Este curso he empezado un Máster de crítica cinematográfica organizado por la Escuela ECAM en colaboración con la revista Caimán Cuadernos de Cine. Os dejo el segundo texto del Taller de Escritura, dedicado a la película Titane de Julia Ducournau, tratada previamente en la cobertura del pasado Festival de San Sebastián. Espero que os guste:
El cuerpo amador
Los humanos somos seres orgánicos y sociales. Nos marcan la búsqueda de afecto y la relación con nuestro cuerpo. Son estos los dos grandes temas en los que se enfoca Julia Ducournau con Titane. Para ello se sirve de unas formas fílmicas estridentes, con los que consigue unos resultados tan interesantes como descompensados.
Titane es un filme enérgico, explosivo. Que logra aquello nada sencillo de, recurriendo a referencias reconocibles, construir una personalidad propia. Se sumerge en las complejas realidades psicológicas de sus dos personajes principales con una decidida intención de incomodar y de sembrar la semilla para un debate provechoso. Un debate que ha supuesto el mayor problema en la recepción de esta película. Una vez pase el tiempo y se acalle el ruido, quedarán al descubierto las carencias cinematográficas de una película tan ambiciosa como flagrantemente irregular, a cuyo alrededor se ha creado un relato independiente de su calidad intrínseca.
Vincent y Alexia desean formar una familia en la que se sientan integrados. Una familia creada que encontraran en el otro. Guardan relaciones conflictivas con sus cuerpos, al que fustigan de formas diversas. La relación entre ambos personajes es el elemento mejor desarrollado de la película. Como drama melifluo tiene recorrido emocional. Lástima que esta sea la vertiente menos sugerente del largometraje. Sin embargo, durante los primeros compases el filme apuntaba líneas discursivas alrededor de nuevas formas híbridas de la carne, relaciones maquinales o el asesinato como rutina apática tan desconcertantes como estimulantes. Pero no tiene reparos en traicionarse a sí misma tan pronto como se produce una sorprendente escena sexual, abandonando sus sorprendentes nexos con lo fantástico para acomodarse en el relato sentimental. Nada garantiza que estos extravagantes y perturbadores caminos fueran resueltos de manera plenamente satisfactoria, pero este fracaso habría resultado mas fascinante que el término medio por el que Ducornau se decanta.
Varias secuencias demuestran el pulso en la realización de la gala. Su uso heterogéneo de códigos del terror es encomiable. Sostiene durante todo el metraje una incómoda abrasión malsana. Pero no trasciende su deseo de epatar, el efecto de un primer impacto que no resuena en nuestras profundidades. No puedo evitar pensar que la afinidad del público con sus temas ha jugado en contra de una película tan valiente en sus ambiciones como limitada en su alcance expresivo.
Néstor Juez