A falta de un mes para que empiece la nueva edición del siempre seguido con mucho interés Festival de Cannes, siguen llegando los últimos coletazos de su programación del año pasado a nuestras pantallas, y la última de esta carrera por la distribución ha sido la ganadora del último Festival Europeo de Sevilla: el cambio de rumbo hacia la comedia extrema del aplaudido realizador francés Bruno Dumont La alta sociedad (en el original Ma loute, nombre del joven protagonista), guionizada por él mismo. Un experimento en un registro muy diferente al del resto de su filmografía, más enfocada en el drama, y en muchos aspectos un tipo de cine más propia de otra época. Si bien no fue recibida con entusiasmo en La Croisette, saben que estimo que hay que escuchar esas primeras opiniones con reservas (y esperar a un recorrido más demorado por otros festivales y ante los ojos de más críticos), y el hecho de no conocer la obra del autor me hacían querer descubrir su nueva película con un mayor entusiasmo del que por sí me ofrecía su sinopsis y la apariencia de sus materiales promocionales. Y tras un placentero visionado en las cómodas butacas de las primeras filas de los Renoir Princesa, debo reconocer que estoy satisfecho de haber visto el filme, pese a sus evidentes problemas. Ya que si bien la realización de la película es excelente y su tono muy particular, la escasa enjundia del tan dilatado producto le resta mucha efectividad.
En una bahía del norte de Francia veranean en 1910 la familia burguesa Van Peteghem en la casona de estilo egipcio Le Tymphonium, con el matrimonio de André (un ridículo y caricaturesco Fabrice Luchini) e Isabelle (una activa Valeria Bruni Tedeschi) a la cabeza. Una bahía de mareas altas en las que los miembros de la humilde familia de pescadores Brufort, en la que se integra Ma Loute (Brandon Lavieville, de impactante físico), ayudan a los visitantes a pasar al otro lado a cambio de unas monedas. Una bahía en la que desaparecen personas, misterio que trae de cabeza a la pareja de policías de Malfoy y Alfred (un orondo Didier Després que es de lejos el personaje más desternillante de la cinta). En este esperpéntico escenario, la también Van Peteghem Aude (una desatada y algo cargante Juliette Binoche) visitará a su hermano con su hijo/a? Billie, que iniciará con Ma Loute una poco ortodoxa relación amorosa. Una comedia surrealista sin frenos, bañada de pintorescos personajes con improbables costumbres. Una sátira de las clases sociales y sus diferencias, salpimentadas con elementos grotescos que tanto ofrecen diversión como extrañeza, incomodidad o repulsa. Un paraje dónde se desarrolla una historia no tanto sustentada en un periplo con un fin determinado, sino en el establecimiento de un ecosistema y la presentación de las interacciones de su ridícula fauna. Unos vestigios de otro tiempo histrionizados hasta los más altos niveles de la mofa, y un paisaje excelentemente escogido por el equipo de localización y bellamente fotografiado por Guillaume Deffontaines que captan de manera icónica el interés de la audiencia hacia los despropósitos que se suceden en pantalla (canibalismo entre ellos), que hacen uso de un humor físico más propio de principios de siglo y un uso cuasi chusco de efectos de sonido de chirridos y vibraciones anómalos (los movimientos de André y Alfred, cual gomas tirantes) en el cine de nuestra era que logran un notable efecto cómico. Sus personajes consiguen despertar nuestro interés, y la extrema extravagancia del proyecto es suficiente para hacer las delicias del ávido cinéfilo.
Superado el primer impacto que la anomalía del producto produce en el espectador, el resto del metraje no es sino un continuismo de este impactante sentido de humor que sigue funcionando pero que permite que nos acostumbremos a él, durante un metraje que se siente eterno debido al trémulo ritmo del relato y lo reiterativo de su argumento. La narración no parece seguir un fin determinado ni ir ninguna dirección, sino limitarse a presentar las interacciones de sus peones y introducir al espectador en un logrado pero excesivo tono de delirio, del que es fácil crear un distanciamiento al constatar que puede suceder cualquier cosa y no sabemos de que preocuparnos o a que atenernos. Más allá de un romance y una sátira, el sugerente continente no está a la altura de su escaso contenido, en el que tanto nos reímos como nos saturamos con los cargantes Van Peteghem.
Hilarante y absurda, La alta sociedad es un sorprendente debut en la comedia para Dumont, pero más allá del primer impacto de la novedad nuestra voracidad cinéfila se sentirá famélica. 6,7/10