En este curso 2022-2023 sigo colaborando con Cinema Ad Hoc. En esta ocasión, escribo para ellos sobre una de las películas más especiales de los últimos meses; la amarga y tierna Los Fabelman; Los Fabelman: La congoja del recuerdo. Disfrutadla:
Los Fabelman: La congoja del recuerdo
Las películas serán interpretadas en el largo plazo desde una perspectiva universal, pero están condenadas a verse afectadas en la percepción de la audiencia y los medios por las contingencias del presente en el que se estrenan. Y todo hallazgo puede ser reducido o infravalorado por las características de la moda o corriente en las que los trabajos se entroncan. Resulta inevitable que la prensa se predisponga con una cierta actitud ante los próximos ejemplos de auto-ficción. Un conjunto reconocible de dramas biográficos dirigidos por nombres de prestigio han procurado con desigual fortuna captar la atención de los focos en festivales o plataformas durante los últimos cinco años: Roma, Bardo, Belfast, Era la mano de Dios, Armageddon Time… Filmes siempre aplaudidos de antemano pero cuyo análisis, así como el paso del tiempo, evidenciaba vicios, condescendencias o egolatrías que las llevaban a ser exaltaciones decepcionantes o ejercicios de potencial desperdiciado.
Sería una insensatez que la acumulación de recelos hacia producciones de estas coordenadas suponga una mochila injusta que deba acarrear la que para un servidor es la película más lograda de esta corriente: Los Fabelman, último estreno de ese superviviente de los cineastas clásicos que es Steven Spielberg. Una película tan ambiciosa en su ejecución como transparente y honesta en sus intenciones, que brilla por su desempeño en dos frentes: la utilización de las formas para reflexionar sobre el proceso de creación cinematográfica, y la resonancia de verdad personal desde el entramado melodramático.
Aún si su trama apunta hacia otros derroteros, Los Fabelman casa directamente con las producciones fantásticas y populares que Spielberg filmó en los ochenta desde algo más que el logo de Amblin en los créditos iniciales. El tono familiar y azucarado nos devuelve a su entorno familiar, en un trabajo que tanto por sus estéticas como por su tempo parece más filmada entonces que ahora, lo que sin duda conllevará que sea recibida por rechazo por parte de la prensa. La atmósfera de ensoñación se preserva para un relato edulcorado pero anclado en el realismo, que pone el foco en una escala reducida: no debemos buscar tanto a Spielberg, pues la intención es realmente conocer a su familia. O más que a su familia, a la familia que fue durante sus años de infancia y juventud, y la que sin duda le marcó de por vida para la obra cinematográfica que estaba por venir.
El tono acolchado y familiar de Spielberg está tan presente como siempre, pero el filme se encuentra envuelto en cada fotograma por una amargura tan contrapuntística como evocadora. La película afronta una herida, y quizás sea a través de su realización como Spielberg intenta sanarla: el tejido familiar de los Fabelman se resquebraja, y Sammy asiste impotente a su descomposición gradual durante años, sintiéndose tanto espectador como parte de la caída de fichas de dominó. El aparato melodramático del filme es intenso, pero la implicación del espectador se logra por la carga emotiva de sus diálogos. La vida de los personajes no se trata con grandilocuencia, ni se adorna en aras del glamour cinematográfico. Personas sencillas de vidas sencillas, realzadas por un sentimiento de culpa en cada personaje que eleva los réditos del guion al notable, con un muestrario de secuencias emotivas, honestas y, pese a la tristeza, con un hálito último de esperanza. El código lingüístico es el de cine familiar de gran presupuesto, pero la esencia es la de una exposición humilde.
El conflicto familiar es fundamental en Los Fabelman, como lo es su discurso sobre el hambre para crear imágenes y la sensibilidad y mirada desde las que estas germinan. Desde la mas tierna edad el protagonista narra en imágenes con los medios modestos que tiene a su alcance, y es a través de ellas que crece a nivel emocional. Es una muestra de sabiduría y elegancia percatarse, y hacer ver al espectador, que la esencia misma de la magia del cine no se encuentra en fascinados virtuosismos o grandes ejercicios de coordinación de masas de trabajadores y aparatosos sets, sino en la inmediata y pasional filmación de lo que te rodea con tesón e inquietud. No es sólo la imagen en sí, sino los significados que provoca consigo, y, clara prioridad, el efecto que producen en la audiencia que las ve. En la reacción de las personas de su vida a las películas que el pequeño Sam filma, así como en la capacidad del realizador de manipular la percepción de una persona o modificar el relato de lo real desde el montaje, se encuentra una reflexión tan sutil como conmovedora.
Los Fabelman es una película trasnochada en el mejor sentido, que mira a una década pasada desde unas filosofías cinematográficas igualmente de salida. Un viaje emotivo que propone aquello tan generoso e improbable de ser, al mismo tiempo, un canto de cisne de una manera de entender el séptimo arte y un canto de esperanza para los jóvenes realizadores que estén por venir. Ya sólo por eso, nos encontramos ante un evento muy especial.
Néstor Juez