En este curso 2022-2023 continuo colaborando con los compañeros de Revista Mutaciones. Esta vez analizo una de las grandes películas del año; Passages de Ira Sachs. Disfrutadla:
Pasión devastadora
El séptimo arte está destinado a abordar el deseo sexual, pero no siempre logra reflexionar con la misma clarividencia sobre las consecuencias psicológicas y afectivas que puede tener sobre los implicados. Los avances sociales en lo que a tolerancia sobre orientaciones y prácticas sexuales se refiere ha permitido que nuevas perspectivas narrativas afloren en el cine, así como sensibilidades tan delicadas como la del cineasta cuya nueva película llega reluciente a nuestras pantallas. Una nueva coproducción europea de su director estadounidense que nos llega tras ser presentada en el Festival de Berlín y recolectar aplauso crítico, lo que ha permitido un óptimo recorrido comercial en América que esperemos tenga su reflejo en tierras españolas. Caramel estrena Passages (2023), drama romántico de Ira Sachs protagonizado por un triángulo protagonista tan poco habitual como rebosante de talento: Franz Rogowski, Adèle Exarchopoulos y Ben Wishaw, cada uno de ellos muy dispares tanto en carácter como en nacionalidad. Un trabajo sentido y elegante que representa una de las cimas cinematográficas del 2023 en lo que a sensibilidad humana se refiere, y una de las mas finas aproximaciones al deseo devastador que bien merece toda atención que pueda dedicarle público y prensa, afinando cada caracter de su caligrafía para retratar la intensidad del conflicto de un reducido mosaico humano en todos sus matices.
Triángulo de tres vértices de marcada personalidad, uno de los ejes mas importantes para el impacto de la propuesta de Sachs era el trabajo con el cuerpo. Tres individuos de fuerte magnetismo que se ven repelidos e imantados a necesitarse y compartirse en diversas combinaciones que nunca incluyen la sintonía del triunvirato, en el que los gestos y manierismos de cada uno marcan sus rasgos diferenciales. Tres artistas jóvenes tan carismáticos, seductores o seguros como frágiles y necesitados de afirmación, que entran y salen de las ondas gravitacionales del otro en una danza donde el capricho egoísta entra en permanente conflicto con el afecto solidario hacia el objeto de deseo. Los lenguajes corporales y el código de miradas de los tres es el elemento mas jugoso de esta conmovedora producción. Tres vértices alrededor de los cuales el deseo y el cariño crea y disuelve, tres entidades corporales y sintientes cargadas de ecos del mejor cine europeo reciente que hacen brillar al filme a partir de la estrategia de concentrarse en dejarles manifestarse, con sus energías y sus flaquezas. El filme son ellos, su discurrir es observarles y mostrar su complejidad con atención, planificando con criterio pero sin adornarse con soberbia. Y todos los instrumentos quedan afinados en la sinfonía.
En primer lugar, la histriónica efervescencia arrasadora de un Franz Rogowski cuyo fornido torso es una herramienta expresiva clave para marcar la potencia y cariz irrefrenable del director que interpreta en la ficción. Una mirada propia innegociable que aflora con furia desde esa excelente primera secuencia de dirección en rodaje que no es sino la coraza de un individuo trágicamente solo. En su ímpetu destructor simplemente ama sin reservas y busca unos brazos en los que sumirse en hondo abrazo, como prueba su mirada huidiza y aderezada de inocencia infantil. Adicción caprichosa y tóxica que, en su angustia, destruye todo a su paso.
En segundo lugar, tenemos la elegancia contenida del marido interpretado por Ben Wishaw, una despiadada contrapartida para las necesidades del volcánico realizador protagonista. Un hombre educado, sensible y de afable fragilidad, que sin embargo no muestra piedad alguna al mostrar desdén, y desespera a su pareja en su racionalidad constante en cada actividad que lleva a cabo, extremo opuesto del instinto animal de este. Sincero en el mas inapelable de los sentidos, y tan grácil en sus esbeltos movimientos como adusto en su rostro apesadumbrado, es el que acoge con la conexión más profunda y hermosa (es con él con quien Rogowski tiene la escena sexual mas bella e intensa del largometraje) pero el que menos consentirá el traspiés. La palabra es menor en el caso de este personaje, pero también la más precisa. El personaje de rol mas secundario, pero el capital para calmar las aguas.
Y por último, la indiferente jerarquía natural del personaje de Adèle Exarchopoulos. Solitaria, tímida pero de mirada penetrante y convicción innegociable, fuente de conexión sexual inmediata con el realizador alemán, con el que la carne arde pero la seguridad del mundo personal se preserva. La cercanía de los cuerpos nunca se escapa a su control, y pese a las características sociales y familiares de los mundos de su amante ella nunca perderá su comportamiento habitual. Tan sencilla y natural como impenetrable en su confianza propia. Aunque factor discordante en el seno del matrimonio, su deseo le pertenece a ella, y su relación con Rogowski nunca la llevará a ser instrumento al servicio de un capricho volátil. Pocas actrices mas dominadoras del potencial magnético de su cuerpo, capaz de transmitir tanta sensibilidad interior desde un carnoso labio abierto o, de nuevo, mediante una mirada pura y sostenida.
Pero donde el filme alza el vuelo alto con una determinación irrefrenable es en su basculación de los tempos y en la sabiduría de sus pausas. La cámara acompaña pero se desplaza sin lucirse, pues aquí la cinemática obedece a pulsiones de los personajes y a la simbolización de sus conflictos internos. Son personas reales en el núcleo, y sus momentos de levedad son fundamentales para transmitir la esencia de sus relaciones. Instantes a priori tan banales como buscar la mirada de la amada mientras ambos asisten con unos amigos a una sesión de piano, o escuchar un vinilo y canturrear canciones familiares permiten aflorar un torrente sincero de emociones reales que son tanto el fondo mismo de la materia humana como aquello a lo que debe aspirar el mejor cine: transformar la percepción del espectador y añadir nuevos rasgos que sofistiquen su visión del mundo. Música, realización galante e intérpretes entregados hacen de este triángulo sentimental un reflexivo retrato del narcisismo y el sexo abrasador.
Sensual, trágica y elegante, Passages se sumerge en pasiones sin salidas sencillas ni negociaciones posibles, pero honesta en su retrato de los destinos dolorosos de la naturaleza humana y, pese al dolor, esperanzadora en cuanto a la cercanía empática con unos personajes a los que confía la posibilidad de resurrección.
Néstor Juez