Un año más empezó febrero y, tras una breve temporada de premios a nivel nacional llegó el momento de condecorar lo más granado del cine nacional en una gran gala que pese a su legión de detractores sigue contando con mucha popularidad y seguimiento: la gala de entrega de los Premios de la Academia del Cine Español, los Goya. En este caso, la edición número 32. En esta ocasión, tras tres años de agotamiento con un quemado Dani Rovira, se eligió para presentarla a unos clásicos del humor chanante: Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla. Se anticipaba como una ceremonio del feminismo, y una con amplia variedad de identidades nacionales: entre las nominadas a mejor película teníamos cintas en castellano, en català, en euskera y en inglés. La presencia de películas poco comunes para premios académicos (terror, cine vasco, costumbrismo…) y la falta de favoritos claros permitían esperar una noche impredecible. Si bien la aplaudida y multipremiada Estiu 1993 era la gran favorita, su condición de independiente, sus pocas nominaciones y su recorrido en los últimos premios previos daban espacio para la duda. Pocas películas excelentes pero cine variado en temáticas y géneros, en el que no sólo se reconocía a la comedia sino a propuestas más inusuales como terror, musical y películas pequeñas. Por lo que pese a tener expectativas previas tibias, por lo poco excitante de galas anteriores, acudí sin falta a la cita con el televisor, pues aún con las reticencias con los nominados habitualmente premian con acierto. Tendencia que se trastocó.
De antemano, la elección de premiados puede dar a entender que se tuvo en cuenta los posicionamientos frente al procés catalán y el género de los responsables de las películas. Una reivindicación feminista que anegó la gala y que, por la manera en que fue escenificada, resultó no ya hipócrita y oportunista, sino extremadamente cargante. Las mujeres importantes del evento se llevaron premio, abundaron los guiños, mejor o peor integrados, y también hubo lugar a soflamas. Y todo parece indicar que la condición de mujer de Isabel Coixet (que ya atesora ocho cabezones) fue capital para el éxito, cuestionable, de última hora de La librería. Aún sin ser la obra maestra que muchos proclaman, Estiu era la mejor de las películas nominadas, y debió llevarse el galardón principal. Pese a todo, ganó tres galardones, los muy merecidos premios para Carla Simón y la actriz Bruna Cusí (una lástima que su tierna edad impidiese a Laia Artigas ser nominada) y la más cuestionable a David Verdaguer, no porque empalideciese con respecto a los demás nominados, sino porque aún siendo un buen trabajo no creo que ese papel dé lugar a ser premiado. Pero considerando como se dio la ceremonia sería una pena pensar que Simón fuese premiada por su calidad de realizadora mujer, y que no se llevase el premio último por sus afinidades políticas. Y que La librería, buena película visualmente fina y sin duda de buen guión adaptado pero ni de lejos la mejor dirección o la mejor obra a nivel global, esté realizada por una catalana posicionada contra el independentismo y se lleve el gato al agua es una peculiar coincidencia.
Se repitió la estrategia de años anteriores: pocas películas premiadas, en su mayoría las cinco nominadas a mejor filme, de las cuales una de ellas amasó una amplia mayoría de ellos pero no el más importante. Una decisión con la que no concuerdo en absoluto, pues salvo contadas excepciones hablamos de películas muy similares entre sí en cuanto a calidad, por lo que lo más justo sería un reparto de cabezones entre muchas propuestas. Y desde luego, pocas películas españolas han merecido 10 Goyas, y Handia no es una de ellas. Es buena, y considerando el nivel de producción de la película es encomiable su factura técnica. Película, además marcadamente vasca, siendo por tanto un gesto aperturista el reconocimiento de la academia. Pero tan abultado protagonismo es excesivo para un producto que flaquea en ritmo y en garbo narrativo. Pero mientras tanto una virguería formal como Oro se va de vacío, la gamberra y seductora Pieles no ve premiado su maquillaje y la mejor película española del año, Fe de etarras, ni tan siquiera es nominada. Víctimas del escaso reparto, en el que una acartonada El autor capturó dos premios interpretativos bien merecidos.
Y en cuanto a la gala como espectáculo televisivo en sí mismo, fue sin lugar a dudas un programa muy deficiente. Sevilla y Reyes son cómicos con muchas tablas y gracia personal, por lo que lograr que nos divirtamos no les es tarea difícil. Pero si nos reímos fue por ellos, no por sus flojos gags. Y si el apartado humorístico fue reducido y mediocre, la falta de números musicales y vídeos conmemorativos contribuyeron a incrementar la monotonía. En la cual no pudieron camuflarse los notorios errores de realización, con encuadres horrendos, cues a la vista y transiciones chapuceras entre entradas y salidas de entregadores. Sólo un apartado gráfico y un buen sketch de musas redondearon una gala que, considerando los medios a su disposición, se vio muy lucida.
En definitiva, una cita sorprendente y llena de elementos interesantes para la reflexión. Pero a medio y largo plazo, una ocasión pérdida, un palmarés considerablemente errado y un espectáculo menos pesado que otras veces, pero pobre. Esperemos que el año que viene tengamos mejor cine patrio y que sea premiado más vistosa y justamente. Hasta entonces, esperaremos gozando del séptimo arte.