El demonio de Neón – La criogenización de la doncella

En 2016, Cine, Críticas by Néstor JuezDeja un comentario

La décima película del veterano y polémico director danés Nicolas Winding Refn se estrenó en Cannes entre abucheos. Como tantas obras de su completa filmografía había levantado pasiones en uno y otro bando, en esta ocasión con una candencia inusitada. Pero como tampoco es inédito, la recepción de la obra cambió con los meses, y tras su paso por Sitges empezó a crear un culto de fieles seguidores a su alrededor. Su estreno en España se hizo esperar, pero una vez se produjo acudí raudo a la sala de cine con los dientes largos. Tamaño revuelo, en el caso de la obra del autor que nos ocupa, sólo podía implicar una cinta como poco interesante, y la temática invitaba más que nunca a la estilizada estética a la que el danés se presta, en una parada que prosigue su deriva creativa hacia la experimentación formal y el abandono de las narrativas convencionales.  Y concluí la proyección habiendo encontrado lo que esperaba y con una amplia sonrisa. Había visionado probablemente la obra más radical a nivel estructural y conceptual del realizador (que brilló con Bronson y aún más con Drive, satisfizo con Sólo Dios perdona y defraudó enormemente con Valhalla Rising), y tal vez la más extrema y agresiva o polémica a nivel moral. Pero con todo, con unos objetivos afrontados con ambición y resueltos con soltura, y un relato, aunque excesivo, excelente y vastamente pulsional. 

the-neon-demonLa jovencísima Jesse llega a Los Ángeles huérfana de padres con su arrebatadora belleza como único activo y el deseo de llegar a ser alguien en el mundo de la moda. Gracias a la bisoñez que transpira y a su belleza pura y natural, sigue una evolución meteórica en el universo de las pasarelas, provocando envidia y desolación entre sus veteranas compañeras. La joven, que tras su aparente fragilidad esconde una personalidad depredadora y sin escrúpulos, se adentrará sin remedio en un abismo de vanidad y envoltorio, de tiburones y muñecas rotas y de falsedad y apariencia. Una película articulada no tanto sobre un cuento sobre la pérdida de la inocencia, que parte de eso hay también, sino un retrato psicológico sobre la malsana obsesión hacia la belleza y una feroz crítica al represivo mundo de las top-models y la hipercompetitividad de estas mujeres destruidas para devenir en estatuas orgánicas. Una narración audiovisual sobre el brillo, el neón, la purpurina y el maquillaje, y de sus efectos sobre delgados y estilizados cuerpos femeninos. El fashionfilm definitivo, pero también uno de los mejores giallos contemporáneos, deudor del mejor Argento. Una película sobre sensaciones que, pese a su frialdad, sordidez y morbo incómodo, transmite un torrente de ellas. Un producto atmosférico tenso y envolvente, seductor y agresivo, que consigue imbuir al espectador a la desolación onírica de la psique de una Jesse que se adentra en el infierno de terciopelo y luces rojas y azules. Una obra dónde Refn saca las mejores artes de su directora de fotografía Natasha Braier y la magistral banda sonora del habitual Cliff Martínez. Un espacio intangible dónde Elle Fanning nos seduce con su magnética presencia y su sensualísima gestualidad y Jena Malone nos sorprende con un personaje tan amable como desestructurado y feroz, aquejada de cuestionables filias. Barroquismo visual y asepticismo interpretativo entre las gentes que pueblan estos decorados tan bellos como letales y vacíos. Y en esta hipérbole que envuelve a este relato metafórico y abiertamente poco realista, como no podía ser de otra manera, también se abraza el horror, y las representaciones icónicas de los diferentes sentidos y grados de la devoración. Un ejercicio de provocación incómodo a la par que coherente, que hila por el camino no pocas secuencias de gran potencia cinematográfica. 

Una película que, por su actitud provocadora, bien puede causar un comprensible rechazo, pues acompaña su trémulo ritmo narrativo y su pretenciosidad con morbo, crueldad, onanismo heteropatriarcal y derivas regodeantes y, si no prescindibles, mesurables hacia la violencia física y la perversión de los tabúes. Y como en otras ocasiones, surge el debate de si estos productos deberían considerarse videoarte y proyectarse como tal en los circuitos propios de este contenido en lugar de venderse como película comercial. No entraré ahí, pues como cinéfilo insaciable pretendo no vallar mi concepción de película, pero sí que es cierto que aunque el filme busque hepatar e incomodar, y dentro de su discurso la violencia tenga una razón de ser, ciertas derivas de su tercer acto, sino evitadas, podrían haber sido tal vez manejadas con menor subrayado y morbo. Pero en este caso, y por vez primero en el caso de Refn, creo que estos excesos e imperfecciones son consecuencia lógica y peaje casi necesario de la elaboración de un producto como este, y las grandes virtudes y el calado y pulsión que presentan las grandes secuencias de esta película bien invitan a tolerar estas pruebas que se pone a nuestra paciencia. Más que nunca, estas salidas de tono se erigen en virtud, ya que si esta película impacta, que si no lo lograse habría fracasado en su objetivo, es en parte por estas pústulas. 

A aquellos estómagos sensibles que no toleren la perversión física y moral en pos de una gratuita búsqueda de estilo y forma probablemente debería huir de esta película, que en su actitud de producto arriesgado y radical pero sincero, que por vez primera en la trayectoria de Refn no pretende ser sino pura experimentación. Pero si entramos en la sala de cine y miramos a la gran pantalla en búsqueda de dejarnos llevar por sus pulsiones sensoriales y engatusar por la belleza de la imagen y el sonido, hallaremos muchas delicatessens que deleiten su paladar en, le pese a quién le pese, una de las películas del año. 8/10

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