ganar el Óscar a mejor director (tras Cuarón e Iñárritu por dos veces), la sobrevaloradísima Coco, de argumento entroncado en el folclore mexicano, ganó dos premios, película de animación (comprensible, pese a preferir Loving Vincent. Ganas tengo de ver El pan de la guerra) y canción, inmerecido (ahí estaba Mysteries of love). Y continuando la racha de éxito cinematográfico del país, Una mujer fantástica, dirigida por Sebastián Lelio y producida por Pablo Larraín, se convirtió en la primera película chilena en ganar el Óscar a mejor película extranjera. Dado que, aún siendo buena, era la peor de las nominadas, es evidente que este premio se debió a su temática y la trascendencia social de la misma.
Todo esto, junto con las manos vacías de Agnés Varda (al no haber visto Ícaro no puedo opinar), es todo lo que se pudo destacar de una temporada más de los Óscar. Una de premios entregados con acierto discutible, pero carente de las soberanas sandeces de tantas otras ediciones. Considerando que por motivo de la misma nos llegaron y pudimos ver un plantel de excelentes películas, no puedo sino festejar con felicidad este momento de regocijo cinéfilo. Veremos que depara el año que viene.