Upstream color – Vínculos larvarios

En 2017, Cine, Críticas by Néstor JuezDeja un comentario

Cada cierto tiempo, cuando la cartelera actual me da un respiro, me permito recuperar obras interesantes de los últimas cosechas que fueron ignoradas por contingencias vitales desde la comodidad del salón. Entre ellas se hallaba la británica Upstream color, minoritaria obra de culto realizada, fotografiada, musicada, producida e interpretada por el británico Shane Carruth. Aún sin ser fan incondicional del cine experimental, siempre recibo con los brazos abiertos películas que sean muy diferentes a todo lo ya hecho (casos como el de las estupendas Toni Erdmann, El caballo de Turín o la muy estimable Bajo la piel), algo muy difícil en un arte en el que prácticamente todo está ya inventado. Y fue un visionado arduo, en el que hallé difícil entrar en el juego, pero una vez lo hice acabé sorprendentemente satisfecho, entre otras cosas por lo previamente mencionado. Si bien ciertos detalles de la ejecución y su cripticismo me impiden referirme a ella como una gran película, pero sí ante una película única cuyo dispositivo narrativo, tan diferente, la transforma en una experiencia tremendamente reveladora. 

1Un par de críos y un hombre joven recogen lombrices de unas extrañas orquídeas azules, las crían y analizan y posteriormente las usan como estupefaciente para pobres ilusos. Kris (una sensible Amy Seimetz), una solitaria y frágil oficinista, es una de estas drogadas con la lombriz, y se verá forzada a repetir rutinas tales como memorizar libros, hacer manualidades con papel o desempeñar movimientos de flujo bancario. Cuando se percate de las lombrices que habitan en su interior, será transportada a una granja, dónde El estudiante de las muestras le extraerá las larvas y se las implantará a un cerdo. Kris amanecerá con amnesia, cortes, sin liquidez y pronto sin trabajo. Pero pronto coincidirá con otro hombre con el que, más allá de la pasión, compartirá vacíos en la memoria y rastros físicos en su cuerpo. Mientras intentan resolver este misterio, se percatarán de una extraña vinculación entre ellos y los gorrinos de la granja de muestras. Ciencia ficción de bajo presupuesto ambientada en nuestros días y narrado con los elementos más cotidianos. Una ciencia ficción de complicada lectura, filmada, además, con una turbia atmósfera Lynchiana y un estilo de realización puramente audiovisual, que apenas se apoya en la palabra. Un producto que aparenta no tener ningún sentido,  pero cuya confusión se desenmadeja conforma avanza el metraje, uniéndose todos los elementos esparcidos desde el inicio para cerrar un relato extraño pero claro y medido, mucho más claro de procesar de lo que sus abtusas maneras de narrar (una música escasa pero muy atmósferica, penetrante y malsana, un montaje frenético compuesto de planos cortos y cerrados) nos parecían hacer entender. Todo está en su sitio, y todo acaba comprendiéndose sin exposición ni revelaciones, sino a través de un hábil montaje paralelo que nos seduce en su hipnosis una vez aceptamos sus reglas. Una historia de atmósferas e incógnitas, que gracias a su tono emocional consigue situarnos en el incómodo estado de sus extraviados personajes, que como nosotros se ven trasladados a un mundo nuevo, sin elementos familiares a los que atenerse. Un Lynch contemporáneo que regenera el fantástico y saca sorprendentes nuevas fronteras a los más pueriles escenarios del día a día.

Si bien su argumento de experimentación biológica y su estudio de un organismo larvario de tres fases de desarrollo (humano, cerdo y orquídea, a las que vuelve azules) es extraño, el dispositivo narrativo los complica mucho más, creando una estructura narrativo que logra imbuir al espectador al desconcierto pero también complicar el seguimiento de cualquier narrativo, en una propuesta incómoda y laberíntica en la que muy fácilmente puede no llegarse nunca a entrar y quedarse en un primer estadio de epatamiento, pues servidor acabó seducido tras unos minutos iniciales de repulsa. Es precisa cierta predisposición emocional, pues el trémulo ritmo del relato no ayuda, y su escaso presupuesto mermen los amplios logros estéticos con una iluminación blanca y deficiente, y una pobre dirección artística. Y en suma, una vez se junta el revuelto puzzle, el resultado final sorprende pero su enjundia tampoco invita al alborozo. 

Hasta la espera golosa del debut de Carruth en Hollywood, que seguirá las mismas pautas narrativas, cualquier ocasión será buena para sumergirse en uno de los filmes más radicales de los últimos años. Pues pese a las zancadillas que a la audiencia nos pone, Upstream color es absolutamente recomendable por su genuina manera de narrar. 7/10

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