Estrenada en Sundance y en la sección Una cierta mirada de en el último Festival de Cannes, la última película cómo realizador del también actor Matt Ross ha sido una de las propuestas de cine independiente más aplaudidas del año, y aplaudida como una de las películas más sorprendentes de lo que va de un excelente curso cinematográfico (sobre todo en el mundo festivalero). Y en parte no se equivocaban, pues esta comedia familiar, optimista y liberal, es una bocanada de aire fresco. Una película sobre libertad y felicidad sin ataduras sociales, a la que sólo un desarrollo convencional de la trama y la apuesta en su segunda mitad por un tono melifluo de drama familiar la impiden llegar a ser una gran obra.
El desastrado Ben (un de nuevo excelente Viggo Mortensen) vive con sus seis hijos en los bosques del noroeste estadounidense. Les cría de manera autodidacta, sin escuelas, extraescolares ni ningún contacto con el mundo urbanizado: Les instruye mediante una cuidada selección de obras literarios y un extenso temario cultural que abarca desde la cuántica hasta la filosofía o la política, acompañado de un exigente entrenamiento físico, acostumbrándoles a cazar, escalar o pelear, consiguiendo que unos infantes cercanos a la decena de edad tengan mejor forma física que un atleta y dominen a la par varios idiomas y la biografía e ideario de Chomsky. Cuando son informados por su barbudo padre de la muerte de su bipolar madre, se suben en un autocar con la intención de asistir a su funeral, reencontrándose así con el resto de la familia de ella y la civilización contemporánea. Un encuentro complicado con la realidad que conllevará discordia, rencor y descubrimientos, pero que reforzará la cohesión del núcleo familiar. Una película divertida y libre de prejuicios, que rompe sin estridencias múltiples estereotipos socioculturales de la contemporaneidad. Una película sobre personajes que, a pesar de lo extravagante de lo premisa, trasciende la caricatura y logra dotar de cuerpo dramático a los entresijos de esta disfuncional familia. Aún con todo el conocimiento del mundo, nada se sabe de la vida hasta que la afrontas y te sumerges en las situaciones cara a cara. El período de aprendizaje del padre se verá irrumpido por unos días de práctica para los que la teoría no llegó a prepararles. El reparto cumple con creces la tarea de resultar entrañable, y Viggo y Langella como suegro ponen la excelencia. Matt Ross cumple como guionista entramando personajes y tejiendo el pasado convulso de la pareja paterna y las diferencias con la familia de ella. Como director dirige actores con solvencia y sostiene un ritmo pausado pero fluido y narrativamente coherente. Stephane Fontaine ofrece una fotografía competente (con exceso de cámara en mano) pero ante todo impecable en la colorimetría. La selección musical de temas indie contribuye a crear el tono y atmósfera optimista que la historia necesita.
Si bien es cierto que el filme abraza la felicidad y libertad por encima de las ataduras protocolarias de la corrección política en su inicio y conclusión, durante la mitad del metraje aqueja ciertos convencionalismos del cine indie estadounidense, en el que el personaje que madura y se supera a sí mismo reniega de su pasado mediante rencores verbales y desencuentros momentáneos entre personajes. Igualmente, retorna el llanto y el amor incondicional al padre o la madre como figura a la que rendir pleitesía. Con suerte, esta deriva no abraza la totalidad del producto. Y si bien se siente viva, nada capta tanto nuestra atención como esos minutos iniciales en los que se expone la premisa, antes de abandonar el bosque que les sirve de hogar. Unos infantes cuyo anómala personalidad no les impide ser personas, además de personajes.
Divertida y sentimental, Capitán Fantástico es una película cercana que reivindica la importancia del amor y la educación con cariño sobre las convenciones, y aunque no culmina la transgresión ni a nivel narrativo ni emocional, propone un viaje cálido y optimista, que deja con una sonrisa. 7/10