Domingo fresco en Valladolid y, con él, segunda y última jornada de mi reducida pero intensa cobertura de la 66º Seminci del 2021, en su día 2. Y la presente ofreció una provechosa selección de valioso y heterogéneo cine, con refrescantes sorpresas, personales derivas, poderosas confirmaciones y singulares incursiones genéricas. Un día, a su vez, rico en tipologías y formatos, pues hubo tanto largometrajes como cortometrajes, propuestas de diferentes continentes e incluso presencia de documental. Pero concretemos con detalle el 66 SEMINCI 2021 Día 2.
A las 9 de la mañana se dio el pistoletazo de salida al domingo con una peculiar doble sesión en el Teatro Calderón. En primer lugar, se proyectó el cortometraje español animado The windshield wiper, dirigido por un Alberto Mielgo que ya dejó su impronta en uno de los mejores episodios de la serie animada de Netflix Love, death & robots. Un evocador trabajo de estética apabullante que ofrece una fría y crítica mirada al desangelado universo de la comercialización digital del amor y el deseo sexual en una realidad contemporánea de urbes, neones e individuos con cada vez más miedo para abandonar su soledad. Hiper-estímulo y desconexión en un mañana que ya es hoy y que tal vez pueda considerarse frívolo, o efectista en su uso de la música, pero pese a todo un trabajo impactante. Y a continuación se pudo ver el que para un servidor fue el trabajo menos logrado del fin de semana pero, a su vez, el que se hizo con la espiga de oro: la india The last film show, dirigida por Pan Nalin. Un dulce homenaje al oficio y al fenómeno cultural que es el cine a través de la figura de un joven y apasionado cinéfilo que cae prendado de la magia del séptimo arte en el entorno mas insospechado. Una reivindicación de la experiencia comunitaria del visionado en sala de cine a través de un regreso a los orígenes artesanos de la bobina, el fotoquímico y el ansia de soñar. Un niño que comienza a crear imágenes con las precarias herramientas que tiene a su disposición en un tierno drama familiar de marcado didactismo, muy adecuado para el visionado de espectadores infantiles. Una película que encuentra en un par de secuencias sobre la naturaleza física de los materiales metálicos con los que se fabrican película o cámaras, y el destino utilitario que tienen estos cuando se pierde la ilusión por narrar, sus momentos mas atractivos. Un trabajo tan entrañable como, en última instancia, de escaso interés a nivel audiovisual, así como simple en sus carices tonales. Un viaje melifluo de provocación emocional burda, que a través de la música o los diálogos busca las emociones más fáciles del espectador mediante la ñoñería y la convención. Una mas de tantas películas que opte por llevarte de la mano y acomodarte en una colcha de sensaciones reconfortantes, temerosa de que puedas abandonar la proyección con reflexiones desasosegantes. Tributo al cine, similar en rasgos argumentales a la reciente Un segundo, tan curioso como limitado.
