En este curso 2024-2025 heredo el puesto de Editor de Cinema Ad Hoc, además de seguir colaborando en ella. En esta ocasión, escribo sobre una de las propuestas más aplaudidas del pasado Festival de Cannes: Emilia Pérez de Jacques Audiard. Disfrutadla:
Enmendar una vida
Podemos enumerar múltiples ejemplos de cineastas graníticos, cineastas acomodaticios, cineastas kamikazes o cineastas invisibles, pero no son tantos los que se nos vienen a la cabeza cuando pensamos en cineastas mutantes. Cineastas que saltan entre géneros y temáticos sin perder por ello el arrojo en cada una de dichas manifestaciones. El caso que nos ocupa es el de un cineasta galo respaldado desde siempre por el Festival de Cannes que con su nuevo trabajo está recibiendo un aplauso y repercusión social que le ha sido mayormente ajeno a lo largo de su carrera pero con el que, sin embargo, muchos tendrán a bien no vincularlo.
A semanas de que empiece a acaparar focos y fuerza para los Óscar, se estrena en España como aperitivo navideño Emilia Pérez, musical de narcotráfico mexicano dirigido por Jacques Audiard y protagonizado por Zoe Saldaña, Karla Sofía Gascón y Selena Gómez. Así es, una premisa lo suficientemente jugosa y estrafalaria para captar la atención de cualquiera, llevada a cabo con personalidad y arrojo. Sin embargo, pronto se confirman las sospechas cuando la ocurrencia no consigue trascender ni en intenciones ni en sensaciones, reducido el ejercicio a la alharaca.
Pocos entornos sociológicos mas tormentosos y lacerados que México y sus desaparecidos por las acciones de los Cárteles. Lastre para el progreso real de una nación y amenaza que impide a familias y ciudadanos sentirse realmente libres y sanar sus traumas. Es por ello que el personaje protagonista, esa Emilia Pérez que no busca huir de su pasado, sino enmendarlo, es tan interesante y complejo. Un líder que ha vivido décadas infligiendo dolor bajo una máscara y que opta por mantenerse cerca de los lugares y las gentes del pasado para corregir los delitos con buenas acciones, cobijada bajo un nuevo rostro que le abre puertas pero le cierra la puerta emocional de sus hijos y antigua esposa.
Un irreversible ejercicio de valentía posible gracias a la fortuna adquirida con la farsa de su primer personaje. Vivimos rodeados de muchas personas que no se atreven a cambiar su vida o su situación, y proponer un ambiente tan represor y masculino como escenario de una redefinición identitaria invita a ampliar nuestra mirada más allá de lugares comunes.
Personaje volcánico que, sin embargo, se encuentra fuertemente respaldado por un apoyo laboral y emocional inestable que, pese a que su nombre no se halle en el título de la película, es aún más protagonista en tanto vemos la historia desde su punto de vista. El gran foco del filme lo ofrece la portentosa entrega de una Zoe Saldaña memorable. Un personaje solitario que aúna fragilidad íntima con entrega y compromiso político, justiciera inquebrantable en su desempeño laboral que hace suyas las causas sus allegados. Y que, además, brilla especialmente como un hipnótico frente cinemático en sus bailes, ya que muchas de las secuencias musicales se apoyan en ella y le permiten lucirse en el apartado artístico más que los demás.
Y por último, mención merece el desplazado, infeliz y ambiguo personaje de Selena Gómez, secundario en acciones personales pero capital en influencia emocional sobre Emilia, al que la actriz consigue dotar de más interés que el del papel gracias a su gestualidad y sus dejes, siendo recompensada también por algunas secuencias musicales poderosas.
Como musical, es encomiable el afán del equipo creativo por construir su propia iconografía y sonido sin apoyarse en referentes reconocibles. La fisicidad intensa de las coreografías, aunada con el impulso de las tomas en movimiento, elevan unos números musicales poco memorables por armonías o letras, si bien estructurados desde un fresco sonido electrónico especialmente hábil en las introducciones atmosféricas de inicio y final de secuencia cantada. La cuidada fotografía esteta y su combinación de la noche, el polvo del desierto o los colores intensos baña a la producción de un acabado visual refinado que evidencian uno de los rasgos de su naturaleza: la de ejercicio de estilo para exhibir las vestimentas de Anthony Vaccarello, productor de la película.
La maniobra tiene carices suicidas, pero viene afrontada desde un claro oportunismo político. Las letras de algunas canciones se desvían de los conflictos principales de sus personajes para arrojar a la pantalla soflamas directas, puro mitin verbal disociado de las imágenes. Ejercicio populista de escucha de víctimas y desfavorecidos a los que, sin embargo, nunca se llega a integrar de manera efectiva en el desarrollo nuclear de los conflictos principales. Aderezo tangencial, intervalos de concienciación enunciados siempre desde el histrionismo emocional pero también desde la distancia. Y pese a la variedad de testimonios, el acercamiento a sus tragedias no va más allá del gesto.
La sensación que produce al espectador es análoga a la sensación de extrañeza al escuchar a los personajes principales hablar castellano. Tanto Zoe como Selena lo pronuncian con un acento anómalo, propio del que no está utilizando su lengua de uso habitual. Inevitable resulta por lo tanto que las declamaciones resulten antinaturales, fenómeno que contagia a todo el largometraje: resulta antinatural, resuena impostada, se enuncia desde una posición lejana. La conexión genuina de su realizador con los hechos nunca trasluce, el desarrollo atropellado se acerca a los registros de la telenovela y el conjunto siempre adolece de falta de verdad, de incapacidad para revelar significados allende la trama. Filme con arrojo e ideas estilísticas, sí, pero también musical de canciones endebles, que reposan en el efecto sorpresa de la propuesta para camuflar su medianía.
Exuberante, descarnada y ambiciosa, Emilia Pérez propone nuevas vías de experimentación genérica con candente mensaje social para, lamentablemente, acomodarse en la esfera de la ocurrencia. Propuesta pasional y virtuosa, llena de talento e ideas, pero que en última instancia aúna sus medios en pos de un fin difuso. Buena película, pero lejos de la obra mayúscula que tantos pregonan. El espectador deberá tomar partido.
Néstor Juez