Año a año hay una serie de entradas que me fuerzo a repetir, en un esfuerzo neurótico por establecer tradiciones. Una de ellas son los listados con lo mejor del año, y otra son los análisis y comentarios de las dos galas de premios de cine que más seguimos en España: los Óscar y los Goya. Sin embargo, debido a viajes, acumulación de estrenos por cubrir y el calendario de grabaciones del canal, amén de compromisos laborales, me fue imposible hablar de ambas entregas de premios en su momento. Pero las circunstancias extremas del momento en el que vivimos han abierto una ventana de posibilidades. El colapso y encierro de las instituciones por la crisis del coronavirus me impiden hacer críticas de estrenos durante las próximas semanas, pues nada se va a estrenar en unos cines cerrados. Es por lo tanto una ocasión de subir entradas pendientes, escribir artículos que habían quedado olvidados o descartados. Hablar de películas tiempo ha estrenadas, o, como antecedía antes, reflexionar sobre la entrega de los cabezones y de los hombres dorados de este año. Vamos, por tanto, a entrar en materia.
La trigésimo cuarta edición de los Premios Goya, celebrada en Málaga, partía de base con el duro handicap de compensar las insensateces cometidas en las nominaciones. Simplemente basta con mencionar que la tercera mejor película española del año, Els dies qui vindran, no recibió ninguna nominación. Otras obras tan estimables como El crack cero o La virgen de agosto recibieron idéntica suerte. Y la irregular pero poderosa Quién a hierro mata sólo recibió tres reconocimientos menores. Pero con respecto a las nominadas, el sábado de la gala imperó el sentido común, la sensatez. La mejor película de largo, la excelente Dolor y gloria, arrasó con siete galardones, y bien podría haberse llevado alguno más. Merecidos especialmente, obviando película y dirección, son los premios a Banderas, Serrano, Iglesias o a los responsables de dirección Artística. La mas grata sorpresa de esta edición, las rara vez imaginables cuatro nominaciones a la notable O que arde, se saldó con dos cabezones, brillando con luz propia el reconocimiento de justicia poética a la labor en la fotografía de Mauro Herce. La que asomaba como candidata a dar la sorpresa, la encomiable La trinchera infinita, se tuvo que conformar con dos justos premios (si bien hubiera preferido aplaudir la labor de Marta Nieto en la infravalorada Madre). Pero como cabía intuir, el reconocimiento a la mediocre Mientras dure la guerra era inevitable, especialmente tras sus 17 exageradas nominaciones. 5 cabezones, la mayoría distinciones técnicas razonables, pero con un reconocimiento al Millán Astray de Eduard Fernández que fue un auténtico dislate, más aún considerando a sus compañeros de nominación. Y la nominada restante a Mejor película, la más que correcta Intemperie, también recibió un galardón. Pero se perdió la oportunidad de fortalecer la campaña de Klaus para los Óscar, dando el Goya de animación a una Buñuel en el laberinto de las tortugas que se diluye cada vez más en el recuerdo. Y al igual que tantas otras ceremonias de premios se cometió la pifia de no dar el premio a Mejor película europea a mi favorita de todo el 2019: la sublime Retrato de una mujer en llamas, que ha pasado de sensación en Cannes y niña bonita de la nueva cinefilia a ser denostada hasta en los César. Una gala de rendirse al maestro, y de alivio por constatar la ausencia de sorpresas y el reconocimiento unánime.
Comparado con el nivel medio de las últimas ediciones de los Óscar, la calidad de las contendientes de este año invitaban al entusiasta regocijo de la cinefilia, felices de que se hubiera producido tamaño consenso y coincidencia entre las películas más refinadas y las más populares. Las premiadas de los festivales grandes estaban, así como las películas que gustaron en aquellas contiendas y filmes de prestigio que apuntalaban el recorrido de realizadores de postín. Siguen siendo muchas las estupendas películas que se quedaron fuera de todas las categorías, como las bellas Vida oculta o Waves y, sobre todo, la maravillosa Diamantes en bruto. Insuficientes en grado sumo fueron las únicas nominaciones a la gran Ad Astra o a una virtuosa El faro que si bien nunca me convenció tanto como al resto del planeta cine es excelsa en su factura técnica. Como reconocimiento por sus departamentos técnicos habrían merecido también Midsommar o la pobre Nosotros. Y en la repartida entrega, prácticamente ajena a la sorpresa, también hubo decisiones pobres. La meliflua y cobardona Jojo Rabbit, que recibió seis inmerecidas nominaciones, Mejor Película incluida, robó impunemente el premio al Mejor Guión Adaptado. Dos premios muy razonables para la endeble Le Mans 66, sí, pero que fuera la quinta película más reconocida de la velada no deja de ser triste. 11 exageradísimas nominaciones para la película más inflada del año, Joker, que se conformó con dos simplistas galardones. Decepcionantes los cuatro premios interpretativos, idénticos al del resto de galas norteamericanas y enfocados en reconocer trabajos planos y exhibicionistas (siendo el carismático Brad la excepción de esta norma). Reconocimiento prácticamente nulo a la gran Historia de un matrimonio, y tampoco hubiera venido mal algún galardón adicional para la madura Érase una vez en Hollywood. Pero no ignoremos el error más flagrante de la noche, que les perseguirá en los anales de la historia: la soberbia El irlandés, la mejor película de todas las nominadas, que optaba a 11 premios, se fue de vacío. Pero una gran noticia opacó todos los infortunios. La explosiva, lúdica y crítica Parásitos, de mi director favorito Bong Joon-Ho, dio la un poco esperada pero no menos impactante sorpresa, derrotando a una francamente buena 1917 que poco tiene que ofrecer más allá de su virtuosismo técnico y llevándose a casa cuatro hombrecitos dorados, entre ellos tres de los más importantes: guión original, dirección y película, siendo la primera película en lengua no inglesa en conseguir dicha hazaña en la historia del cine. Un reconocimiento quizás algo excesivo (bien se podría haber dado el premio a Película Internacional, sabiendo lo que vendría después, a Dolor y gloria), para una película gloriosa aunque netamente sobrevalorada, pero no puedo estar más contento con el éxito y reconocimiento del bueno de Bong.
Dos ceremonias con un claro ganador que reconocieron el buen hacer de sendas grandes películas y confirmaron en el olimpo a sus creadores, sellando un curso de inesperada comunión entre crítica y público. También fueron años predecibles y poco arriesgados en las posturas de sus respectivas academias, que bien pudieran haber reconocido de otra manera jugosos proyectos o optar por un reparto más atractivo. Nunca estaré plenamente contento con estas ceremonias, y salta a la vista que el auténtico valor artístico de las obras es siempre lo de menos en estas celebraciones políticas. Pero considerando las diferentes posibilidades, podemos estar más que satisfechos con el devenir de los hechos. Veremos si la tendencia al alza se mantiene el año que viene, en un mundo que esperemos se haya liberado plenamente del coronavirus.