Ha probado el buen cine desde hace mas de un siglo que una imagen puede ser mucho mas eficaz para expresar la perspectiva, cualidades, intenciones y dudas de un relato de manera mucho mas evocadora y fascinante que la línea de diálogo o el texto sobreimpreso. La puesta en escena es una obsesión tan fuerte para este redactor como para gran parte de la crítica, y del mismo modo que el tono, atmósfera, look fotográfico o música ayudan a definir la personalidad de una película, la manera de construir encuadres por parte del cineasta puede ser la mejor herramienta para diferenciar su trabajo de cualquier otro. Por lo tanto, el presente artículo se plantea el siguiente desafío: argumentar las fortalezas y debilidades de los siguientes cinco largometrajes, de los mas atractivos de lo que ha ofrecido la cartelera española en 2023, a través de sus respectivas filosofías del encuadre. Siéntense y disfruten del experimento:
Desde las posibilidades del plano medio trabaja Davy Chou en la película más infravalorada del año: Retorno a Seúl, presentada en la sección Un certain regard del Festival de Cannes 2022. Uno de los más hondos y amargos retratos de las aristas de socialización de la presente generación de jóvenes y sus hábitos digitales, y una evocadora y certera reflexión sobre la soledad del emigrante. Para expresar en imágenes esta odisea individual de conciliación con el pasado, se recurre a la primera de las siguientes cinco filosofías del encuadre: el plano medio individual con poca profundidad de campo. La carismática e irascible protagonista se halla gran parte del metraje rodeada de familiares o extraños, y en este viaje de vaciados emocionales la frialdad de la urbe es determinante, pero no son pocos los encuadres en los que el foco se reduce a ella, dejando el fondo fuera de foco y concentrando así la atención en el conflicto interno y externo del personaje. La elección, a su vez, de las distancias de los personajes en campo y los elementos relegados al fuera de campo representa, de manera sencilla pero eficaz, la incomprensión de Freddie, especialmente dramática con su familia biológica a la que reencuentras tras décadas distanciadas. Un sensual, liberado de esquemas narrativos atados y afligido sin devaneos drama que se erige en uno de los trabajos mas ignorados e incomprendidos del año, seguramente por su manera de conectar con unos códigos generacionales muy específicos.
El minucioso control de las formas como reflejo de las temáticas del filme destacan desde los primeros planos de Tár, primer largometraje en 16 años de Todd Field protagonizado por Cate Blanchett, que se hizo con la Copa Volpi en el pasado Festival de Venecia. Un filme despiadado sobre los abusos de poder y el chantaje sexual en las altas esferas artísticas que representa el mundo de la música clásica y las instituciones orquestales como un ambiente perfeccionista, exigente y hostil. Entornos de aséptica higiene y desgarradora perfección donde el virtuosismo de los músicos se traslada a la rigurosa puesta en escena de Field. Desplazamientos laterales, encuadres calculados, iluminación precisa, composiciones simétricos, planos de duración acerada en montaje…la exigencia cerebral y psicología malsana de los personajes se traslada a la eficiencia gélida de la planificación. Planos elegantes y meticulosidad técnica que termina ahogando a la película, presa de un dispositivo que no la permite evolucionar con la finura expuesta en sus primeros minutos. La observación de obsesión quirúrgica brilla cuando los conflictos germinan morosamente, pero empalidece con sordina cuando la confrontación estalla. El cinismo cruel con el que se trata a sus personajes juega en su contra llegado el momento de conectar con ellos. El dilatado metraje reserva tiempo para el desarrollo pero acelera el desenlace, cuando aborda el delirio la mueca choca con la elegancia formal y, en suma, sus apariencias y temáticas refinadas no camuflan un tratamiento más zafio de lo que desea aparentar.
