70 Festival Internacional de Cine de San Sebastián – Premio Donostia: Fuego

En 2022, Eventos, Festival de San Sebastián, Festivales y Muestras by Néstor JuezDeja un comentario

Uno de los mayores focos mediáticos del festival son siempre su par de Premios Donostia, unos premios honoríficos que se otorgan a cineastas de renombre (habitualmente directores e intérpretes) como reconocimiento a su trayectoria. Una excusa para dotar al festival de ruido mediática gracias a la visita a bombo y platillo de una estrella, en la mayoría de casos internacional. Dado que la exaltación de la personalidad es la prioridad, la película que se escoge para proyectarse como excusa bien puede no estar a la altura, ya que prácticamente basta conque sea un estreno. Servidor nunca ha incluido en sus cuadrantes una proyección de Premio Donostia. Pero la condecoración de Juliette Binoche permitió que pudiéramos ver en primicia una película que había levantado muchas expectativas en este humilde crítico. Y pese a que se habrá estrenado para cuando este texto vea la luz, no pude estar más satisfecho de mi decisión (gracias a Diana Chinea de Caramel Films por hacerla posible), pues me encontré con una de las mejores películas del festival, así como una de las obras que rescataré de la cosecha de todo el año. Hablemos, pues, de Fuego.

Pocas cineastas europeas tan singulares durante los últimos treinta años como la apasionante autora gala Claire Denis, que presentó película en la Sección Oficial del pasado Cannes y por la película presente se hizo con el Oso de plata a la Mejor dirección en el pasado Festival de Berlín: Fuego, protagonizada por Vincent Lindon y Juliette Binoche, receptora del premio que explica la presencia de esta película en la programación. Un trabajo arrebatado pero refinado, que indaga mediante un singular trabajo con la imagen en la pasión, la adicción psicológica, la culpa y el recelo a edades maduras. Un triángulo de sexo, amor irrefrenable, pasados de herida abierta y resentimiento a flor de piel. Encontramos en Fuego un viciado estudio de la pasión, la aventura adúltera y sus repercusiones de inevitable tragedia amarga cocido a fuego lento y con sofisticado aparato atmosférico. La reavivación de hogueras que parecían apagadas pero sólo reposaban en estado latente, dispuestas a abrasar la estabilidad emocional del personaje de una, como de costumbre, inabarcable Binoche tan pronto como volviese a entrar en escena el punto de ignición, que décadas después asumía que no volvería a encontrar. El amor mas grande que la vida hacia un hombre que, de manera irremediable, impide que el amor sincero hacia otro hombre puede mantenerse en convivencia. Fuego es un drama de cámara que trabaja sus ideas a través de dos coordenadas reconocibles de su puesta en escena: la presencia prominente de su banda sonora y su tamaño de planos. Un filme en el que la melodía musical es mas importante para transmitir significado que los diálogos, una permanente colección de composiciones desgarradas de notas penetrantes que elevan al infinito el potencial pasional de las imágenes, determinante para tejer un tono malsano y pegajoso de magnetismo del deseo. Sonidos hipnóticos realzados por un visceral estudio del primer plano, atrapando el suplicio experiencial que atraviesan los personajes encerrando sus rastros, parcelando fragmentos de su cuerpo. Un cuerpo con cicatrices de la experiencia y, por supuesto, paisaje del cariño. Una demostración más de la personalidad de su fascinante directora.

Película despreocupada por estándares de producción elevados o acabados visuales de relumbrón para captar ojos fáciles y certificar el estrellato. Y también, minimalista en relato, desinteresada en trazar conflictos clásicos. También es Fuego una película irritada y afectada, que puede provocar rechazo a aquel que no entronque con su discurso de batalla de anhelos y rencores. Un viaje depurado en espacios y temas, cuyo minimalismo argumental puede desesperar a aquellos espectadores que leen las películas desde el tamiz de sus tramas. Y en pos de su experiencia de tormento catártico, el filme recorre un circuito de situaciones similares para su gradación, lo cual también provoca cierta sensación reiterativa para un metraje que, sin ser excesivo, se desarrolla con un aura de peso. Una película que no deja rehenes, por lo que tanto se puede salir intrigado o apesadumbrado por su laberinto de amor abrasador, como se puede salir rebosado por la confrontación incisiva con una filosofía del afecto que bien puede resultarnos ajena. No en vano, toda tragedia aulladora de amantes torturados entre reconfortantes paredes o copas de vino parte, por mucho que nos alineemos con ella, de una pose.

Una película que seguramente pasará sin pena ni gloria por las carteleras o por el recuerdo de muchos espectadores, pero que el que escribe estas líneas encontró de una ejecución exquisita. Un pasional trabajo de emociones, tensiones, cuerpos e imágenes que muestra como veteranos del séptimo arte pueden seguir en plena forma en los crepúsculos de sus carreras, y que justifica por sí solo visitas a festivales como este. Un festival del cual aún queda mucho por diseccionar en futuras entradas.

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