Siempre que Martin Scorsese estrena una nueva película, se produce un acontecimiento fílmico. Integrante de la revolucionaria generación que transformó el cine americano en los 70 (de los cuales muchos siguen en activo), ha demostrado mantener su vigencia, renovándose en cada propuesta. Pese a haber hecho muchas películas de mafiosos, que representan el estilo característico de su cine, ha filmado películas muy distintas entre sí, saliendo siempre airoso del envite, como es el caso de la desternillante ¡Jo, qué noche! o el estupendo filme infantil, homenaje a Mélies, La invención de Hugo. Tras aquella renovación de su cine de mafias que fue la descerebrada El lobo de Wall Street, estrena una adaptación de la novela Silencio de Shusaku Endo (que ya vio forma cinematográfica en 1971 de la mano de Masahiro Shinoda) que intentaba filmar desde hacia veinte años. El contraste no podía ser mayor, y el tema escogido y la larga producción me pusieron los dientes largos. Y la obra resultante, además de probar que Scorsese aún tiene mucho que ofrecer, fue una experiencia moral e intelectual ardua pero muy satisfactoria. Pese a ser una de las películas más inaccesibles de su autor por su dilatada duración y tono tenue, pero su excelente factura técnica y su calado moral y honestidad ética hacen de ella una película muy recomendable.
Estamos en el Siglo XVII, en el Pax Christi, y el padre Ferreira (un Liam Neeson breve pero estelar) no ha vuelto de Japón años después de su partida, desde dónde se dice de él que apostató de la fe cristiana y vive con nombre y familia nipona. Los jóvenes sacerdotes Rodrigues (un entregado Andrew Garfield) y Garupe (un apesadumbrado Adam Driver), discípulos suyos, se niegan a aceptar esta posibilidad, y con el consentimiento tibio del padre Valignano (un anecdótico Ciarán Hinds) viajan a Japón, a encontrar al padre y predicar el evangelio por tierras del sol naciente. Pronto averiguarán el infierno al que los inquisidores someten por allí a todo aquel que intenta ejercer el cristianismo. Una historia de hombres que luchan por su fe desde la clandestinidad, y que por sus creencias ponen en riesgo su vida. Una prueba de fe para unos hombres abandonados en tierras inhóspitas a los que Dios responde con soledad y silencio. Un retorno al mundo feudal de las conquistas religiosas rodado desde el recogimiento y sin alborozos. Como cabía esperar de una película de un equipo técnico tan experimentado, la factura visual es exquisita. La fotografía de Rodrigo Prieto saca un provecho tremendo a las exóticas localizaciones naturales de la película, y la planificación de Scorsese no abandona los puntos de vista de los personajes, y retrata desde un lenguaje convencional pero efectivo, recurriendo a planos generales con acierto y transmitiendo con la cámara las emociones de los sacerdotes sin recurrir a ejercicios de soberbia técnica. El equipo de vestuario y dirección de arte hizo un estupendo trabajo recreando el Japón medieval, y el sonido y las adversidades que ofrecen los salvajes escenarios naturales de la película dotan a la aventura de desgaste físico y extenuación de las fuerzas de nuestros famélicos cristianos. El viaje del padre Rodrigues, cuyo mundo interior se nos expone mediante cuantiosas pero hipnóticas locuciones en off, es rico y polémico con respecto a las expectativas de la introducción, e implica a la audiencia con él. Y el uso de iconografía cristiana, pese a sutil y escaso, es sugerente y muy acertado, en una película que pese a su evidente cristiandad no se siente panfletaria y deja lugar al posicionamiento de cada espectador, lo que un fanático puede entender como una ambiguedad incómoda pero que para los demás ofrece un modo muy sano y humano de enfocar la fe y el tratamiento de la misma.
Puestos a filmar en Japón con intérpretes nipones (muchos de ellos con un sorprendente dominio del inglés) dando vida a personajes japoneses, no deja de chirriar que los jesuitas portugueses sean interpretados por norteamericanos con nulo acento luso (se comprende la necesidad de esta decisión de casting por motivos de recaudación en taquilla, que se muestra errada particularmente en el caso de Garfield, que pese a esforzarse cuanto puede se siente fuera de sitio). El hecho de extenderse durante casi tres horas de metraje para desarrollar un relato temáticamente tan reiterativo con un ritmo tan trémulo sin duda será una rémora para muchos espectadores. Y si bien el filme da trabajo al cerebro y agrada, nunca maravilla, y más allá de la consolidación del viaje moral no hay un crescendo dramático para el espectador, sino una continuación alargada de una idea planteada desde el inicio, ofreciendo una experiencia continuista y monocorde por ello.
Silencio es una película imperfecta pero filmada desde la sabiduría y la experiencia, que da lugar a la reflexión y permanece en la cabeza días después. Sin llegar a cotas revolucionarias, las implicaciones temáticas que alcanza la transforman en otra de las grandes obras de Scorsese. 8/10
Comentarios
Suficiente para que entren ganas de verla.Genial resumen de tan extensa película.