Con el interés añadido del morbo de poder ver uno de los últimos papeles protagonistas del tristemente fallecido Anton Yelchin, se estrena en período estival una de las últimas sensaciones del cine de género, dirigida por un joven Jeremy Saulnier que ya se hizo notar con Blue Ruin. Manteniendo varias de las características formales del enfoque de aquella, y apostando por una fotografía perfeccionada y una atención mayoritaria en recrear una atmósfera opresiva, el resultado, por mucho que pueda parecer que es su argumento o la inclusión de Patrick Stewart en el reparto, es el manejo de un tono narrativo constante y rotundo, un ejercicio de supervivencia y tensión tan sencillo en su concepción como avasallador en su ejecución.
Ain´t Rights es un grupo de punk compuesto por cuatro adolescentes humildes que viajan en una camioneta por la vastedad americana en busca de tugurios donde poder dar conciertos. Un intermediario de dudosa confianza les consigue un evento en un local de skins neonazis. Todo fue bien, pero en el momento de abandonar el local uno de ellos presencia involuntariamente un crimen, se verán encerrados como rehenes en una habitación verde, refugio del cual deberán salir emprendiendo una lucha sin cuartel para salvaguardar su vida. Una premisa sencilla pero sugerente, que esta película de pequeñas dimensiones y modestos medios afronta sin desvíos ni adulteraciones con entereza. De una manera cruda, intensa, dura y violenta, pero sin elementos gratuitos. Nada se desvía del único ejercicio del realizador: crear una tensión irrefrenable que dure los 90 minutos de un realista relato de supervivencia. Y su uso de las herramientas cinematográficas para crear una atmósfera de inquietud y desasosiego es hipnótica. La ambiental música de los Blair, que complemente las ruidosas melodías Punk del garito y de nuestros artistas protagonistas, y la elegante y dinámica fotografía de Sean Porter (cuyos travellings laterales acrecientan el terrible ritmo) potencian una narración en la que el peligro se siente real. Los personajes principales son terriblemente dañados sin ningún tipo de reparo. Las hordas de violentos skins usan todo tipo de violentos métodos para matar. Y el filme hace un excelente uso de la logística del escenario (número de balas, herramientas, personas, perros, acoples sonoros…) para mantener al espectador asido al borde de su asiento. Todo lo que suponga abandonar la habitación es salir a una guerra en minoría. Pero es una solución inevitable.
Los personajes son creíbles, pero más allá del alicaído y triste pero valiente y fuerte protagonista de Yelchin, no llegamos a empatizar con ellos, además de resultar tontorrones, lógico por su edad y personalidad pero algo más de lo necesario. Y a todo aquel ajeno al mundo de las jerarquías skins le pueden resultar confusos los tejemanejes de la mafia de un Stewart algo desaprovechado. Las acciones de estos héroes improbables son lo interesante de este filme narrativamente sencillo, con poca profundidad más allá de las sensaciones causadas por el ritmo o la tensión del desafío. Poca hondura psicológica más allá, tanto para los personajes como para sus posibles dramas o porvenires.
Green Room es una película pequeña y sencilla con poca profundidad textual, pero ofrece una experiencia tan dura como intensa y entretenida. Un ejercicio de género trepidante y efectivo. 7/10