El veterano realizador nipón Hirokazu Kore-Eda regresa una vez más para estrenar su décima película, nuevo capítulo de una coherente e íntima filmografía labrada a lo largo de 20 años. Servidor ya disfrutó mucho con Nadie sabe, Aruitemo Aruitemo o Kiseki, por lo que esperaba encontrar un universo diegético reconocible y amable. Un cine costumbrista, muy centrado en las relaciones familiares japonesas, sus costumbres y las diferencias tradición/progreso. Un cine muy distinto al que acostumbro a consumir, pero no por ello menos interesante. Y, a pesar de algunos problemas de ritmo y de un metraje excesivo, eso fue lo que encontré. En una alta potencia.
Sachi, Yoshino y Chika son tres jóvenes hermanas que viven juntas en una casa con jardín, ejerciendo la mayor de madre desde que los suyos se separaran cuando el padre se fue con otras. Cuando acuden al funeral de este, conocerán a Suzu, una hija que tuvo con su segunda mujer y que acaba de quedar huérfana. El nuevo miembro será aceptado con cariño y supondrá un soplo de aire fresco y elemento cohesionador para la convivencia familiar. Pero lo que se antoja una convivencia bucólica irá destapándose como una fachada protectora de rencores, heridas por cerrar y desconfianzas. El pasado aún colea, pero el núcleo familiar perdura y acabará unido de verdad. Cómo bien se aprecia, nos encontramos ante un cine social, de personajes. Un relato de familiares y amantes, en el que, como suele pasar en el cine de Kore-Eda, podría decirse que no pasa nada. Asistimos a escenas, una tras otra, en la que los personajes hablan (no en exceso) y, como en otras películas de Hirokazu, comer (prácticamente una de cada tres escenas). Pero si bien es una propuesta que pueda parecer de difícil acceso, su construcción es tan elegante y detallada que se consume con facilidad y disfrute. Sus personajes, que emiten diálogos dinámicos y divertidos, respiran realidad y personalidades muy diferentes entre sí, lo que da contraste a las hermanas. Y la realización audiovisual, relegada a un segundo plano, se limita a retratar la acción pero con encuadres hermosos y tomas de escaso pero fluido movimiento, utilizando los tamaños de planos con mucho sentido narrativo. Pero si algo brilla por encima del resto es la estructura narrativa del guión, planteada cual tela de araña.
Primero conocemos a las cuatro hermanas de manera superficial. Más avanzado el metraje las conocemos por separado (sus respectivos amantes, oficios y ambiciones) y como interactúan entre ellas viviendo en la misma casa. Pero tras una hora de vidas apacibles y alegres, los dramas del pasado reaparecen en las vidas de nuestras chicas, escenificando los rencores que perduran como consecuencias de desengaños pretéritos. Desengaños que siguen atormentando a Sachi, que no acaba de aceptar a una Suzu cuyos dolores también conoceremos, hasta que ambas se sinceren y ante los elementos en común, se integren plenamente. La tragedia no se obvia pero late subyacente, y el costumbrismo y serenidad impregnan este relato con el que nos implicamos. Relato que presenta, como únicas pero importantes pegas, un metraje desmedido sin un desenlace conclusivo y un ritmo diletante que impide que el espectador se implique hasta pasados 45 minutos.
Una películas más en una filmografía homogénea y entrañable, Nuestra hermana pequeña nos acerca de nuevo a un cine lento y sencillo, pero humano y agradable, que acerca las costumbres niponas a la audiencia occidental y muestra con una sensibilidad como hay pocas las vicisitudes y alegrías de las relaciones humanas y los núcleos familiares. 7/10