En este curso 2022-2023 continuo colaborando con los compañeros de Revista Mutaciones. Esta vez escribo sobre uno de los estrenos mas infravalorados del primer trimestre; Asuntos familiares de Arnaud Desplechin. Disfrutadla:
Arquitectura del rencor
Paradójico, dado el origen de este medio de expresión como espectáculo de feria, el profundo rechazo que el cine recibe tantas veces, aún hoy, por su falta de realismo. La afectación trágica pareciera que debiera ajustarse rigurosamente a las contingencias rítmicas y logísticas de la realidad, y especialmente en el marco del cine de prestigio. Un cine que, debido a sus pretensiones de calidad, debe de rendir cuentas en parámetros en ocasiones enfrentados. Se da por sentado su ambición artística y estilo definido, se exige que desarrolle una narrativa compacta y equilibrada en base a pautas reconocibles, y se pondera su cercanía a la realidad que habitamos. Y tampoco podemos olvidarnos de aquella necesidad imperiosa, tan subjetiva, de entretener.
Y por eso mismo, se ha recibido con rechazo el estreno de Asuntos familiares (2021), último trabajo del siempre personal y ambicioso realizador galo Arnaud Desplechin que se presentó en la Sección Oficial del pasado Cannes. Una película de una sensibilidad exquisita y personalidad atormentada que fue recibida por la prensa con un rechazo plenamente injusto. Un drama desgarrado al que se le ha achacado una falta de equilibrio que nunca busca, y una naturaleza artificiosa que es una de las condiciones confesas e inherentes a la mayoría de la obra de Desplechin. Una obra que se permite a sí misma desatarse y dudar, en un afán por dar forma a un conflicto interno cuya visceralidad es toda una bendición cinematográfica.
El conflicto se traza en el presente, pero mira de reojo al pasado mediante estrategias diversas. Se nos presenta como una narración coral, pero en su núcleo es un dueto. Y si las tragedias se manifiestan en diferentes direcciones, todas ellas se utilizan para desarrollar el arco narrativo de una herida primordial que recorre todo el metraje. Y aunque siempre se acompañan los hechos con imágenes, gran parte de lo presentado pertenece a la naturaleza ficticia de la narración subjetiva de los dos implicados. La prioridad no es la verdad experiencial de los dos hermanos, sino su intensidad emocional y tormento psicológico. Es un trabajo de texto, pese a que éste no se presenta ante el espectador de manera cristalina. El relato se desvela gradualmente, proponiendo a través de las perspectivas enfrentadas de los implicados un ejercicio de arqueología de la confrontación aparentemente irresoluble.
En su faceta mas transparente, es un ejercicio refinado de lucimiento interpretativo. No comparten tantos planos durante el desarrollo del largometraje por el inquinado rechazo que profesan el uno hacia el otro, pero la química magnética que vincula intangiblemente a los personajes de Melvil Poupaud y Marion Cotillard transpira en cada fotograma de la película. La influencia mental que uno tiene sobre el otro desestabiliza el entorno e impregna el tono trágico y asfixiante de las secuencias de confrontación entre ellos o con otros personajes que anegan el desarrollo argumental. Una relación singular y volcánica a la que el filme logra dotar de muchos más matices que el simple choque de caracteres fuertes. Los celos larvados desde la infancia, así como las tragedias del resto de la familia derivadas del posicionamiento de estos en la separación de los dos hermanos o su manera de lidiar con esta imposibilidad de coincidir, son consecuencias histriónicas de un amor profundo que no es capaz de afrontar el perdón.
Drama burgués histérico, de una afectación irritada que no espera al espectador para que desarrolle complicidad con unos personajes que tampoco se presentan, dejando siempre facetas por desarrollar, para ser comprendidos. Una obra de discurrir impredecible, que tras una introducción descriptiva opta por nuevos derroteros, indaga en las motivaciones de ambos desde destellos del pasado acompañados por la narración en off. La puesta en escena es sobria y elegante, pero distanciada de virtuosismos o recursos ostentosos. Y si bien el teatro, la literatura y, en suma, la ambición artística es la pulsión que impulsa a ambos hermanos y carbura sus pasiones, envidias y recelos, no encontramos en esta ocasión esa reflexión meta-cinematográfica tan presente en el cine de autor francés de esta vertiente. Ejemplo de traslación literaria en su vertiente más psicológica y estridente. Tragedia compungida, pese a todo, con un cierre cargado de afecto y esperanza. Y en la que el uso de la banda sonora melodramática, que enfatiza pero aporta tantos matices adicionales que enriquecen la emoción de los instantes de desgarro, es determinante.
Asuntos familiares es una película sin duda irregular e incluso irritante, en la que algunas fugas de interés quedan inexploradas y en las que podemos echar en falta conocer más a los dos protagonistas, así como al resto de personajes, relevados a meros peones para el desarrollo dramático de la relación fraternal (el personaje de Golshifteh Farahani es el caso más claro de interés desaprovechado). Pero es una propuesta tan abierta, personal, resonante desde un espacio de verdad, y ajena a tendencias o escuelas de estilo, que bien merece ser descubierta y pensada.
Néstor Juez