Inmediatamente después se prosiguió en el mismo teatro con otra doble sesión de la Sección Oficial. Para abrir boca, el perturbador y algo decepcionante cortometraje animado The hangman at home de Michelle y Uri Kranot. Un ejercicio de atractiva estética de animación de trazo pictórico borroso que trabaja con estampas paralelas de desolación. Un relato crítico con la devastación social y humana de la guerra que encuentra en su atmósfera desasosegante y su tono de desconcierto en perpetua interrupción sus mayores fortalezas. Una propuesta concentrada, abstracta y de encomiable artesanía que, lamentablemente, diluye su impacto e imposibilita la conexión emocional con su obtusa narración. Acto seguido se proyectó una de las películas más aplaudidas de la Sección Oficial del pasado Festival de Venecia: el nuevo trabajo del veterano guionista y realizador Paul Schrader, El contador de cartas, protagonizada por Oscar Isaac. Uno de esos ejemplos de clasicismo cinematográfico tan vigente en sus temas como regenerador en sus formas. Como ya ocurriera en El Reverendo, un drama de influencia bressoniana sobre la culpa y la depuración emocional. Un aspirante y sensual estudio de personaje, en el que un atormentado y elegante antihéroe encontrará la redención de los pecados de su pasado que le persiguen a través del póker. Una mirada crítica y amarga a la América de principios de Siglo XXI con su carga de dolor por la vergonzosa guerra de Irak que sin embargo, y pese a la sordidez de sus vidas, da a sus heridos personajes esperanza y posibilidad de recuperación. Un trabajo de atmósfera embriagadora, denso, que sabe a bourbon y huele a puro. Ascetismo, diario escrito y soledad introspectiva en los indeseables mundos de la banalidad y el brillo del casino. Un poderoso y perturbador drama de equilibrado guion pero, ante todo, elegante pero deliciosamente concentrada puesta en escena: incisivos travellings de acercamiento, encuadres sabiamente construidos y mantenidos fijos, seguimientos laterales con acuarios en primer término, cámaras que se alzan emancipadas a los cielos…envolvente banda sonora, carismáticos personajes, trabajo sobresaliente de Isaac e hipnótica banda sonora en un viaje que resulta perturbador en todo momento pese a ser explícito en su violencia tan sólo de manera intermitente, deleitándonos incluso con una magistral elipsis en fuera de campo. La mejor película del 2021.
A las 16:00, tras una copiosa comida de confusa y problemática cuenta, fue el turno de visitar por vez primera la Sala Fundos para una doble sesión de Punto de encuentro, la segunda sección en importancia del festival, dedicada a películas de debutantes. Primero se proyectó el cortometraje luso Luz de presencia, de Diogo Costa Amarante. Un ejercicio pequeño, lírico y misterioso que traza un vínculo afectivo entre dos personas que no terminan por adaptarse a su realidad. Un cortometraje de refinado acabado visual que propone interesantes y evocadoras decisiones de encuadre, pero en el que su deliberada extravagancia narrativa juega en contra. Y le siguió el largometraje chileno Mis hermanos sueñan despiertos, drama inspirado en hechos reales dirigido por Claudia Huaiquimilla y presentado por vez primera en el pasado Festival de Locarno. Una emotiva inmersión en las dinámicas de un grupo de jóvenes carcelarios que, aún con sus carencias, resultó ser la mayor sorpresa del festival, respetuosa en su acercamiento al tema de origen y precisa e incisiva en la presentación de su denuncia. Un ejercicio costumbrista que nos permite conocer a la perfección a los actores, procedimientos y rutinas de ese universo entre rejas que se convierte para los personajes y para nosotros en el único mundo posible. Ofrece un clímax potente en su uso expresivo del sonido y la música, pero por lo demás bien es cierto que propone un discurso visual un tanto limitado, en el que se evidencian algunas carencias técnicas, así como un trabajo interpretativo que varía en convicción dependiendo de cada muchacho, si bien es cierto que la química entre todos ellos está realmente conseguida. Un trabajo convincente.
