Con motivo de una serie de pliegos que publicamos en Numen al respecto de los estrenos americanos más relevantes de primeros del 2017, redacté el presente artículo sobre la gloriosa Silencio, del incombustible Scorsese. Ilustración de Emma Pascual:
Predicando el evangelio
Algunos filmes de nuestra contemporaneidad, bien escasos, consiguen arrastrar al espectador a lo largo de una travesía moral de denso calado a lo largo de su ajustado metraje. En una era de estímulos veloces y consumo rápido, raras son las películas que nos proponen reflexiones que perduran por días en nuestro subconsciente. Silencio, la última y eminentemente imperfecta película del maestro Scorsese, logra este fenómeno, gracias a un sugerente uso de la iconografía cristiana.
El cristo del greco que atormenta al padre Rodrigues (un Andrew Garfield que, evidente y lamentablemente, no es luso) impacta de manera expresionista en nuestra alma, y la cruz jamás se ha sentí tan magnéticamente hermosa. La apostasía, experiencia de daño psicológico para el que la ejerce, se ejecuta pervirtiendo un icono católico, que ante el vacío del silencio, la niebla y la clandestinidad rural, ejerce una influencia callada pero pulsionalmente devastadora sobre los fieles. La fe es aquello que sustenta la práctica, y tal vez el cine en el caso de Scorsese, y la práctica de la misma es intransferible a cada uno, más allá de religiones, restricciones y apariencias.
Néstor Juez