Gracias a la distribuidora A contracorriente Films pude asistir en los Cines Renoir a un pase de prensa de una película de terror estrenada en nuestros países cuatro meses después de su debut en EEUU: la norteamericana Nunca digas su nombre, película sobre presencias sobrenaturales que se adhieren a pobres jóvenes y maldicen su existencia, contando con el ya legendario actor del género Doug Jones, pródigo en interpretar criaturas alargadas antropomorfas con kilos de maquillaje encima. Doug es santo de mi devoción, llevo años siguiendo con pasión el cine de terror, y adoro los pases de prensa, por lo que acudí al pase con una actitud positiva y animada, pese a que las perspectivas de cara a la película no eran nada halagüeñas. Y el hecho de que el pase fuese en versión doblada (suceso sin precedentes en mi experiencia reciente) hacían que la mosca rondase aún más detrás de la oreja. Y las condiciones de la proyección hicieron que el visionado fuera una experiencia entretenida, pero en el peor de los sentidos. Pese a estar realizada con la profesionalidad necesaria para mantener el interés, sus estúpidos personajes, sucesión de tópicos genéricos e inconsistencias de guión la hacen no sólo una de las peores películas de terror del último año, sino la peor película estrenada en cines en 2017 que servidor ha visto.
La joven pareja universitaria de Elliot y Sasha se mudan a una vieja casona de dos pisos con terreno que pose mobiliario del anterior dueño, entre ellos una mesita de noche. En el cajón de esta Elliot encuentra escrito a mano de manera reiterada y maníaca No lo digas, no lo pienses y el nombre de Bye Bye Man. Desde el momento que los cuatro personajes principales conozcan este nombre una maldición se adueñará de ellos, y esta maligna presencia intangible les atormentará el subconsciente, haciéndoles ver y oír cosas que no suceden o alterando peligrosamente su comportamiento, todo a través del miedo más visceral. Una película más sobre maldiciones y espíritus malévolos ocultos en casas que tras sepultarse en el olvido vuelven a atormentar a pobres incautos, cómo ya hicieron hace décadas con otros que intentaron ocultarlo de las maneras más radicales. Un personaje, este Bye Bye Man, que sin ser revolucionario sí que presenta un cierto interés iconográfico y procedimental, y Doug Jones hace un buen trabajo con lo poco que se le ofrece. Y aunque familiar la premisa per se es inquietante, y la película abre con un impactante prólogo ambientado en 1969, en el que un personaje interpretado por el ya icónico guionista de terror, y mano derecha de James Wan, Leigh Whannell pone fin a su pesadilla por la mano, ajustando la justicia del jarabe de palo con aquellos conocedores del nombre de la criatura. Y pese a ser testimonial y desaprovechada, siempre es un placer reencontrarse con Carrie-Anne Moss y Faye Dunaway. Y en tanto se trata de una película de terror al uso (su uso de la música y el sonido para crear atmósferas tensas está logrado, y si bien no te asustas nunca siempre te hallas en un tenso malestar9, puede consumirse cómo tal, y el aficionado fiel la verá sin recelo. Pero a aquel fascinado con estimulantes sorpresas del género en los últimos años (It follows, el cine de James Wan…) se sentirá decepcionado ante tamaña oportunidad perdida.
Una vez se plantea, con desidia y cuantiosos vacíos, la sugerente premisa, el filme transita por todos los clichés más comunes del género de la manera más torpe e irritante. Los ingenuos estudiantes, personajes irritantes y antipáticos de acciones incoherentes y comportamientos ajenos al sentido común con el sentido único de avanzar el guión, cómo hacen ciertos secundarios; la investigación policial oculta, la investigación en archivos bibliotecarios, la discordia entre afectados, los jump scares, un timing irregular y apropiado en pos del texto, el atropellamiento cercano al clímax, el comportamiento de los jóvenes al descubrir el nombre, las incongruencias relacionados con el proceder de la criatura, sus habilidades y las visiones que provoca…y por último, un buen puñado de escenas hilarantes de puro fallidas, y un final abierto perezoso hasta la legua. El desempeño cinematográfico es pobre, el guión famélico y malherido y los personajes, el alma de la fiesta, un auténtico desastre, interpretados con la destreza de una fregona. Todo se desenvuelve dentro de los márgenes de la previsibilidad, lo absurdo, lo peliculero y, en última instancia, de lo más netamente ridículo.
Tortuosa, risible y abundante en clichés, Nunca digas su nombre se mueve dentro de la medianía de los parámetros del terror, pero su desidia hará que se abandone la sala con una clara sensación de tiempo perdido. 4/10