Los que leáis mi blog desde su mayor período de actividad, a finales de 2015, sabréis bien que a nivel de contenido priorizo las películas de estreno o de relativa actualidad. Los que me leíais en el 2012, cuando el blog aún daba sus primeros pasos, sabéis que no siempre fue así, habiendo escrito en su momento de algunos filmes clásicos. Aunque el cine del presente me absorbe mucho tiempo, nunca hay que descuidar el cine que vino antes, pues o no lo cubrí en su momento o bien mi juventud me hizo imposible algo así. Por ello en esta ocasión hablaremos de una película estrenada hace ya cinco años, la cual no es todo lo conocida que debería y, por el reciente premio en Cannes al trabajo como guionista de su realizadora en su última película, vuelve a estar de actualidad: hablamos del drama Tenemos que hablar de Kevin, con la que Lynne Ramsay acabó de cimentar su nombre en el olimpo de la cinefilia contemporánea. Una película que demoré mucho en descubrir, pero una vez visionada y reflexionada, puedo concluir que se trata de un filme tan polémico como excelente y, aunque algunos lo nieguen, plenamente logrado. Si sus elecciones estilísticas escabrosos se asemejan gratuitas, al desarrollarse el metraje todo adquirirá un sentido y una finalidad lograda, en un producto perturbador e impactante de poso duradero.
Asistimos al depresivo día a día de Eva Khatchadourian (una siempre entregada Tilda Swinton), una mujer triste y solitaria que trabaja imprimiendo en una agencia de viajes de un pueblo en la que todo el mundo la desprecia o maltrata. Articulado con el momento presente, conocemos su vida pretérita con su marido Franklin (John C. Reilly, que siempre brilla desde el silencio mediático) y el nacimiento del primogénito de la pareja, Kevin. A lo largo de su niñez y adolescencia comprenderemos que el infernal presente de Eva se debe a su conflictiva relación con su hijo desde el inicio, y la espeluznante naturaleza oculta de este muchacho cruel. Un relato psicológico fragmentado visual y temporalmente, que recurre a colores y sonidos para producir sensaciones sensoriales hormigueantes e inducir a la audiencia a un estadio de alucinación y desazón mental, obsesivo, asustado y solitario. Un ejercicio poderoso en el apartado icónico, en el que Seamus McGarvey logra no pocas estampas memorables, Jonny Greenwood construye un paisaje sonoro turbio, hipnótico y malsano, y la estilizada y cruda realización de Ramsay, de tono sórdido y rugoso, deja a sus intérpretes brillar, en particular al espeluznante Kevin de Ezra Miller. Un ejercicio de tintes pictóricos que capta la angustia del personaje de Swinton a través del rojo tomate, presente de manera simbólica en infinidad de planos, y que dota al relato de viscosidad vomitiva gracias a las texturas del alimento ingerido o aplastado, modo visual excelente de expresar la psicopatía maquiavélica de Kevin, cuyo comportamiento gradualmente peligroso desemboca en una tremenda tragedia cuyos efectos observábamos sin entender al inicio, y que termina por casar las dos líneas narrativas con excelencia.
Si bien el puzzle encaja perfectamente en la conclusión, el rompecabezas se siente un ejercicio de estilo sobre sustancia en sus primeros minutos de metraje, en el que sus fuerte apuesta por usar recursos audiovisuales expresivos para lograr sensaciones de asfixia, desubicación e incomodidad, pudiendo dejar al espectador aislado de toda conexión por su ahondamiento en el morbo. Su reiteración por la viscosidad y la escabrosidad (también en una inesperada vertiente sexual) muestra un interés por un truculento efectismo que provoca y enajena al espectador de una credibilidad plena del fondo tras la forma. Pero es una pena que la urgencia de amplios sectores de la crítica de formar una opinión rápidamente les provoque tacharla antes de poder disfrutarla en su totalidad, lo cuál sólo es posible cuando su última media hora redondea la película.
Durísima, inmersiva y fragmentada, Tenemos que hablar de Kevin es una película que se sufre mucho, pero no son sino las más grandes películas las que producen las sensaciones más intensas. 8,0/10