A las 19:00 nos dirigimos a una nueva doble sesión para prensa de la Sección Oficial en el indeseable Teatro Cervantes. Para abrir boca, el hilarante cortometraje animado Mauvaises herbes, de Claude Cotlier. Apenas un breve sketch, pero desternillante. Dos enemigos enfrentados sin darse tregua, avasallándose mutuamente con un arsenal de recursos satíricos sin poder abandonar las cercanas posiciones en las que se encuentran anclados. Una propuesta que aprovecha las posibilidades expresivas de deformación y abstracción plástica, conjurando humor físico desde la onomatopeya y la caricatura. Sencillo pero eficaz. Y el largometraje que acompañó a la sesión fue el trabajo iraní (otro más, efectivamente) Jadde Khaki/Hit the road, ópera prima de Panah Panahi, hijo del admirado Jafar Panahi, que vio la luz en la Quincena de realizadores del pasado Festival de Cannes. Un experimento genérico tan extravagante como coherente y de sorprendente poso reflexivo, ganando en las horas posteriores de recapacitación pese a un visionado ya de por sí convincente. Cómica road-movie familiar trazada sobre la convulsa realidad persa con ácidas e ingeniosas derivas de humor negro. Un perfecto ejemplo de como en el cine puede ser mucho más poderoso sugerir que exhibir, encontrando sus elementos más poderosos en todas aquellas secuencias que nos permiten intuir la tragedia en la que está pronto a sumergirse el hijo mayor de la pareja, pero dejándolo siempre en un subtexto apartado del discurso explícito. Convincente acabado visual de planos generales y seguimientos técnicamente ambiciosos, con algún que otro paréntesis de abstracción sorprendente, que ante todo funciona en el retrato de su familia protagonista y en el dibujo de sus dinámicas satíricas. Película un tanto desconcertante que se pierde en dilatados momentos de su pausado desarrollo, pero que sin duda propone una vía narrativa diferente dentro del cine persa.
Y se acabaron las proyecciones a las 22:00, de nuevo en el Cervantes, con la quinta doble sesión del día, esta vez entroncada dentro de Tiempo de Historia, la sección de documentales del festival. Primero, el cortometraje documental alemán Your street, de Güzin Kar. Un ejemplo muy didáctico para indicar la posibilidad de crear un discurso profundo desde el mero uso de planos recurso. Un crítico documental sobre tragedia histórica a partir de imágenes de espacios vacíos, que bien podríamos considerar no lugares, escenarios de tránsito. Pero pronto queda evidenciado que son paisajes que resuena, habitados por presencias intangibles, donde permanece sedimentado el dolor. Vergonzosas masacres calladas que quedan homenajeadas en lugares sin relato, acompañado todo ello de una atinada voz en off que reflexiona, siempre de manera indirecta, sobre ese desgarro invocado. Sumamente interesante. Y segundo, el largometraje documental alemán North by current, de Angelo Madsen Minax, el cual vio la luz en la sección Panorama del Festival de Berlín del 2021. Un documental de conmovedora intimidad en la que al menos no debemos dejar de agradecer a su cineasta responsable que nos haya ofrecido un ejercicio de confrontación con sus fantasmas que sin duda debe haber sido para él tan catártico como exigente. Un retrato convulso, libre e inmersivo en una familia de disfuncionales hábitos y conductos para sanar las heridas de una pérdida. Un trabajo extensivo que bascula de manera orgánica entre el material de archivo y la grabación en tiempo presente, que acierta en su soberbia muestra de empatía. Analiza la figura del director, de fluida identidad de género, y aprovecha este no para demonizarla, sino para replantearse su relación con ella. Su libertad estructural se desarrolla desde una cierta querencia por el conformismo, y si bien apenas tenemos reiteraciones el documental bien podría haberse reducido en metraje. Pero aún con sus carencias, un humano relato audiovisual con destreza para implicar, muy diferente al resto de películas que pude ver en la Seminci.
Y tras esta solitaria pero emotiva proyección, y con un concentrado e insuficiente reparto de horas de sueño, llegó el momento de despedirse de un regreso vallisoletano que supuso la recuperación de unos hábitos cinéfilos que habían quedado detenidos desde los tiempos previos a la pandemia. Es procedente considerar que el festival debería emprender un ejercicio consciente por volver a definir una identidad propia que tiempo ha que quedó diluida, mutado en una suerte de videoclub de temáticas sociales para avanzar películas previamente asentadas, pero la programación de esta edición mostró un mayor acierto que en mi anterior visita, así como un esfuerzo claro por preservar provechosos vínculos con variadas geografías. Pese a todo, una etapa señera y reconfortante para la cinefilia española que seguramente volverá a saber de nosotros en el futuro.