En el primer número de la revista ilustrada Numen reflexioné sobre la cansina tendencia retromoderna del cine comercial de nuestros días en uno de nuestros primeros pliegos, ilustrados por el maestro Pablo Martínez Ballarín.
El virus de la retromodernidad
Habiendo perdido su encanto la posibilidad de rehacer películas, de continuarlas extenuantemente, y habiendo obtenido resultados dispares a la hora de reiniciar franquicias o ampliarlas hacia el pasado, empieza a propagarse por la industria americana la tendencia de, simplemente, aplaudirse en las espaldas por los éxitos pasados y regocijar al espectador en el festejo y el recuerdo multitudinario de viejas glorias o, simplemente, viejas cuya veteranía se traduce en gloria. Calidad que, asumen, no se puede, o no se intenta, recuperar.
La criatura fílmica ochentera campa a sus anchas por nuestras pantallas. O, en su defecto, sucedáneo que rememora pero no procura replicar su imagen. El dinosaurio cyborg que siempre retorna preparado para atrapar fantasmas a golpe de látigo y armado con su espada láser por los parajes de la Tierra Media recrea, guiña y ríe, pero no busca narrar. Comenzó su presente periplo sabiendo de antemano que no debe buscar mejorar o indagar en las singladuras de su predecesor. Postura que subestima sus propias posibilidades y, de la misma manera, las inquietudes de su audiencia. Allí dónde fuimos deslumbrados una vez no podremos serlo de nuevo, pues la intensidad de aquel disfrute crece en el recuerdo y limitarse a engrandecerlo con nuevos y fastuosos guiños audiovisuales se presupone lo más satisfactorio.
Furiosa emergió de las cenizas para dotar de vida nueva a nuestra ensoñación onanista. Pero, por ahora , más allá no hay sino vacío. Arena. Lo cual es triste, y aún estamos a tiempo de que no sea desolador.
Néstor Juez