Durante la temporada de premios, tres títulos se han destacado como los tres favoritos (que no necesariamente los tres mejores): La la land, Luz de luna y el que nos ocupa: el tercer trabajo del realizador Kenneth Lonergan, Manchester frente al mar, drama de guión escrito por él mismo. Se ha visto tapada a nivel mediático por estas dos, pero voces críticas de prestigio manifestaron un cálido entusiasmo hacia la película. La premisa no era santo de mi devoción, pero aprecio mucho el talento del hermano pequeño de los Affleck, por lo que verle lucirse siempre es un buen incentivo. Por lo que me acomodé en las butacas del Ideal dispuesto a disfrutar de una gran película más, en unos meses de excelente oferta. Y el producto final colmó mis expectativas mucho más de lo esperado. Encontré un vehículo interpretativo para el lucimiento de sus actores, sí, pero también un duro drama construido con delicadeza y buen gusto, estructurado narrativamente de una manera muy fluida y engranado orgánicamente con un humor muy sano, en una película que es de lejos la mejor de las tres previamente mencionadas y, casi (con permiso de Silencio), lo mejor de lo que llevamos del nuevo año.
Lee Chandler (un extraordinario Casey Affleck) es un solitario y hierático conserje que limpia tuberías y retretes. Un día recibe una aciaga noticia que, en cierto modo, era cuestión de tiempo que se produjera. El amigo de la familia George le informa de que su hermano Joe (un Kyle Chandler que pide a gritos que le den un papel principal de una vez), que lleva años enfermo, ha muerto de un ataque al corazón. Al haber desaparecido esta persona tan querida, y gran padre y hombre de familia, y al haber contraído este nupcias con una mujer alcohólica y conflictiva, Lee deviene en el primer candidato para ser el tutor legal de su sobrino, Patrick (un competente Lucas Hedges), otrora su queridísimo sobrinito. Una solución complicada, pues Lee se niega en rotundo a asumir esa responsabilidad, y ninguno de los dos está dispuesto a mudarse para vivir en la localidad del otro. Pero pronto averiguaremos que un episodio negro del pasado es el responsable de su huraño carácter, su rechazo a ejercer de tutor y su separación definitiva de su exmujer Randi (una Michelle Williams excelsa en la expresión emocional), madre de su antigua familia. Un relato sobre la carga de la culpa y la redención de la misma. Un drama de familias desestructuradas y figuras paternas de prestigio arruinado. Hombres de diferentes generaciones y sus relaciones, no siempre sencillos. Un drama desgarrador que evita el martilleo emocional, el subrayado escabroso o la redundancia fílmica de un guión ya por sí dramático. Los intérpretes están todos soberbios, pero la realización de Lonergan no se queda atrás, narrando desde la sencillez pero con oficio y con encuadres muy pensados (la fotografía de Jody Lee Pipes no revoluciona pero saca partido a la nieve y a las tomas de bahía y de barco en movimiento). Y el uso de la estupenda partitura de Lesley Barber y de fragmentos de música clásica ilustran las imágenes creando una distancia artística con lo narrado, y que logran dotarla de nuevos matices (como es el caso de la excelsa secuencia en montaje paralelo en la que descubrimos el motivo del inmenso dolor de Lee, aquello que lo retrae y lo transforma en un seco autista. De lejos no ya lo mejor de la película, sino de los últimos meses cinéfilos). La estructura argumental, intercalada de flashbacks que no desvelan hechos importantes del pasado de cada personaje, desvela su información visualmente y en el momento necesario para crear el adecuado impacto dramático. Todo está en su sitio, nada sobra, y nada sobresale, pero todo construye hacia un fin común, en una película sencilla que minuto a minuto nos gana, haciéndose grande en nuestro corazón.
Si bien presenta unas secuencias excelsas, tal vez ellas por separado sean mejores que el todo en su conjunto. Y pese a cocerse a fuego lento, y construirse en capas que van sumando, su segunda parte no mejora su cambiante primera mitad, y el desarrollo una vez se presenta por completo a los personajes sigue el camino de lo esperado de una película familiar, no exenta de más secuencias de alto calado dramático, y un final positivo para ambos pese a no estar exento de amargura. Y cuando una propuesta fílmica, además de ofrecer buena forma, cala con su verdad y su carga humana, es una ocasión imprescindible.
Manchester frente al mar ofrece una reflexión necesaria y provechosa sobre el seno familiar y la pérdida, y supone una cita inevitable con la sala de cine. Imprescindible. 8/10