Y las expectativas se cumplieron en la Gala de los Goya, dónde No habrá paz para los malvados obtuvo seis galardones: Mejor película, Dirección, Actor principal para Coronado, Guión Original,Montaje y Sonido. A pesar de todo, los premios estuvieron repartidos entre los favoritos: Cuatro (de 16) para La piel que habito (la mejor película española de las cuatro nominadas en la categoría principal), entre ellos Mejor Actriz para Elena Anaya y Banda Sonora para un incombustible Alberto Iglesias, Cuatro para Blacthorn (de 11), una de las grandes olvidadas por la taquilla este verano, tres para La voz dormida (de 9) y tres para Eva (de 12) entre ellos mejor director novel para Kike Mailló.
Otro de los grandes triunfadores de la noche fue Arrugas, ganadora del largometraje de Animación y destructora de un tabú al ganar el de Mejor Guión Adaptado. Un servidor visionó la gala con agrado y tan sólo discrepó en dos ocasiones: Con el goya a mejor Actor Revelación (Lastra lo merecía) y el Goya a mejor película europea, en el que por tercera vez en cuatro años la Academia alaba servilmente a su mayor competidora premiando a la cinta mejor situada para los Oscars, olvidando a Melancolía del mismo modo que hace dos años ignoraron a la inigualable Déjame entrar en beneficio de la mediatizada Slumdog Millionaire. Deplorable fue también el formal discurso de González Macho, que en múltiples aspectos se mostró cómo réplica del rompedor discurso que Álex de la Iglesia dio el año anterior.
Memorable fue también el arriesgado agradecimiento de Isabel Coixet al lograr el Goya a Mejor Documental por Escuchando al juez Garzón y algunos gags de Eva Hache, pero sin ninguna duda el momento estelar de la noche fue el desternillante monólogo de Santiago Segura, destrozado por la ausencia en la noche de esa «indiscutible obra maestra del séptimo arte» qué es Torrente 4.