Tras las aparentemente deleznables El hombre de acero y Batman vs Superman: El amanecer de la justicia , ambas dirigidas por Zack Snyder (quien a día de hoy sigue sin haber dirigido un filme realmente bueno), el aún incipiente universo extendido de DC confiaba en su tercera película para un intenso y necesario despegue: Escuadrón Suicida, dirigida por David Ayer, que se ganó la atención de un servidor tras la notable Corazones de acero. Una propuesta que llamaba también por su interesante premisa y por ciertas decisiones estilísticas tomadas en la representación de los personajes que se intuían en posters y trailers. Y el filme no carece de elementos de interés, principalmente sus personajes, pero el montaje que los articula, sus inconsistencias tonales y un guión que hace aguas en todos los frentes provocan que la película sea un (ameno) despropósito.
En un mundo que se encuentra temporalmente indefenso sin la ayuda de Superman, la oficial de inteligencia Amanda Waller (una ruda e inquietante Viola Davis) decide reclutar un grupo de supervillanos ya apresados por metahumanos (superhéroes, vaya. De nuevo nos encontramos con el Batman de Affleck y algún invitado más, que no pueden faltar en esta estrategia corporativa de universos interconectados) para afrontar, y ejercer de cabeza de turco, en aquellos peligros de difícil contención. Agasajados con la recompensa de reducciones en sus respectivas penas, se verán obligados a cooperar y formar un grupo a pesar de sus individualismos y sus evidentes diferencias si quieren seguir con vida. La premisa de base, si se halla sustentada en unos personajes jugosos y una buena dinámica de equipo (como la que se desarrolla con calma en la sobrevalorada pero muy estimable Doce del patíbulo, principal referencia de la cinta que nos ocupa) tendríamos una película interesante. Y si en algo sí que llega a funcionar el filme es en la fuerza de los integrantes del equipo. Individuos variopintos e individualistas con habilidades variadas (Will Smith, lo mejor de la película, como un Will Smith experto en armas, un hombre cocodrilo, un australiano que lanza boomerangs, una joven desquiciada e hipersexualizada vestida de payaso, una japonesa con espada atrapa-almas, una bruja milenaria, un mexicano depresivo que lanza llamaradas…) que reciben un (mínimo) desarrollo individual y, aunque tengan poco tiempo para ello, acaban funcionando como equipo. Pero uno no puede sino lamentarse de que hayan sido situados en el lugar equivocado y de manera equivocada.
La trama que necesita este equipo de habilidades tan mundanas es una acorde a sus posibilidades reales y a su naturaleza gamberra, como un misterio de crímenes de terrorismo, mafia o drogas. La amenaza que plantea la película, un villano superpoderoso deleznable que pretende destruir porque sí de la manera más trillada y menos coherente, no es la que necesita este película. Diríase que se les echa a la boca del lobo sin ton ni son, pudiendo hacer poco. Y una vez observada la bochornosa manera con la que se le liquida en el clímax, bien hubieran valido unos milicianos. Vagan nuestros héroes en una constante escena de acción nocturna en calles vacías en las que, en lugar de hacer un uso ingenioso de sus habilidades o del trabajo en equipo, se limitan a darse tortas y adentrarse en eternos tiroteos vacuos filmados sin ninguna gracia. En pocas horas pasan de ser unos gamberros tiernos a unos corderos descarriados necesitados de cariño que se abrazan como una cariñosa familia sin razón de ser (terribles son las subtramas de la hija de Deadshot-Smith, la relación entre Flagg y June Moone o el drama familiar de El diablo). Cómo todo taquillazo norteamericano, no pueden faltar los momentos sensibleros y moraloides debidamente subrayados con música). El filme apuesta en sus minutos iniciales (a pesar de sus problemas, los mejores) por un enfoque gamberro y hortera, sustentados en una sucesión de flashbacks acompañados de grafismos chillones (demasiado cortos). Pero tan sólo una buena dirección artística (resulta gracioso conocer a los personajes por frases que llevan tatuadas o elementos de su indumentaria), ciertas escenas, chascarrillos no siempre acertados (La Harley Quinn de Margot Robbie llega a cargar en su intento constante por hacernos reír) y elecciones musicales (abusando de algunos temas trillados usados con nula elegancia) mantienen ese su tono original y elemento de mayor valía de la propuesta, siendo sustituida en su mayoría por el cotidiano y fútil (si no hay trasfondo) tono afectado y solemne. Aunque los flashbacks y los insertos de descripción de personajes, como escenas por separado, funcionen, pierden fuerza al articularse en conjunto de manera apresurada (las escenas de un curioso Joker, además de prescindibles, se sienten de otra película. Y de poco importa el origen de un personaje si luego este deviene en mueble) en un montaje de ritmos variados, que ahora acelera para introducirnos en materia y luego frena cuando, una vez presentados todos, no hay nada que contar.
Encontramos en este filme múltiples elementos formales o narrativos de interés que pudieron haber sido revueltos en la batidora con algo de empeño y dedicación para dar un filme realmente pandillero, pero lamentablemente el cóctel que se nos ha dado a digerir (intuimos que por desidia y por un exceso de manos en el proceso creativo) es un pasatiempo medianamente carismático pero tremendamente mal hilado, anodino y convencional en su base, ruidoso, inofensivo e incongruente. 5/10