En este curso 2024-2025 heredo el puesto de Editor de Cinema Ad Hoc, además de seguir colaborando en ella. En esta ocasión, escribo allí sobre la última Palma de Oro: Anora de Sean Baker. Disfrutadla:
La imposibilidad de amar
Cada nuevo curso cinematográfico comienza con un aliciente recurrente en el horizonte: descubrir cuán acertado estuvo el fallo del Jurado del pasado Festival de Cannes al determinar cuál era la Palma de Oro de dicha Sección Oficial. Un premio rodeado siempre de mucha atención mediática y que, salvo honrosas excepciones, sirve para reconocer a su vez la trayectoria de un realizador/realizadora de trayectoria contrastado a lo largo de varias ediciones del certamen, bien sea en la Sección Oficial o, más deseable todavía, descubierto previamente en sus secciones de Un certain regard o la Quincena de realizadores. El consabido relato de apadrinar al creador en su madurez creativa, y vincular a su vez su recorrido a la identidad del evento.
Su paso por San Sebastián refrendó su éxito, y con la temporada de premios asentándose en el horizonte llega a la cartelera Anora, llamada a ser el título de confirmación popular del hasta ahora consistentemente interesante Sean Baker. Un viaje intenso de héroes sin rumbo que recupera muchas de las virtudes del reconocible estilo del de Nueva Jersey que expone nuevas fortalezas con convicción y afecto. No representa la frescura ni la efervescencia estilística de sus obras más conseguidas, pero se trata de uno de los títulos mas sugerentes de este trimestre.
Acompañando en todos los momentos los pasos de la impulsiva y deslumbrante Anora, la joven trabajadora sexual que protagoniza y da título a esta tragicomedia romántica, el filme propone una fábula donde los finales felices se perfilan en el horizonte como meta palpable pero finalmente imposible de alcanzar. El norteamericano continua con su recorrido como cronista de la cara B de Estados Unidos, encontrando cuentos de superación y magia vitalista entre los escombros de la pobreza o la des-estructuración familiar y social. Mosaicos ensalzados por personalidades fuertes y puras en búsqueda de su propio camino, y en rebeldía contra todo aquel que pretenda decirles lo que tienen que hacer.
De nuevo otra mirada a los trabajadores sexuales, en este caso a través de un personaje encarnado por una soberbia Mikey Madison. Una Madison que encierra una supurante herida que se revela con el avance del metraje: su imposibilidad para conciliar su relación con el sexo con el amor genuino. Cuando ambas convergen la decepción masculina siempre acaba llegando, como muestra una sorprendente escena final que invita a la reflexión. El sexo abunda durante la cinta, siempre como un elemento de definición de una mujer que recurre a su cuerpo como armadura y sustento.
El aspecto más disruptivo y dinámico del último trabajo de Baker es su histriónica y acerada manera de mezclar géneros y diseñar las transiciones de uno a otro. Virajes sorpresivos en instantes culmen del metraje que ayudan a desarrollar los conflictos de sus personajes. Tres actos nos ocupan en esta película que, por sus tres definidos tonos, parecieran tres largometrajes compactados en uno. Una película de fiestas adolescentes y euforia romántica, una comedia de facinerosos atropellada y el drama introspectivo de soledad afectiva. El giro es siempre orgánico y coherente, y ayuda a la película a abandonar el estancamiento. Brilla con luz propia este segundo registro, correcalles nocturno con múltiples personajes forzados a colaborar a contrarreloj aderezado de humor físico y gimnasia verbal.
El microcosmos de la película, que se enuncia siempre como un trasfondo espacial sobre el que estos antihéroes y villanos pululan en su red de infortunios, venganzas y cuentas pendientes, queda retratado con riqueza y heterogeneidad cultural, capturando los matices de las identidades étnicas con ironía pero con una precisión poco habitual en el mainstream. Las comunidades rusas en Nueva York, los oligarcas y los secuaces armenios que esconden sus trapos sucios en la iglesia ortodoxa enredan un tramado que ayuda a Anora a madurar en su viaje personal y añade adversidades en su callejón de infortunios. Ambientes oscuros de violencia sistémica que se integran en la película pero sin ser acompañados por la romantización que comúnmente han llevado asociada en sus representaciones cinematográficas.
Anegada en pulsiones, el desarrollo argumental queda diluido por el perjuicio de un metraje dilatado. Sus situaciones se desarrollan mediante tensiones de extenuación caótica que abogan por instantes de estallido pero a su vez permiten la reiteración complaciente en su abanico de registros verbales e interacciones de humor físico o afecto negado. Su ecuador desborda carisma pero se demora en llegar a su clímax a fin de conocer a sus personajes secundarios, y su tercer acto muestra ternura pero sugiere un nuevo punto de vista con el que abordar la obra que finalmente solo queda esbozado.
En su coctelera de entropía, paradójicamente, el control que el relato extiende sobre sus peones impide que ninguno de sus tramos resuene con la fuerza memorable de las grandes secuencias de Red Rocket, o de esos momentos irrepetibles del cine que es capaz de revelar lo real y tocar el núcleo del sentimiento. Sin detenernos tampoco a reconocer que, en su representación amarga del clasismo, Baker prolonga representaciones estereotípicas de aquellos negados por la sociedad, y en sus excesos también se encuentra una distancia condescendiente.
El texto quedaría mucho más en situaciones comunes de no ser por la habilidad de sus intérpretes, que hasta en los secundarios más antipáticos transmiten la humanidad necesaria para empatizar con las actitudes más reprobables. Brilla por lo tanto gradualmente un Yuriy Borisov circunspecto, rudo y divertido que ya captase la atención de la cinefilia en Compartimento nº 6 y que acaba por hacerse con Anora, seduciendo al espectador con su ternura callada.
Desparramada, sensual y eufórica, Anora nos induce en una escalada histérica de pasión, desenfreno y madurez mal asumida que confirma el estado de forma de uno de los mejores directores norteamericanos de la actualidad. Su recorrido narrativamente atado le impide crecer como otras obras previas más conmovedoras de Baker, y será inevitable que la cinefilia la condene por su premio, pero los elementos de la ecuación auguran una experiencia lo suficientemente provechosos para diferentes maneras de entender la cinefilia.
Néstor Juez