Dentro de la exitosa generación de cineastas americanos de los 70 (Scorsese, Spielberg, Coppola, De Palma), no hay caso más peculiar que el de Paul Schrader. Tras ser el guionista de las primeras grandes obras de Martin (Taxi Driver, su obra maestra Toro salvaje) y dirigir clásicos como American Gigolo o Mishima, una vida en cuatro capítulos, viene tomando una deriva en las últimas décadas hacia el ostracismo industrial y la autoría independiente y espartana, estrenando obras culturalmente incomprendidas que por lo general han supuesto estrepitosos fracasos de taquilla y división crítica. En esta ocasión, uniendo fuerzas con Nicolas Cage (deseosos de colaborar de nuevo en una obra con plena libertad artística, tras una experiencia previa en la que sufrieron de las imposiciones de los productores sobre el producto final), actor prolífico (y a ojos de un servidor, muy competente) de crédito desprestigiado tras años personándose en infinidad de subproductos, se daban todos los factores para estimar que nos encontrábamos ante un producto de baja estofa. Pero tras su paso en puntillas por Cannes y Sitges, ganó una pequeña corriente de apoyo crítico en los medios. De ahí que me acercase al visionado, intrigado por el argumento y la promesa de una historia de juego y experimentación formal y temática. Y menos mal que así lo hice. El hechizo que en mí ejerció el producto no estuvo exento de grietas, pues todo delirio que apuesta por el exceso conlleva riesgos estilísticos y argumentales, pero pese a todo disfruté horrores de una muy divertida comedia irreverente, impredecible y ajena a las convenciones, que se adentra sin prejuicios en la violencia y las drogas con antihéroes sorprendentemente entrañables.
Troy (Nicolas Cage, gustosamente histriónico desde una sorprendente contención, tratándose de él y teniendo en cuenta la película que nos ocupa), Mad Dog (excelente Willem Dafoe, psicópata inestable y bipolar) y Diesel (un Mathew Cook que da cuerpo a un matón inesperadamente sensible) son tres ex-convictos unidos en una familia fiel por su deseo de aprovechar la condicional y no volver jamás al talego. Son contratados de manera clandestina y periodicidad variable por el mafioso Greco (un Paul Schrader muy efectivo) para hacer trabajos al margen de la ley (interceptar alijos, ejecutar tal asesinato, tal secuestro…) que les permitan vivir durante un tiempo en el desenfreno de la droga y los clubs nocturnos hasta que, habiéndose agotado el último centavo de esos miles de dólares, necesiten desesperados un nuevo trabajo. Hasta que un encargo arriesgado salga mal y de al traste con esta familia. Un retrato políticamente incorrecto de indeseables vagando en el alambre. Propuesta de género pero narrada desde fuera de las convenciones, apostando por un enfoque gamberro y transgresor, rozando peligrosamente el mal gusto (para un servidor, tal vez cínico, con sorprendente efecto cómico). Un riesgo formal que puede conllevar un encasillamiento en el cine B, pero sería un error triste en el que no caerá el espectador observador, pues pese a estridentes grafismos alucinatorios para las escenas de consumo de droga y cortinillas de estética dudosa, nos hallamos ante un filme muy bien realizado, en el que el fotógrafo Alexander Dynan hace un uso muy expresivo de los colores de los escenarios del filme, diferenciando tonos oníricos, realistas u psicodélicos. La música de Deantoni Parks cumple para crear un tono malsano de relato criminal no exento de un tono introspectivo, reflejado en locuciones en off escenas de escapismo. También se percibe el buen guión en los diálogos, en los que los personajes discurren sobre temas variados y no siempre relativos al oficio o al relato en el que operan.
Al espectador moralmente firme y ajeno al cinismo o al humor negro, ciertos permisos que el filme se toma hacia la violencia gratuita o la apología de la mala vida le epataran. También lo harán el tono grotesco que presenta el filme en su conjunto y chirría en escenas puntuales. Y al espectador que exige sustancia en sus películas, un relato breve sobre tres delincuentes malviviendo en sus patéticas existencias puede resultarle escaso. Y la contraindicación de apostar por un desarrollo narrativo impredecible conlleva en este caso el paso por escenas absurdas o innecesarias. En definitiva, su reparto, temática y la envergadura de su producción provocará que se la etiquete en una categoría en la que no merece estar.
Como perros salvajes, una de las mejores películas en las que Cage se ha visto envuelto últimamente, no es necesaria, y por supuesto no es para todo el mundo, pero es un producto muy creativo y recomendable para aquel que mire sin constricciones mentales. 7/10