El veterano realizador afroamericano Spike Lee, otrora muy aplaudido y relegado al olvido en el nuevo milenio, ha dedicado más esfuerzo a los documentales en esta década, y n0 entregaba un filme notable desde la lejana Plan oculto. Pero la espera ha llegado a su fin. Y ha sido con una extravagante adaptación de la comedia de Aristófanes Lisístrata, puesta al día en las convulsas calles de Chicago. Una obra teatral puesta en forma cinematográfica con irreverencia formal. Y el resultado, no exento de defectos, es brillante.
En los barrios obreros de Chicago, como en las convulsas calles de Iraq (de ahí el nombre metafórico del filme), campa la violencia entre la población afroamericana, y gentes inocentes mueren por doquier. La justicia hace oídos sordos de estas batallas campales entre bandas de mafiosos y pandilleros rebeldes. Ante esta impotente situación, Lisístrata (una explosiva e imponente Teyonah Parris), novia indignada del cabecilla delincuente Demetrius, apodado Chi-raq (el rapero Nick Cannon, enfrentado a un distendido Cíclope interpretado por Wesley Snipes), decide tomar medidas para revertirla mediante una revuelta imparable: una huelga de sexo de las mujeres hasta que se detengan los conflictos armados. Tras el escepticismo inicial, la comunidad fémina se une paulatinamente a la iniciativa, creando un tremendo revuelo social entre hombres y gobernantes. Una adaptación contemporánea de una comedia griega que capta a la perfección el espíritu de las barriadas marginales norteamericanas y el hip-hop. También aquí se habla en verso, pero estos hombres y mujeres, acorde al escenario, rapean. Y como obra de intenciones no realistas, mantenemos la figura del narrador, un payaso Dolmedes interpretado con desparpajo por un Samuel L-Jackson que interpela directamente al espectador. Y la experimentación formal continua con el uso nada ortodoxo del grafismo y el acompañamiento constante de una base instrumental y un fondo musical que apela directamente a la tragedia. Pero más allá de lo fresco o divertido que resulte el envoltorio, pues el contenido clama libertad y paz y pide a gritos la igualdad con hondura y carga dramática. El conjunto de subtramas cimentan el cuerpo narrativo de alegato anti-violencia, reflejada en paisajes urbanos desolados y jóvenes madres que asisten al asesinato de sus niños (Jennifer Hudson, aliciente por su cuenta de revueltas urbanas lideradas por un cura blanco interpretado por John Cusack, responsable de incendiarios y enérgicos sermones). Esta enérgica obra apuesta por el goce inmediato de su audiencia, y lo logra gracias a una gran labor de su equipo técnico, con el fotógrafo Mathew Libatique, el compositor Terence Blanchard, el diseñador de producción Alex Digerlando y los montadores Denmark y Mee Na a la cabeza (una realización de hermosos y expresivos planos de situación, elegantes travellings, hábil uso de grúas y edición expresiva y rauda), y de su inspirado y motivado equipo artístico. Un filme musical que logra establecer su propia poética.
Si bien el tono está logrado, y el humor cala, en no pocas escenas toma un cariz en exceso grotesco, y cuya tosquedad lo acercan peligrosamente a la caricatura. Y más allá de su relato o contenido temático, el valor más elevado de la película es su dispositivo formal. Y una vez superada la sorpresa inicial y todas las cartas quedan descubiertas, la adaptación al nuevo ecosistema resta el impacto del mismo, y la totalidad del filme no superan la deslumbrante seducción del primer cuarto de hora de su metraje. Y la condición de constructo ficticio denotadamente no realista le restan enteros como producto de calado social y puede ser relegado a película de divertimento, siendo mucho más que eso.
Macarra, social y sensual, el último filme de Lee recupera todas sus virtudes como cineasta, y nos invitan a reflexionar sobre las crisis sociales de nuestro tiempo mientras que nos entretiene con buena música, buen teatro y cine vibrante y libre. Imprescindible. 8/10