Vivimos en tiempos de cobardía opinativa. En esta era de máxima interconectividad hemos tendido a formar corrientes de opinión masificadas que acostumbran a acatarse sin juicio. Obras cinematográficas determinadas están recibiendo opiniones que por algún ignoto motivo debemos aceptar no sólo como ciertas, sino como un canon. Un canon que los usuarios de la nube aceptan de cara a sus cercanos, y del que discrepar suponga tener que disculparse y exponerse a que su criterio quede desacreditado sin siquiera llegar a desarrollarse.
Adentrándonos en este dilema, llegamos inevitablemente a La guerra de las galaxias. Y negar el impacto de esta saga en la cultura popular y cinematográfica y la calidad de la primera trilogía es ingenuo, innecesario y falaz. Negar que la segunda trilogía es deleznable, sin embargo, es necesario. Y negar que la tercera trilogía va a ser mucho mejor que la anterior es urgente. Y a ello me dispongo, con plena certeza de que lo que digo es cierto.
Efectivamente, los nuevos episodios no eran tan buenas películas cómo las antiguas. Efectivamente, no eran lo que esperábamos. Eran diferentes. Lo cual en absoluto es malo, sino todo lo contrario. Eran diferentes, y sobre todo necesarias, y su existencia engrandece la mitología de la saga, y ofrece una hexalogía de apasionante narrativa que ofrece al espectador una experiencia mucho más plena.
Estas películas contaban una historia que necesitaba ser contada. La narración pudo haber sido más fina, pero cuanto amplía la épica y dimensión mítica que ya apuntaba la saga en los ochenta. La trascendencia de la narración se incrementaba al expandir el drama personal del padre de Luke, el protagonista primigenio, para transformar a uno de los mejores villanos de la Historia del cine en el protagonista absoluto de esta epopeya de caída y redención, tanto a nivel político de cara a la galaxia, a nivel ideológico y moral de cara a la institución Jedi o a un nivel personal de cara al devenir del elegido Anakin.
Evidentemente las pantallas verdes, cierto apresuramiento, Hayden Christensen y su romance fueron defectos notorios, pero no debemos despreciar los estupendos guiones de estas películas, así como su banda sonora, producción, ciertos personajes y el impacto emocional que ritmo narrativo y recursos cinematográficos formales lograron en no pocas ocasiones.
Allí donde Lucas pretendía ampliar con relativa suerte su tragedia galáctica, Disney no pretende sino abarrotar sus arcas con el dinero de nuestros bolsillos. Y este es un fin que nunca debemos olvidar, por mucho que los medios que utilicen para ello sean vehículos cinematográficos formalmente cuidados. Vehículos orquestados por el ilusionista Abrams, todo un vendedor de humo en lo que a narrativas convincentes se refiere. Y si el fuerte de esta producción, el cual exhiben con profusión en todos sus materiales promocionales, es la mera nostalgia, no debemos sino desconfiar.
Y este es sólo un simple caso de opinión mayoritaria impuesta en las redes terriblemente errada. Para otros ejemplos (Marte, Birdman, El atlas de las nubes, Kingsman) ya habrá ocasión de sacarlos a colación, pero por el momento finalizo aquí mi reflexión.