En este curso 2023-2024 sigo colaborando con Cinema Ad Hoc. En esta ocasión, escribo para ellos sobre el nuevo trabajo del mejor retratista de la ciudad de Madrid: Volveréis de Jonás Trueba. Disfrutadla:
Amor repetición
Algunos cineastas, complicidad mediante con las distribuidoras, consiguen a lo largo de los años asociar los estrenos de sus nuevas películas a una época concreta del año. Monopolizado por los blockbusters, el calendario estival recibe como agua fresca los nuevos trabajos de nombres asentados del cine de autor. La vinculación con elementos coyunturales o culturales de tu audiencia ayuda a reforzar los rasgos identitarios de tu estilo o del formato de tu cine, y varios de ellos han ayudado a definir la trayectoria ascendente de un cineasta español al que hemos visto creer ante nuestros ojos. Aquel a quién podríamos ya confirmar como el mejor retratista de la ciudad de Madrid de nuestros tiempos contemporáneos, así como un poeta en crecimiento de la crisis de los 40 en la clase media española. Tras presentarse en la Quincena de realizadores del pasado Festival de Cannes, donde la crítica le dedicó entusiastas alabanzas, llega al cierre del verano la que está llamada a ser una de las puntas de lanza del próximo cine de autor patrio. Hablamos de Volveréis, octava película de Jonás Trueba protagonizada y coescrita por Itsaso Arana y Vito Sanz.
Coproducción francesa sobre afectos entre cineastas en el que las capas de ficción se entremezclan y las divisiones ofrecen nuevos comienzos. Un intachable trabajo de madurez, pues un crítico que renegaba por completo de sus primeros trabajos como este servidor se rinde ante los numerosos encantos ante la que es, de largo, su obra mas redonda, compleja y lograda. Una conjunción de conceptos y estilemas sugerentes y ambiguos que no llegan a ser sofisticados en la segunda hora de su metraje, pero esta no llega a arruinar los réditos de la primera ni la pegadiza sensibilidad del conjunto.
La organización de un festejo inesperado y la comunicación del mismo a familiares y seres queridos hace las veces de instigador de una reformulación terapéutica en el seno de una relación amorosa. Una sacudida del estado de las cosas para reencontrarse con la plenitud de la rutina repetida en compañía. Un punto y aparte en el día a día de una dupla que comparten vida personal y profesional, pues ambos han colaborado en una película en fase de montaje dirigida por ella y protagonizada por él. Es el sino ineludible de los cineastas que su obra y su vida sean indisociables, incluso reflejo la una de la otra en la esfera del cine independiente.
Observar en paralelo el frustrado y crítico proceso de montaje de una película y la consecución de la extravagante decisión sobre el porvenir de la pareja permite un diálogo meta-cinematográfico juguetón que baña de energía dinámica un recorrido calmo con variados guiños cinéfilos y equívocos abiertos a dobles interpretaciones. Cine liviano que no banal, veraniego y en la vena romántica de Rohmer y Allen pero con una identidad propia apoyada en la calma madrileña del mes de agosto y en las inseguridades del cuarentón de la esfera cultural. El cine de Trueba naufragaba empalagoso y artificial cuando retrataba los amoríos de una juventud inexistente de diálogo pedante, pero adquiere sentido y verdad al diseccionar las dudas de madurez y la crisis de los 40, y hablando de un colectivo de cineastas jovenes y reconocibles al que pertenece.
La fortaleza más difícil de replicar e indeleble de Volveréis es la naturalidad que transmite en cada fotograma. El diálogo de los personajes, divertido, vivo y cotidiano, nunca ha sido mejor, dinámico y preciso para construir personajes, y la química de Arana y Sanz es tan intensa, necesitando tan solo las miradas en tantas ocasiones, como los mejores exponentes del romance clásico norteamericano. La construcción de encuadres, que se sirve de las reducidos dimensiones del piso de la pareja para representar simbólicamente su estado emocional, es sencilla pero elegante, y los desplazamientos ópticos y físicos de cámara reducidos pero precisos y enfáticos. El montaje juega un rol protagónico en su discurso de auto-ficción revelada, y los apuntes intermitentes de referencias literarias o pastorales melodías con arpa terminan por engranar un andamiaje rico en subtexto y controlado tono lírico.
Por original y fresca que resulte la ocurrencia de partida, Jonás y su pareja de protagonistas desperdician la posibilidad de profundizar en las implicaciones psicológicas, sociales o culturales de la rebeldía que podría conllevar la decisión de los personajes. Una posible lectura de las convenciones sobre la pareja normativa quedan finalmente en el territorio de las películas posibles, y lo que parecía una nueva vía se limita a ser un resorte para que él y ella revivan la pasión y confianza de la primera vez. Como le sucede a tanto cine de autor, arroja al tablero ideas ocurrentes y juegos de dispositivo que no trascienden la anécdota. Tras una primera hora prodigiosa el desarrollo de Volveréis se decanta por un nudo de conflicto romántico y reencuentro tan coherente como convencional, que impide que germinen algunas de las derivas lingüísticas inicialmente sugeridas. Si bien en primer y tercera parte es un filme en línea recta, durante gran parte del nudo es un filme en círculos.
Bucólica, íntima, deconstruida y reflexiva, Volveréis es una fiesta para amantes de Jonás Trueba, y tal vez la película que le granjeará el favor y cariño del resto de la audiencia que hasta ahora le ha dado la espalda. Su complacencia discursiva conlleva que, en su ombliguismo, el recorrido expresivo quede conforme transcurre en la superficie de las cosas, pero es tan intensa la compenetración artística de su trío creativo que no podemos sino congratularnos por la contundente evolución del estilo de un director del que me atrevo a afirmar que sus mejores obras aún estarán por llegar.
Néstor Juez