Servidor siempre ha admirado las películas de Hayao Miyazaki, y posteriormente he ampliado el espectro a la totalidad de la producción del Studio Ghibli, apreciando mucho también peliculones de Isao Takahata como El cuento de la Princesa Kaguya. Me entristeció enormemente la noticia de su cese, pero con suerte siguen contribuyendo al cine de animación artesanal coproduciendo obras como la que nos ocupa. De nacionalidad francesa y dirigida por el holandés Michael Dudok de Wit, la presumiblemente próxima nominada al óscar a mejor película animada se presentó en Cannes y se me escapó entre las perlas de San Sebastián de este año, hasta ser preestrenada la noche del 12 de enero. Recapitulando el 2016, llegan ya en 2017 otras de las grandes promesas de la cosecha. Y tal vez por las expectativas levantadas por los medios, la sensación general al haber concluido la proyección de La tortuga roja fue de decepción. Nos hallamos ante una película animada e inteligente, que apuesta por la poesía audiovisual y métodos arcaicos y anómalos para narrar su hermosa historia, pero viniendo tras el nombre de la responsable de tantas grandes películas queda evidenciado que no nos hallamos ante la obra maestra que tantos alaban.
Un hombre naufraga en su barquichuela y finaliza por azar en una isla desierta. La recorre en poco tiempo y se reafirma en la más absoluta soledad, rodeado sólo de bosque y playa. Con los troncos y ramas del bosque, creará una balsa con la que se echará a la mar en busca de alguna salida. Pero todos sus intentos resultarán en fracaso, debido a los golpes que una gran tortuga roja le da a la balsa, dejándola siempre destrozada. La tortuga roja seguirá apareciendo, y un día emergerá en la playa, encontrándose con el iracundo humano. Pero el mágico animal acabará haciéndole compañía durante el resto de sus días en la isla de una manera inesperada, en una vida larga y próspera en la que se mezcla la imaginación y la vivencia y dónde se prueba que, con empeño y esperanza, se sale adelante. Una película pequeña sobre una familia en la naturaleza, y sobre el respeto del mediomabiente y del primigenio mundo animal. Una película muy ghibliana en tanto recupera esa maravilla por la exuberancia agreste y el alegato ecologista. Pero en esta ocasión, lo hace casi sin música, y sin una sola palabra. Todas las emociones y expresiones se transmiten con gestos, sonidos guturales, acciones o ruido ambiental, haciendo del filme una historia universal que gana en el detalle que se da a los matices, el sonido de los elementos y los animales y el mecer de las plantas y el paso de las gaviotas, todo ello excelentemente animado. Las ocasionales melodías de Laurent Perez del Mar dotan de intensidad melodramática a una película triste y emocional que halla sus mayores aciertos estéticos en las escenas marinas, en las cuales capta la esencia del gigante del agua. Los animales se recrean con personalidad (ahí está el grupo de divertidos cangrejos de playa) y se sitúa al espectador en escenarios irreales pero que nos hacen recordar la potencia de aquellos parajes naturales pre-civilización, y la arbitrariedad de aquellas fuerzas naturales que no podemos controlar.
Una vez nos acostumbramos al dispositivo narrativo, el asombro de sus primeros minutos se detiene y ya nada nuevo se produce que transforme nuestro agrado en gozo y maravilla. Si bien la historia inicia con la urgencia de un hombre desesperado por hallar sustento y escape, una vez se resigna a permanecer en la isla y ya no se encuentra sólo el filme se torna contemplativo y pierde esa premura, a pesar de la manifestación de catástrofes naturales. Y el melodrama y la emoción abraza una corriente que aboga por la inocencia y a ratos la estridente búsqueda de la lágrima, la cual casi logra no por martillearnos con música, sino por su logrado final, triste pero esperanzador, y por las interacciones entre personajes. Pero al ser todo un seudo-onirismo de desarrollo vital alegre, el espectador no sabe que esperar ni halla calado ni profundidad en las secuencias que se suceden, siendo estas bellas coreografías (las tortugas dan un rico juego visual) pero con personajes tipo y escaso cuerpo o contundencia.
La tortuga roja es el tipo de cine de animación que debería ofrecerse al infante, y un ejemplo de vertiente minoritaria pero necesaria que no podemos perder, pero pese a su dispositivo esto es sólo un espectáculo agradable para los ojos pero con escasísima trascendencia textual. 7/10