Peculiar e interesante giro tonal el que ha tomado el director de comedias americanas Adam Mckay en su última propuesta, que narra las acciones inspiradas en hechos reales de aquellos hombres que predijeron el advenimiento de la crisis financiera. Un acercamiento al enredado y confuso mundo de las operaciones macroeconómicas desde la comedia, sí, pero la comedia en su vertiente más crítica, amarga y, sorprendentemente, metalinguística. Un juego de espejos entre el fraude en el desarrollo de la trama y el de la construcción del producto fílmico que hacen de esta la mejor película de su ignorado autor.
La película sigue las vicisitudes de tres grupos de hombres de negocios y analistas y sus diferentes apuestas y transacciones económicas, realizadas con la intención de sacar ventaja de ese futuro derrumbe de la burbuja inmobiliaria que nadie aparentaba con esfuerzo creer. Y para hacer estos parloteos ininteligibles más amenos no se vale tan sólo del carácter humorístico de su guión, sino de la maleabilidad del lenguaje cinematográfico en pos de esos fines. Voz en off interpolando directamente a la audiencia, intérpretes rompiendo la cuarta pared, personajes reales explicando términos financieros o montajes con imágenes de archivo conectadas subliminalmente con el contenido de la narración, el uso de cámara en mano y transfocos aparentemente accidentales para los tramos ficcionados son los elementos formales que elevan al conjunto de la cotidianidad y hacen de este un filme notableMás allá de su febril y poco académico montaje, unas solventes interpretaciones de su célebre reparto dotan de cuerpo a esta demoledor análisis del comportamiento de los bancos. Pues la sensación que permanece en el espectador al abandonar la sala oscura es la de la más intensa de las desolaciones. Se sigue a nuestros «héroes» fascinado y con una sonrisa, pero la conclusión final que deja esta directa mirada profundamente partidista es muy negativa, pues bien podría volver a suceder el fraude y, de nuevo, aparentemente de manera inevitable.
Excesiva y desbordante en su energía y aspecto visual (tanto que quizás epate a algunos espectadores), La gran apuesta es una indignada y fresca disección de los motivos de nuestra mayor tragedia contemporánea, aún sin resolver. El cine de la necesidad histórica. Excelente. 8/10