En este curso 2022-2023 continuo colaborando con los compañeros de Revista Mutaciones. Esta vez analizo uno de los títulos rezagados de Cannes 2022; La mujer de Tchaikovsky de Kirill Serebrennikov. Disfrutadla:
Obsesión en la sombra
Gracias a los festivales de cine la prensa podemos seguir de cerca la evolución en la trayectoria de algunos creadores que, sin pretenderlo, acabamos conociendo mucho más de lo esperado. Autores que de otra manera no llegarían a contar con la atención de la audiencia pese al innegable interés de su voz. En el caso del cineasta que nos ocupa, hablamos de un autor que ni siquiera ha tenido garantizada distribución regular en salas españolas, aunque en esta ocasión la ha conseguido mas por el interés que su argumento puede suscitar en el sector veterano del público que por el caché de su director. Hablamos del cineasta ruso Kirill Serebrennikov, cuya obra ha suscitado ampollas y detenimientos a nivel nacional, y de su película La mujer de Tchaikovsky (2022), que nos llega casi un año después de haber formado parte de la Sección Oficial del Festival de Cannes. Una obra tan ambiciosa en su ejecución como exigente para el espectador, que propone modulaciones diferentes manteniéndose al mismo tiempo coherente con el corpus creativo de un cineasta que refleja la convulsión política de su contexto nacional desde una concepción del cine abrasiva y tortuosa. Un largometraje que sorprenderá a los espectadores deseosos de biopics mas convencionales, pero que no llega a conjugar con armonía y desarrollo sus atractivas ideas.
Nos encontramos ante una propuesta histórica que, pese al rigor de su ambientación, no busca el realismo. Y que, por grande que sea la escala de su imagen, busca inducir al espectador a una experiencia subjetiva: asistir al calvario en vida de un personaje, una mujer que da el título a la obra y experimenta en sus carnes y pensamientos el rechazo e incomprensión del entorno masculino en el que vive. Este es un filme que transmite visualmente el tormento de una figura marginada anclándose en las sombras. Un rosario de rencores y obsesiones no correspondidas esquinadas en estancias desnudas, despojadas de vida. El tono de la narración es apesadumbrado, y la atmósfera arisca, solemne y mortuoria. Y un retrato crudo y despiadado de una miseria social en la que el matrimonio deviene vía de supervivencia.
La unión nacía errada, condenada a sostenerse con su fachada. El legendario músico no tiene intereses afectivos, y sus preferencias sexuales son otras. La conveniencia social hizo el compromiso posible, y la tenacidad y resiliencia de una Antonina sin apoyos logró que este vínculo social perdurase en el tiempo. Presenciamos durante años a su cruzada personal para mantener su status y recibir la consideración que merece. Pero esto no la salvó de ser aislada. Un evocador y pertinente ejemplo de anulación e invisibilización femenina, que Serebrennikov trata cediendo a Antonina el protagonismo total de la película.
Filme, cómo cabía esperar del ruso, marcadamente manierista, con un fuerte uso expresionista del lenguaje cinematográfico, cuya propuesta de planificación se ve apoyada en ambiciosas tomas de seguimiento de larga duración, que combinan coreografía de actores y espacios pese a mantenerse siempre cerca de Antonina, y la utilización tenue y angustiosa de las fuentes de luz y los claroscuros. Baile de cámaras en el que la música atormentada juega un importante rol tonal, y que bascula con armonía entre elipsis dentro de un mismo plano y saltos entre la realidad y el mundo onírico de Antonina. Una experiencia fílmica curiosa y agotadora, que despierta respuestas físicas en el espectador durante la proyección.
Del mismo modo, nos encontramos ante una narración monótona, ortopédica y un tanto superficial. Una vez se escenifica la confrontación, con la excepción de un vistoso último tercio de abstracción, incurre en momentos reiterativos. Su solemnidad no camufla que no llegamos a conocer demasiado a ningún personaje. Allí donde Antonina tiene fuerza y personalidad, los hombres que la acompañan son meras carcasas. La narración se centra en Antonina, por lo que es coherente que Tchaikovsky juegue un rol secundario y que ni su vida ni su obra decanten la balanza, pero resulta una oportunidad perdida el que su personaje quede tan desdibujado. El estilo palidece sin la compañía de un relato con matices y un viaje emocional genuino.
Árida, devastada y opresiva, La mujer de Tchaikosvky es una obra con personalidad e intensidad trazada desde la puesta en escena, pero descompensada y monocorde en su registro. Como pasara con La fiebre de Petrov (Kirill Serebrennikov, 2019), aquejada como aquella de un metraje excesivo, extenuante de manera poco productiva.
Néstor Juez