El desplazamiento de la cámara alrededor de los paseos de la pareja protagonista es el rasgo de estilo diferenciador de Crónica de un amor efímero, nueva película de Emmanuel Mouret tras la notable Las cosas que decimos, las cosas que hacemos. Otro trabajo delicado y elegante con ecos claros de Rohmer y la escuela europea de pequeñas producciones estivales de la palabra y el cortejo, en el que los actores deben ser el núcleo emocional y argumental que resalte, realzado por el preciosista apoyo musical y la lucidez del texto. Unas coordenadas expresivas que a priori apelan mas al imaginario teatral que al cinematográfico, pero el cine de Mouret logra con esas coordenadas un estilo transparente pero profundamente cinematográfico. Una puesta en escena en la que cada plano tiene un sentido y la cámara (que bascula entre el estatismo, la rotación o el travelling frontal) nunca se desplaza en vano, un ejercicio encomiable de criterio que demuestra una sensibilidad poco reivindicada para pensar la imagen. No son necesarios más que dos personajes y su posicionamiento, su órbita alrededor del otro, y sus trayectorias conjuntas en el espacio. La combinación de los dos actores, las localizaciones y la coreografía estilizada pero nada opulenta de cámara son los elementos determinantes en esta filosofía del encuadre. Un tono pausado naturalista y bucólico en el que los hermosos espacios no son arbitrarios, como demuestra la decisión de abrir largos planos de seguimiento con encuadres vacíos varios segundos antes de que la pareja, a los que ya oíamos, los habite. A su vez, los planos recursos de paisajes naturales como transición o en la coda final de abstracción romántica refuerzan un tono romántico y melancólico ajeno a la cursilería. Danza y sofisticación en la que la cercanía de los personajes al objetivo nunca se traiciona. Una confirmación más de Mouret como uno de los grandes realizadores de esta década.
El primer plano, la textura foto-química o la integración de la luz solar son algunos de los elementos expresivos mas característicos de la deliciosa L’envol/Scarlet de Pietro Marcello, nuevo trabajo tras la magistral Martin Eden. Una propuesta mas pequeña y de menor ambición narrativa, pero que comparte gran parte de los rasgos estilísticos del estilo único del realizador italiano. Una fábula romántica tan literaria como visual, a su vez clásica y narrada desde sensibilidades contemporáneas. Relatos sociológicos, políticos y aliñados de reivindicación de la resistencia artística. Cuentos manieristas y poéticos donde el formato y la textura visual es determinante. A la combinación habitual de materiales de archivo coloreados o en blanco y negro para aportar el toque histórico, aquí contribuyen a concentrar la esencia y la mirada en los personajes el fotoquímico de 16 milímetros y el formato cuadrado. Campo reducido para una historia de entrada a la madurez y del primer amor en contextos adversos que, en su alegato al valor artístico de la labor de los artesanos, abunda en planos cerrados de las rugosas manos de un personaje paterno que es, además de un asombroso acierto de casting, una de las mayores sorpresas del cine de 2023. Rojo, grácil soledad femenina, elipsis líricas y aderezos de fantástico para un ejercicio exquisito en su iconografía, atemporal cuento del Siglo XXI con la frescura del cine independiente italiano del mañana, que cambia al plano depurado y la centralidad en el rostro para reafirmar la genialidad de un Pietro Marcello que sigue ampliando nuevos horizontes de búsqueda.
Nos faltaba por explorar el fuera de campo, y ahí radica la mayor virtud de la excelsa puesta en escena de Llaman a la puerta, adaptación cinematográfica de la novela de Paul Tremblay dirigida por el muy talentoso y siempre interesante M. Night Shyamalan. Un angustioso y concentrado trabajo que si destaca como una de las propuestas más sólidas del primer trimestre del año es por su personal lenguaje visual, capaz de dejar lecturas y elementos para saborear en cada imagen. Un aprovechamiento expresivo extremo de las reducidas localizaciones y puñado de personajes, a los que a través de su alineamiento y bloqueo dentro del plano subdivide en grupos, representando las grietas, dudas y temores de la unidad familiar. La tensión es abrasadora y la violencia impresiona por su crudeza pero ante, todo, sorprende por la elegancia con la que es elidida del encuadre. La manera en la que se delimitan los planos para seleccionar ciertas partes de los cuerpos y dejar otros en fuera de campo es un recurso tan fresco como lleno de fuerza expresiva. Una enunciación de planos panorámicos que se sirve del minimalismo y el enclaustramiento del Apocalipsis en una cabina para cimentar un relato de suspense clásico que lo debe todo al dilema moral y al martirio psicológico. El argumento ofrece banalidades e ideas burdas, pero bien se agradece como vehículo para un Shyamalan que nos recuerda lo que siempre ha sido: un guionista tramposo, pero un realizador excepcional.
La profundidad de campo, el desplazamiento, la cercanía, la textura o el fuera de cuadro son rasgos del lenguaje del cine determinantes para que el filme que se proyecta ante nuestros ojos, sea cual sea el guion del que parte, sea esa obra única.
Comentarios
FRAMÉLICO, dícese del cinéfilo hambriento de buenos plano que se ve ante una escena desencuadrada