En este curso 2022-2023 continuo colaborando con los compañeros de Revista Mutaciones. Esta vez escribo sobre uno de los estrenos mas sobrevalorados del primer trimestre; The Quiet girl de Colm Bairéad. Disfrutadla:
Delicadeza encorsetada
No hay desafío más estimulante para un crítico que descifrar y argumentar como el equipo creativo de las películas usa el lenguaje cinematográfico para activar nuestro aparato emocional. Desde la filosofía de la sutileza y la sensibilidad, codificada desde la filosofía discursiva del cine de festivales, es casi inevitable que las ramas no nos permitan ver el bosque. Nos encontramos ante un singular caso de drama europeo en el que, por sus códigos lingüísticos, se ha rebajado dicho pensamiento en su recepción. Se estrena The Quiet Girl (Colm Bairéad, 2022), título presentado en la Berlinale de 2022, estrenado en España en la SEMINCI del pasado octubre y candidata por Irlanda al Óscar a Mejor Película Internacional. Un filme sensible y virtuoso cuyas fortalezas son claras y evidentes, como muchos más camufladas están sus flaquezas, que residen en la manera en la que Bairéad aplica el dispositivo estilístico a su película.
La película se edifica alrededor de un rostro, el de una frágil y hermosa figura humana de porcelana que encarna a la perfección el modelo estético tradicional de niña buena, vestimenta y peinado incluido. Una criatura inocente y muda, encerrada en sí misma. Resignada a la incomprensión de su familia y al aislamiento de una realidad cruel, donde los rencores se enquistan. El drama que se presenta en The Quiet Girl es el de un entorno desgarrado sumido en el silencio del resentimiento, pero de violencia soterrada. Su preciosismo fotográfico es evidente desde el primer encuadre, sirviéndose de la incidencia directa del sol para realzar la belleza bucólica de unos parajes campestres cuya luminosidad contrasta con el dolor callado de los personajes.
Sin embargo, las virtudes más ponderables del filme se encuentran en otras facetas menos ostentosas, como lo es su capacidad de condensar la identidad cultural de la Irlanda rural de finales de siglo en pequeños detalles; desde la actitud de los personajes a la hora de trabajar el ganado a sus ambientes de ocio. Es a su vez todo un acierto de filmar la película en idioma irlandés, que junto a la utilización lírica en los compases finales del filme de melodías celtas aportan al relato unas dosis de melancolía sincronizadas orgánicamente con la estrategia del guion de Bairéad. Un drama de crudeza familiar donde el conflicto apenas se enuncia. Los rastros del pasado en el papel de pared del hogar provisional de la niña protagonista, o la mirada esquiva de sus nuevos padres, permiten intuir el trasfondo dramático de este nuevo espacio mejor de lo que lo harían las palabras. Película y niña, ambas, calladas. Película, también la que su estilo preciosista se aplica con una rigidez tan evidente como calculada.
Las emociones buscadas por los realizadores, así como sus objetivos expresivos, deben emerger de manera fluida desde la integración de los elementos del filme, presentados con coherencia interna desde una personalidad reconocible. Sin embargo, el cine de festivales nos bombardea con propuestas que apuestan por lo contrario: ejercicios calculados en los que el estilo se aplica desde una homogeneidad granítica, cual rígido marco al que el filme debe plegarse dócil. Un estilo al que la narración debe abrir paso en cada secuencia, para que se estampe en cada imagen con una preponderancia innegociable. The Quiet Girl, como habrán intuido, sigue esta filosofía creativa, aplicando sus recursos formales de las maneras mas evidentes.
Sus armoniosos encuadres, o los estilizados posicionamientos lejanos de la cámara, se construyen desde un blocking de los personajes calculado para que destaquen, así como un tempo moroso establecido desde la intención de remarcar insistentemente la delicadeza de la película (para continuar con los manierismos del cine de autor, recurrimos también a un formato cuadrado tan elegante como aparente). La música se entromete a menudo para realzar las emociones que el espectador, puntuando una experiencia teledirigida en la que la planificación hace imposible cualquier abanico de matices en la interpretación del relato. La experiencia como espectador con The Quiet Girl es tan tierna como monótona y plana. Nunca hay duda sobre lo que debemos sentir o reflexionar. Es un viaje tan obvio como rígido, que se niega a sí mismo la capacidad de desbordarse. En su afán de sencillez, resulta tan emotiva como falta de vida.
Por lo que representa en tanto drama pequeño de concentrada identidad irlandesa, The Quiet Girl ya es una propuesta singular, y sin duda reconfortante y sentida. Su ejecución es tan cuidada que es tan pertinente deleitarnos deteniendo la mirada en su superficie como lastimar que sus talentosos responsables no utilicen su voz de una manera más estimulante. Queda en el espectador decidir por sí mismo.
Néstor Juez