En este curso 2023-2024 continuo colaborando con los compañeros de Revista Mutaciones. Esta vez analizo un trágico drama culturista; El clan de hierro de Sean Durkin. Disfrutadla:
La maldición del legado
Las intrigas, conflictos y tensiones de un tejido familiar son siempre ávida fuente de jugosos relatos. Tragedias clásicas de resonancia universal, que envuelven el subgénero de cine de lucha, característico como el deportivo por su carga simbólica. En esta corriente se entronca el nuevo biopic americano que analiza el presente artículo, una mirada incisiva a unas figuras poco conocidas a este lado del Atlántico. Al albor de los premios estadounidenses de la cosecha del 2023 que puede resultar mas propicio que un vehículo de lucimiento para sus intérpretes de cara a los galardones del 2024, la leyenda de la familia Von Erich en la lucha libre durante 20 años pueblan las imágenes de El clan de hierro (Sean Durkin, 2023). Un ejercicio solemne y de abigarrada y ambiciosa gravedad dramática que desmenuza las indelebles consecuencias de la presión psicológica prolongada en el tiempo, reflejando la deriva del desgarro en dos partes análogas y consecutivas. Filme de factura encomiable y refinados aciertos de sugerencia emocional pero que, frustrantemente, termina por negar paulatinamente todas sus virtudes. Destellos de cine fino puntuados con brochazo de sensacionalismo, y apertura sugestiva que desemboca en un cierre que subraya con estruendo.
El clan de hierro es un drama de suntuosa seriedad que disecciona una destructora figura paterna que marca a fuego su clan familiar. Un patriarca obsesionado con su rol, que atormenta desde la cuna a sus vástagos para que preserven en sus propias carnes las batallas y tribulaciones que perdió en su momento, haciendo de ellos cicatrizadas extensiones de sí mismo traumatizadas por ganar su favor. Representación de formas ochenteras que encierra en su dispositivo una de las críticas mas despiadadas y veladas a instituciones americanas populares que un servidor recuerda en años recientes. Disección aderezada de humor cáustico de los absurdos y discursos manufacturados de la filosofía norteamericana del entretenimiento. Y en el núcleo, las masculinidades más tóxicas, de cuerpos inflados e identidades sublevadas en aras de una cruzada impuesta. El estudio a lo largo del tiempo de las llagas psicológicas del tormento de la virilidad en mímesis con su modelo paterno es realmente jugoso a nivel dramático.
La visión es crítica, pero durante su primera parte abraza un tono de sátira tan subliminal como evocadora desarrollando sus tesis sobre el traumático ecosistema de los Von Erich. Un tramo acertado particularmente en las formas, elegantes en sus texturas de claroscuro fotográfico, diestra integrando concisas elipsis y transiciones por montaje, y cínica recurriendo a las estéticas televisivas de los programas de lucha libre de la época para vaciar de épica estas confrontaciones artificiales. Mostradas en todo su artificio, estas aventuras en pos de cinturones anchos se revelan como canalizadores de ambiciones esquivas que un icono apagado marca a hierro sobre los instrumentales torsos cicatrizados de sus vástagos. Relación paterno-filial que se erige como gran activo de la propuesta, con unos entregados Holt McCallany y Zac Efron a la cabeza. Una construcción implacable forjada desde la cuna de cada uno de estos pequeños grandes hombres (enormes en sus músculos, infantiles y frágiles en sus mundos interiores necesitados de afecto y reafirmación) que transpira entre los fotogramas del imaginario norteamericano.
Resulta por lo tanto lamentable que aquello que se sugiera en su primera hora se exclame de manera tan sensacionalista en su segunda. Como minuto a minuto se subraya a explícita voz en grito y lágrima gruesa esas ideas que podíamos sopesar inquietos desde los recovecos de la representación. La tragedia mortífera se compacta en compungida sucesión efectista, y la adhesión sumisa a esquemas narrativos estereotipados atan las alas simbólicas de una propuesta tan oficiosa como cobarde a la hora de trazar ambigüedad emocional. Incluso en sus instantes postreros, con secuencia abstracta incluida, Durkin apresa el largometraje en los mecanismos del relato y le niega la posibilidad de ramificarse en significados inciertos. Tono, música, diálogos y gestos de los intérpretes concuerdan en su linealidad, regodeándose en la monótona visita de la parca y el daño irreparable de la empatía esquiva. Por lo tanto, sucumbimos una vez mas al academicismo.
Todos aquellos que asocien por defecto la lucha libre a relatos triunfalistas encontrarán en El clan de hierro una perspectiva enriquecedora, así como una demostración de talento de un Efron que hace la réplica a nombres jóvenes contrastados como Harris Dickinson y Jeremy Allen White. Pero es a su vez una oportunidad perdida constatar como su rumbo narrativo frena el vuelo del vocabulario artístico que Durkin aporta tras la cámara.
Néstor Juez