También estrenada en el último Festival de Cannes, llega a nuestras pantallas distribuida por Golem la última película del persa Asghar Farhadi: El viajante, escrita por él mismo y filmada e interpretada por profesionales iraníes tras un breve periplo galo. Tras ser premiada allí, se proyectó en la SEMINCI y ha sido nominada casi en la totalidad de premios de la temporada americana como mejor película extranjera (si bien es cierto que la notable Toni Erdmann es descarada favorita en todas ellas). Gracias a Golem pude verla en pase de prensa en el antiguo cine Alphaville que poseen en Martín de los Heros, Madrid. Servidor disfrutó mucho de su obra magna, Nader y Simin: una separación, por lo que acudí con dientes largos a la cita, esperando el mejor cine de autor, y un relato realista de drama de personajes con el suspense esperable del director. Y la experiencia no defraudó, o en todo caso lo hizo levemente. Si bien la película no concluyó su escalada dramática de manera tensa y derivó en su conclusión por el camino del exceso, su compacta construcción visual y la inteligencia de su entrelazado guión hacen de ella una película a tener muy presente.
Emad es un profesor de matemáticas (un atormentado Shahab Hosseini) emparejado con Rana (una Taraneh Alidoosti destruida desde la interioridad y el silencio), con la que interpreta la obra de Arthur Miller El viajante. Tras el derrumbe de su edificio buscan desesperadamente una nueva casa (están dispuestos hasta a vender su coche para pagar el alquiler). Un problema resuelto gracias a la ayuda de su jefe en el teatro Babak (Babak Karimi), que les consigue un pisito en el ático de una casa. Sin embargo, la anterior inquilina no ha encontrado un nuevo alojamiento y ha dejado muchas de sus pertenencias en el piso, las cuales desea que no se toquen. Gracias a su comunidad de vecinos averiguarán que esta mujer llevaba una vida indeseable, y las consecuencias de esta desembocan en un inesperado y agresivo ataque a Rana una noche que se encuentra sola en el piso. Un relato que refleja las devastadoras consecuencias morales, sociales y psicológicas que un acto de violencia produce en el ámbito tanto de los afectados como de los responsables. Una única escena cuyo caos abarca toda la película. Una relación de pareja destruida por este suceso que provoca el miedo de Rana y la obsesión de Emad por encontrar al desalmado. Un relato de dudas, miedo, intriga y venganza, una descripción de la culpa y de la gangrena del remordimiento del marido ausente, a quién sí se debió haber abierto aquella puerta de la casa pero que se demoró más de lo esperado. Una historia filmada por Farhadi con el trepidante ritmo de un thriller Fincheriano: en su medido guión sus personajes no cesan de investigar, y cada nueva información concuerda con las anteriores para dotar al misterio de una gravedad cada vez mayor, en una narración en la que el teatro se entromete cada cierto tiempo en la ficción para diseccionar los tormentos internos de los personajes con acertadas metáforas. El estilo de realización, sustentado en largos planos en movimiento cámara en mano que sigue a los personajes en plano medio, apoyado en un raudo montaje, dotan al filme de un dinamismo extraordinario, y de un virulento realismo. Los silencios producen malentendidos, y la asunción del dolor conlleva incómodas distancias en el seno de la pareja, y una lucha por evitar la justicia y optar por resolver los temas por la mano con devastadores efectos. No es el villano el problema, es su acción, y la contaminación que la misma produce en el espacio íntimo que nuestra atormentada dupla (interpretada con excelencia) habita.
El filme sigue una estructura in crescendo, y lamentablemente, tras una excelente primera parte, apuesta en su conclusión por unas acciones excesivas por parte de Emad que rebosan un tono morboso, escabroso en exceso, y sin duda tortuoso en el plano emocional, pero por la vía del regodeo. Si bien la motivación del personaje está clara, sus decisiones se balancean sobre el hilo de lo verosímil, más aún en un filme de tono tan realista que había eludido hasta el momento el impacto efectista y truculento. Si bien es ingenioso dotar al villano de una pátina de ternura, la larga secuencia de penitencia y pena a la que se le somete redunda en su mensaje y da por tierra con su tono contenido y veloz. Pero es innegable que toda escena cinematográfica capaz de socavar las emociones del espectador debe de ser tenida muy en cuenta.
Sobria, amarga y compleja, El viajante no cierra con excelencia su estructura de incremento gradual de tensión, pero la excelencia de su guión y la crudeza de su enfoque son unos rasgos de estilo tristemente escasos en el cine de nuestra contemporaneidad. 8/10