Desde mayo de 2021 empiezo con una sección mensual en la web amiga Cine y sé feliz. Esta se llama La extraña pareja, y en ella propongo un diálogo entre dos filmes muy diferentes. En esta ocasión, comparo el diverso tratamiento fílmico del espacio en La crónica francesa de Wes Anderson y Un polvo desafortunado o porno loco de Radu Jude. Saboreadlo:
«El cine lleva mas de un siglo fascinándonos con sus relatos y sus formas. Pero una parte tan determinante cómo sus historias y la manera de narrarlas son los universos en lo que estas se sitúan. La configuración de los escenarios que pueblan los personajes. Es un tema apasionante la manera que escogen los cineastas para describir, construir y desarrollar los lugares de sus ficciones, tanto a través de la realización como a través de los diseños del departamento de dirección artística y su correspondiente reproducción física.
Tan determinante es la geografía de los relatos como los elementos que integran su apariencia. En el texto de hoy vamos a detener nuestra mirada en dos exhaustivas películas que dan capital importancia a la presentación en imágenes de lugares y objetos, pero de maneras sustancialmente diferentes: La crónica francesa de Wes Anderson y Un polvo desafortunado o porno loco de Radu Jude. Dos trabajos de marcados dispositivos en los que juega un papel capital la configuración de los elementos espaciales. Películas de formas apasionantes y discursos complejos que, si bien con resultados desiguales, suponen sendas obras de confirmación de los radicalmente opuestos estilos de sus realizadores (homogéneo y reconocible el uno, mutable e impredecible el otro).
Ha alcanzado Wes Anderson en sus últimas películas la expresión máxima de la sofisticación de su estilo manierista, su control obsesivo de cada elemento de la puesta en escena. Un diseño exhaustivo de los ingredientes de cada plano que en La crónica francesa llega a unos niveles tan exagerados que resulta imposible apreciarlos en su totalidad a una velocidad de proyección habitual. El arsenal de recursos formales es apabullante: planos simétricos frontales, alzados, maquetas, perfiles, fachadas de edificios en stop-motion, vistas de pájaro de calles en animación bidimensional, rótulos, carteles, espacios a distintos pisos o niveles, estampas fijas, travellings laterales de movimiento extremadamente regulado…un universo propio en el que nada se deja al azar y reproduce plásticamente de la manera más fiel posible las sensaciones de lectura de un suplemento cultural. Un más que encomiable intento de traducir en imágenes el formato y estructura de una publicación cultural de sucesos.
Por todo ello sin duda hablamos de una película tan digna de nuestra admiración como devorada por su propia megalomanía, devorada por su ambición hasta verse convertida en una parodia de sí misma. Tal es la abundancia de detalles, objetos, subtítulos o rótulos que guarda cada imagen, y tan breve es la duración media de cada plano, que resulta inevitable tener la sensación de estar presenciando talento desperdiciado. Un trabajo tan cerebral que pierde toda conexión con el espectador, sumiendo al espectador a una aturdida saturación que conlleva una desconexión gradual que, para cuando llega el tercer relato, es imposible de deshacer. Una película ahogada, excesiva y desbordada, que habría sido mucho más de centrarse en alguna de sus múltiples direcciones. El resultado final no es sino una fútil exhibición de artesanía.
Un polvo desafortunado o porno loco cuenta con tres partes claramente diferenciadas y, a su vez, combina en su relato elementos lingüísticos del documental o del teatro. Un collage crítico ácido e irreverente en el que, si bien los personajes y sus conflictos copan el foco, es a su vez un rasgo tonal imprescindible tanto el mundo contemporáneo en el que vivimos en general como la sociedad rumana en particular. Y como tal, en cada una de esas partes Jude se detiene en articular visualmente tanto los espacios como los objetos y sustancias que en ellos podemos encontrar.
Destaca por su propuesta de puesta en escena su primera parte, la más lograda de esta única, histérica y fascinante película. La profesora protagonista lleva a cabo un largo paseo por las calles de Bucarest, en las que la cámara, reacia a elidir los que tantos considerarían banales tiempos muertos, la sigue de manera extremadamente singular. La mujer ocupa el centro del plano (si bien muchas veces no es sino una ciudadana más en planos generales) pero en muchas ocasiones saldrá de campo y el encuadre optará por centrarse, mediante largas panorámicas horizontales o verticales, en carteles, fachadas o edificios de relevancia cultural o empresarial durante varios segundos. De esta manera, un recorrido que podría editarse en un puñado de planos se transforma en una secuencia de largas tomas que se extiende durante casi un cuarto de hora en el que se nos presenta un rico y callado mosaico de la idiocia humana de nuestros días.
Si en La crónica francesa el texto y las definiciones estaban muy presentes, en Un polvo desafortunado…se nos deleita en la segunda parte con un extenso glosario de términos tan chabacano y despiadado como hilarante. Aquí regreso el uso del material de archivo tan propio de la obra previa de Jude. Y su tercera parte, con mucho la más extensa en metraje, si bien se centra más en confrontación dialéctica y la agresiva combinación de planos medios de padres enfurecidos y crítica nada sutil, tiene lugar en un jardín de barroco y colorido diseño que se presenta en detallados planos generales cuando la profesora llega al encuentro con los padres. No negaré que este tercer tramo se ahoga en sus excesos, pierde el control del discurso y se entrega al caos cómico más zafio.
Es una película extravagante lejana a códigos narrativos convencionales que dejará fuera a muchos espectadores, y que ni mucho menos supone el mejor punto de partida para adentrarse en el cine del rumano. Pero es a su vez un oasis aislado de cine sobre la pandemia que, como hiciese con otros recursos La crónica francesa, prueba que el séptimo arte todavía puede sorprendernos en el tratamiento del espacio.»
Néstor Juez