Antiguos lectores de este blog sabrán que disfruté sobremanera el terrible drama Al otro lado, dirigida por el turco-alemán Fatih Akin. También consumí fascinado la que hasta el momento considero su gran obra, el también desolador drama Contra la pared, y pese a no estar al nivel encontré su comedia Soul Kitchen bastante disfrutable. Al no haber visto la, al parecer, decepcionante El padre, por lo que hacia casi diez años que no veía una película suya, de ahí mi evidente interés al pase de prensa al que me invitó Golem de su nueva película: la comedia adolescente Adiós, Berlín, adaptación de la novela homónima de Wolfgang Herrndorf. Si la ausencia de opiniones críticas no ponía los dientes largos, enfrentar la proyección prácticamente a ciegas resultaba alentador. No estoy especialmente aficionado al cine de adolescentes, pero siempre recibo con alegría un relato de viaje en carretera. Y pese a su estructura argumental y sus inconsistencias tonales, disfruté considerablemente de esta alegre comedia protagonizada por niños en proceso de maduración. Su deriva argumental la mantiene en la estandaridad, pero no impide hacerla muy amena.
Maik Klingenberg (Tristan Göbel) es un niño de 14 años solitario e introvertido, con madre alcohólica y padre mayormente ausente. Un día llega a su clase el rápidamente despreciado e ignorado niño asiático de origen ruso Andrej Tschichatschow (Anand Batbileg), apodado Tschick, que acostumbra a portar una botella de vodka y estar borracho y camina rodeado de un aura de peligroso misterio. Conforme llega el verano, Maik es abandonado en su casa sin haber sido invitado a la fiesta de su compañera Tatiana, y en su soledad acaba iniciando amistad con Tschick. Tras regalar a la susodicha un dibujo hecho con mucho tiempo y dedicación, ambos deciden iniciar un viaje sin destino en un Lada que Tschick ha tomado prestado. Durante su recorrido hacia delante ajeno a la ley o la lógica no sólo vivirán un gran verano de pura diversión, sino que se volverán necesarios el uno para el otro y madurarán, reestableciendo sus prioridades e inclusive su propia identidad. Un Cuenta conmigo frenético y alocado, un Tom Sawyer sobre ruedas. Una divertida noria de escenarios degradados o grotescos, a través de la cual sus entrañables personajes desarrollan un convincente arco dramático iniciático. Su acertado guión logra que el relato fluya orgánicamente a través de un humor dinámico e inteligente, y su uso de la narración en off y los fragmentos oníricos contribuyen a atrapar a la audiencia, que empatiza sin problema con unos personajes excéntricos pero nobles y tiernos, interpretados con notable solvencia. La dirección artística de esta película hace un gran trabajo de ambientación, fascinando con una Alemania rural de carreteras con estampas desoladas e inesperados inquilinos. Aún siendo netamente novelesca, la película transcurre sin trompicones de ritmo, nos sorprende en su conclusión y aúna escapismo con relato humano sin que la mezcla agüe.
La elección tonal de la película, si bien consecuente debido al público adolescente al que va dirigido y al mundo adolescente que retrata, apuesta para su construcción por elecciones musicales que contribuyen a hacer evidente las emociones que el espectador debe sentir hacia el relato. El recurso musical (que considerando la elección de ciertas canciones, la composición de Vince Pope se muestra burda) es siempre un modo muy evidente de dotar a la película de la energía que las imágenes no le pueden dar, y conforme aparece el tercer personaje femenino la película pierde su impacto cómico en pos de un aspecto humanista blando y motivacional, no per se dramático pero sí propio del cine europeo centrado en los personajes y en la leve carga dramática de redención y evolución moral de los mismos. En este aspecto el filme funciona, pero no tanto como cuando se plantea como un viaje de improvisación plagado de lugares extravagantes y obstáculos, siendo esta una vía narrativa que es resuelta dejando al espectador con ganas de más, teniendo en cuenta ciertos cambios relevantes en la situación de Maik y Tschick.
Si bien los últimos caminos emprendidos por Fatih Akin no son tan estimulantes como los que le dieron fama, sigue siendo un realizador en movimiento experimentando con sus narrativas, y Adiós, Berlín es un divertido y entrañable punto y aparte. 7/10