De nuevo he colaborado con los muchachos de Videodromo. Ha sido para hablar de una de las competidoras de la pasada temporada de los Óscar; la Cyrano de Joe Wright. Disfrutadla.
Cyrano: Poemas estandarizados en acordes
El nuevo trabajo del impredecible Joe Wright propone un barroco experimento de reformulación pop de la obra de teatro de Edmond Rostand tropieza al trazar un paisaje emocional plano y tosco.
Teatro, poesía y musical
Servidor agradece enormemente la existencia de aquellos realizadores cinematográficos que abrazan la experimentación y el riesgo con cada nuevo proyecto que emprenden. Desde la adaptación literario al cine histórico, pasando por tributos hitchcockianos o por fábulas de acción, el manierista realizador británico Joe Wright lleva veinte años construyendo una filmografía muy heterogénea, recibiendo por el camino tanto el aplauso entusiasta de público y academia como recibimientos críticos que han basculado desde la fascinación hasta el más intenso rechazo. En esta ocasión, y a tiempo para recabar una nominación a Mejor vestuario, prueba suerte con Cyrano, una versión musical de la historia del espadachín y poeta narigón Cyrano de Bergerac, obra de teatro de Edmond Rostand que ya fue adaptada con grandes resultados en el cine con la dirección de Jean-Paul Rappeneau y el protagonismo de Gerard Depardieu, a quién toma el relevo en esta ocasión Peter Dinklage. El resultado final, por mucho que nos ofrezca un gran trabajo del actor acondroplásico, es tan bien intencionado como pobre.
Cortejo, duelos a espada y piruetas con la palabra vuelven a estar en el centro de una narración audiovisual que siempre procura mover la cámara con cierta ambición expresiva, si bien apenas consigue frutos de relevancia plástica en instantes aislados. Su pericia técnica no puede ser ignorada, y tanto en secuencias musicales como en momentos de conversación se nos deleita con travellings o grúas ambiciosos y dinámicos. Como buen trabajo con elevados niveles de producción, el desempeño del departamento de dirección artística, vestuario o maquillaje está más que suplido. Sin embargo edifican todos ellos un acabado visual impersonal, lavado, demasiado higiénico. Una apariencia neutra mas propia de una producción Disney.
Ya desde su apertura queda remarcada la naturaleza teatral de la propuesta (no en vano, venimos de aquella atractiva Anna Karenina con Keira Knightley), con desplazamientos laterales sobre fondos preciosistas. Y si bien se mantiene la poesía, la gran novedad aquí es la introducción de intervalos musicales, que van desde la balada clásica al rap, que Wright logra elevar en ocasiones gracias a creativas propuestas coreográficas. Sin embargo, el gran musical aspira a desarrollar la narración a través de la música. En esta película apenas logran ser apéndices aparatosos, evidentes maneras de reiterar los conflictos que la escena previa ya había logrado transmitir.
Romance, relato y fraternidad
La mayor torpeza de la película se halla en su manera de dar forma al romance. La pasión a tres y el deseo entre Cyrano, Roxanne y Christian es un elemento determinante para que el núcleo emocional del filme resuene y se gane así el corazón de los espectadores. La película funciona como solvencia en su transcripción de relatos, tanto en lo que se refiere al amargo relato bélico, político e histórico que subyace en el trasfondo como en el relato oral de las fantasías de Roxanne, las cartas que Cyrano escribe haciéndose pasar por Christian o las ensoñaciones declamadas a viva voz de cada uno de ellos. También cumple en su desarrollo del vínculo fraternal entre Cyrano y Christian, cuya amistad resuena especialmente en el fragor de la nevada batalla. Pero lamentablemente, la química amorosa entre Roxanne y Christian es absolutamente inexistente. Tiene más magnetismo entre Roxanne y Cyrano, pero comparten menos escenas de intensidad romántica. Pero para una película enteramente apoyada en la tragedia amorosa, que nunca sintamos una pasión real entre los implicados es una rémora mayúscula.
¿Lirismo o intensidad?
El mayor activo de la obra de Rostand y la adaptación de Rappeneau era su manera de tramar un intenso y trágico sentimiento romántico desde un lirismo poético afectado pero elegante, con el histrionismo y la mueca justa. Su capacidad de transmitir el desgarro desde los gestos mas controlados. Todo ello no sucede aquí, donde nos encontramos ante una versión mas obvia y explicada, para apelar a todas las audiencias y asegurarse de que pequeños y mayores no tengan duda alguna de cómo deben sentirse en cada momento. Es una película intensa, sí, pero intensa en tanto ruidosa. La música entra en juego para exclamar el discurso amoroso de la obra original, y lo hace de la manera más burda posible. Tan subrayada y azucarada que resulta de una unidimensionalidad ramplona, familiar y muy poco estimulante. Un intento evidente de manipulación emocional que frustra especialmente viniendo de un realizador talentoso como Joe Wright. Un panorama discursivo, como mencionaba previamente, especialmente cercano a Disney.
Una producción aparente que cumple expediente y seguramente funcione con moderación en taquilla, pero que confirma un estadio poco inspirado en la trayectoria del británico del que esperamos salga pronto.
Néstor Juez