Lectores del blog sabrán que servidor, como tantos y tantos cinéfilos y ciudadanos con intereses culturales, lleva años siguiendo la carrera cinematográfica del realizador italiano Paolo Sorrentino con mucho interés. Por lo que cuando supimos que iba a filmar íntegra una serie de televisión de 10 episodios sobre un papa ficticio, el interés por la contemplación del producto acabado era notable. Debutó en el Festival de Venecia con un recibimiento positivo, marcó éxitos de audiencia en su estreno en Septiembre y ya en 2017 ha podido verse en pantallas españolas gracias a HBO. Tras la soberbia Silencio y acompañada del visionado de la también excelente La última tentación de Cristo, estoy visitando productos visuales relacionados con la fe cristiana con inusitado interés, y la serie en cuestión parecía el plato adecuada para atacar durante las vacaciones eucarísticas. No pude visionarla de una sola tacada, pero sí pude seguir los episodios con mucha continuidad y durante un periodo muy breve. Y pese a no satisfacer plenamente las expectativas que despierta en sus primeros instantes, sí podemos afirmar que hablamos de una gran serie que se prevé que dure más (innecesarias) temporadas, dónde una extraordinaria estética y unos carismáticos personajes nos llevan de la mano por un viaje descompensado pero emocionalmente intenso.
El joven arzobispo de Nueva York Lenny Belardo (un diabólico y desatado Jude Law, más atractivo que nunca) es elegido en la última ronda de votación del cónclave vaticano como el primer Papa norteamericano de la historia de la Iglesia católica, y el más joven en ejercer el cargo, adoptando el premonitorio nombre de Pío XIII. Elegido por el apoyo decantado por las maniobras en la sombra del secretario de estado Angelo Voiello (un sublime Silvio Orlando, el mejor personaje en una serie de grandes personajes) para evitar la victoria del mentor de este, el conservador Michael Spencer (un también extraordinario James Cromwell), en detrimento de un joven de trayectoria intachable y aspecto mediador y manipulable, Lenny se revela como una apuesta fallida y como el Santo padre más radical de los últimos siglos. Vengativo y rencoroso desde su infancia de huérfano con su amigo y futuro cardenal Dussolier (Scott Sepherd) y con la Hermana María, futura asistente personal del Pontífice (Diane Keaton), sin sus padres hippies a los que nunca ha podido encontrar, aplica su resentimiento con el mundo recurriendo a medidas oscurantistas y discriminatorias durante su gobierno papal. Una comedia plagada de dramas de personajes y pasados sin cerrar en un utópico relato sobre las maquinaciones vaticanas y las peligrosas derivas que podría tomar la iglesia si se ajusta a sus difusos márgenes de poder. Un relato de madurez, en el que Lenny experimenta una evolución en pos de la paz personal a través de un camino pontifico de experimentación. Una fuerza de la naturaleza, impredecible, que halla tantas dificultades tanto conectando con sus escasas amistades (destaca en este aspecto el entrañable monseñor Gutiérrez, interpretado por un Javier Cámara que rodeado de un elenco de esta envergadura tiene más complicado brillar) como estableciendo una conversación fructífera con Dios. Una mirada gamberra a la estancada y corrompida institución y los entresijos y trapos negros de los cardenales. En este viaje alrededor de un Papa que no quiere ser una imagen pública o mercantilizada, ni ayudar al fiel a acercarse a Dios ni a hacerle la vida fácil a pedófilos, negros o homosexuales (a los que mete burdamente en un mismo saco), asistimos fascinados al desatado ejercer del fotógrafo Luca Bigazzi (extraordinarias tomas en movimiento, planos aéreos y encuadres armónicos) y del compositor Lele Marchitelli (aunado con una soberbia selección de canciones preexistentes), y sobre todo al alucinante trabajo de ambientación del equipo de localización y dirección artístico, que recurrió a palacios reales y recreó con majestuosidad la Capilla Sixtina y demás espacios señeros en los que fue imposible rodar. La película afina ante todo en su grotesco tono felliniano de comedia subversiva, haciendo un vivaz uso de la iconografía cristiano con fines cómicos y políticamente incorrectos, pero se pone reflexiva e introspectiva en no pocos momentos, aderezando pláticas sobre fe con escenas dramáticas espectaculares. Una serie de pequeños grandes momentos que hacen la experiencia global muy placentera.
Del mismo modo que el desempeño técnico de todo el equipo es deslumbrante, el argumento de este compendio de excelencia audiovisual se muestra argumentalmente deslavazado. Si bien clausura todas sus líneas narrativas, y todos los arcos de personajes experimentan una evolución positiva, no todos los temas reciben el mismo tiempo de exposición y no todas las subtramas son abarcadas con la misma eficiencia, dejando al espectador con ganas de más en varios frentes (hambrientos nos quedamos de más Tonino Pettola, y el caso Kurtwell recibe al final un tratamiento depurado pero muy concentrado, en un sólo capítulo. De igual modo, las vicisitudes del pequeño Pío se desvanecen de manera disimulada). Es un proyecto extremadamente ambicioso, y en el plano conceptual y temático no llega a los suficientes niveles de complejidad para ser redonda, en tanto no innova. En ese balance de tonos, no logrados por igual, se encuentra tal vez la mayor pega de la serie, que no es lo suficientemente chanante para ser una gran gamberrada ni lo suficientemente incisiva para resultar transgresora. Se sabe y siente hermosa y efectista, y tal vez por ella, aunque notoria, peque de complaciente.
Provocadora, hilarante y tensa, El papa joven ofrece ante todo una experiencia de visionado muy disfrutable al espectador, que tan sólo por su factura audiovisual hará las delicias del cinéfilo pese a no rematar con plenitud de manera argumental. 8/10
Comentarios
Obra maestra. Con intencionalidad moderna, sin perder la magedtuosidad y entramado deshonesto de el mundo del Vaticano.
Invitación a la reflexión.
El acto de fe es voluntario y gratuito.
He disfrutado muchísimo viendo verdadero arte