Conocido por haber escrito algunos de los guiones más populares de las comedias de acción de policías de los 90 (tales como Arma letal o El último Boy Scout), Shane Black afronta ya su tercera película como director recuperando esta esencia, ambientando la acción en unos años 70 representados con una nostalgia muy retro. Abogando por la química de sus dos personajes protagonistas como baza principal, el filme presenta una intriga policial violenta y convulsa manejada con ritmo, soltura visual y un humor efectivo, pero se ve terriblemente lastrada por unas dosis de ñoña apología familiar, una intriga enrevesada e inverosímil y, como no, un enfoque chabacano e infantil.
Jackson Healy, un cínico Russell Crowe, es un matón a sueldo fornido y bonachón acostumbrado a encargos pequeños de vecindario. Un día, una chica joven llamada Amelia le contrata para que fuerce al patán detective privado Holland March (un desfasado Gosling) para que deje de buscarla. Estos caracteres tan enfrentados acaban trabajando juntos, en un caso en que el mundo del porno se entremezcla con las altas esferas del mundo judicial, los crímenes se suceden y el crimen se ramifica, y nada es lo que parece. Una historia detectivesca de investigación cuya identidad reside en la comedia desenfadada. Y en cuanto al humor se refiere, la película funciona bastante bien. Principalmente debido al diálogo absurdo y ágil, y a la química que se crea entre la improbable pareja de detectives. La realización y dirección de fotografía funcionan adecuadamente, imprimiendo dinamismo a través de los encuadres y logrando un look con ruido (imagen borrosa) en los planos generales para dotar a la película del aspecto setentero. El montaje y la narración en off contribuyen a crear un producto audiovisual raudo y de visionado sin bajones de ritmo, aderezado con escenas de acción intensas y potencia en la violencia. Referentes pop y música del momento, reforzando ese homenaje nostálgico y también paródico de esa época y su cine. Pero el argumento que rodea esta atractiva fachada no se sostiene.
La película, de graciosa, resulta inmadura. Más que inmadura, infantil y chabacana. Los chistes de humor físico funcionan más que los gags de Jerga, muy facilones y forzados. Y tras 80 minutos uno percibe que le tratan de tonto y no le exigen que piense, porque a la que se intenta elucubrar la trama de organización criminal que pretende matar a la reivindicativa Amelia, hija de una Kim Basinger que les contrata, siguiendo las órdenes de un personaje inesperado de la alta esfera social resulta burdo de puro tonto y exagerado, en ese intento de querer exagerar a niveles pantagruélicos disputas personales. Pues el asunto familiar y la bondad de los personas adereza al film por completo, perjudicándole en demasía con una moralina simplista y peliculera. La relación de Gosling con su resolutiva hija es el epítome de este problema. Y si a eso le sumamos persecuciones, batallas y tortazos ruidosos, alargados y excesivos, la sensación de que hay poco trigo bajo la paja es inevitable.
Formalmente llamativa en tanto homenaje setentero, Dos buenos tipos nos presenta dos buenos personajes interpretados con carisma, cuya química sostiene un filme al que ni siquiera su humor efectivo salva del fracaso. 6/10