Se estrenó en la piel de toro durante el mes de Noviembre la última película del veterano realizador estadounidense Robert Zemeckis (integrante de la exitosa generación de Scorsese, Spielberg, Lucas y compañía): el melodrama ambientado en la Segunda Guerra Mundial Aliados, de guión escrito por Steven Knight. Un exponente más de clasicismo cinematográfico ejecutado con los medios digitales de nuestra contemporaneidad, que pasó desapercibida, pese a su pareja protagonista, director y envergadura de producción, por público y crítica. Sin embargo, la pasión que levantó entre cierto sector de la opinión cinéfila que tengo en alta consideración hizo inevitable que la visionara, aunque con retraso. Vivimos en tiempos muy polarizados, las cosas son o muy buenas o muy malas, y todo aquello que queda en el medio se desvanece en la vorágine. Y son días nihilistas y escabrosos para propuestas de melodrama romántico, sutil y no necesariamente realista. Y, como supuse, el resultado final se encuentra en un término medio entre las dispares opiniones de los periodistas. Sus defectos visuales (un aspecto digital mal pulido y una dirección artística cuyos decorados se sienten justamente eso) y sus lánguidas interpretaciones impiden que nos creamos por completo la diégesis, pero un guión inteligente, una construcción visual muy medida y un tono narrativo y ritmo muy logrados hacen que nos hallemos ante un filme no exento de interés.
El espía británico del bando aliado Max Vatan (un Brad Pitt facial y gestualmente inexpresivo) ameriza en Casablanca en 1942, dispuesto a encontrarse con la también espía Marianne Beausejour (una elegante Marion Cotillard que ha visto mejores roles), con la que tiene que aparentar ser una feliz pareja casada. Su mascarada es parte de una arriesgada misión: aniquilar a un general alemán en un atentado en el que volarán el ayuntamiento y contribuirán a aniquilar a la cúpula nazi de la ciudad. Resolverán el encargo con éxito, pero no podrán evitar enamorarse en el proceso. Contraerán nupcias y criarán a su hija Anna en el barrio de Hampstead. Un año después, los superiores de Max le desestabilizarán en su fuero interno, cuando siembren en él la semilla de la duda al hacerle ver que su mujer puede esconder intenciones aviesas y no ser quien dice ser. Un relato de espías e identidades difusas. Un ejercicio de cine clásico de amor por encima de la vida. Una narración de época sutil y desarrollo pausado y, pese a su envergadura audiovisual, de dimensiones íntimas, de consecuencias personales y de las adversidades de una relación de dos. Sin duda nos hallamos ante una película poco común hoy en día, y deudora de muchos referentes del cine de los 40. Pero más allá del homenaje a esa era, el filme narra con muchos aciertos: La banda sonora de Alan Silvestri contribuye a incrementar la tensión que logra per se un montaje no trepidante pero sí dinámica, en el que los personajes dialogan, se construyen y ejecutan sin pasar por puntos muertos. Don Burgess fotografía con unos colores uniformes pero encuadres medidos, y tomas en movimiento hacia atrás que descubren información a lo largo de la escena. Pero si en algo me halagó el filme fue en su presentación del amor marital y la evolución interna por la que pasan sus protagonistas. El drama se palpa, pero no se exterioriza con alardes, sino que se desarrolla con carga y contención, haciendo uso de la guerra como expresivo telón de fondo, escenario metafórico del conflicto interior.
Brad Pitt fue sin duda un ser humano hermoso, pero por motivo de la edad ha tomado cuestionables decisiones estéticas con su faz que no sólo le han restado belleza, sino que le perjudican en la práctica de su oficio, pues a la interpretación deficitaria del filme hay que añadirle una escasez alarmante de matices expresivos. Marion siempre rinde bien, pero el filme adolece de una química suficiente entre ambos (independientemente de que la vida real me contradiga) para que el drama pose más en mi disfrute de la obra. Y como mencionaba pronto, el aura que rodea a casi todos los elementos del filme y el aspecto teatral de sus decorados provocan que, más aún ahora, no acabemos de sumergirnos en la historia, pues se evidencia ante nuestros ojos que es una recreación artificial.
Aliados palidece con respecto a sus referentes, y no llena todo lo que pretende por sí sola, pero ofrece un estilo narrativo bello y romántico que supone un inciso refrescante entre la oferta actual. 7/10