Hace siete años, la productora de animación en stop-motion Laika sorprendió al mundo entero con su primer largometraje: la magistral Los mundos de Coraline, de Henry Selick. El cuarto filme del estudio venía respaldado de un notable éxito crítico en ultramar, y en la piel de toro viene repitiendo esta alabanza. Por tanto, mis expectativas estaban por las nubes. Lo cual es siempre un error. Y cuando son altas más aún, pues enorme ha sido mi decepción. No se malinterpreten mis palabras, nos hallamos ante un filme muy competente con muchas virtudes, sobre todo soluciones visuales y narrativas muy atractivas, pero su irregular guión y ciertas decisiones tonales lastran mucho el resultado final.
En el Japón feudal de un mundo fantástico, Kubo es un niño tuerto que vive en una montaña con su poderosa madre, una especie de maga proveniente del linaje del Rey de la luna (Ralph Fiennes), su abuelo. Ambos se cuidan mutuamente, y él se gana la vida como narrador de historias en el pueblo, usando sus habilidades mágicas para dar a unos papeles la forma de sus personajes. Pero todo cambiará la noche en la que se queda fuera de casa, y las hermanas de su madre (Rooney Mara) aparezcan para arrebatarle el otro ojo. Iniciará entonces una aventura en la que, con el apoyo de dos inesperados compañeros, deberá hacerse con las partes de un objeto para derrotar a su maligno abuelo y a sus tías. Una aventura de fantasía en su variante más ligera y atemporal. Y que nos sitúa en un mundo hermoso que establece con acierto una iconografía y reglas propias. Y la frescura visual del filme es lo más valioso del mismo, pues sus propuestas de acciones y situaciones, y su construcción de criaturas y escenarios se manifiesta sin ataduras. Y la variedad de pruebas y desafíos, y las maneras en que están planteados, logran que el interés del espectador no decaiga durante todo el metraje, de estupendo ritmo. Y el juego que el argumento da para darle interés y nuevos sentidos a la propia textura de los universos en Stop-Motion permite un espectáculo de minucioso detallismo y resultados artísticamente aplaudibles. Sus personajes protagonistas funcionan muy bien, sobre todo en conjunto. El protagonista tiene carácter y personalidad como para que nos impliquemos en su historia, y su química tanto con su mentora mona (Charlize Theron) como con el personaje de alivio cómico (Mathew McConaughey) es dinámica, tierna y muy interesante.
El guión, lamentablemente, no está a la altura. Por muy fantástico que sea, lo abstracto que resulta la logística de los dos mundos (cielo y tierra), la estructura de las dos facciones de la familia de Kubo, o la magnitud y las características de las habilidades especiales de todos los personajes mágicos, hace que sea difícil que ciertas soluciones no resulten gratuitas, y le restan sensación de riesgo a algunos momentos de impacto. Del mismo modo, la identidad real de sus dos acompañantes les resta carisma e interés. Y el enésimo clímax final de batalla a uno con el villanísimo se siente un mero trámite. Y como en El libro de la selva de este año, estos trámites del último cine comercial de gran público me repatean. Nos merecemos algo mejor que el malo malísimo planísimo de líneas de diálogo de pura maldad, y que se afronte la amenaza con una oportuna aglomeración popular de un grupo nunca antes cohesionado.
Minuciosa y delicada en el aspecto artístico, y sincera y tierna en el apartado humano, esta aventura desprejuiciada ofrece amplios méritos visuales y un visionado trepidante. Pero cierto sensacionalismo barato de gran público (esos infantes deben entenderlo todo) la alejan mucho de Coraline. 7/10