Se abría un último tercio del festival más liberado en cantidad de películas y más escaso en energía y lucidez analítica, pero lleno de sorpresas, confirmaciones y nuevas voces. Una jornada para contrastar el estado de forma del cine latinoamericano, el buen criterio de los cineastas asiáticos y un claro paso adelante para uno de nuestros cineastas patrios. Pero seamos más concretos.
La jornada abrió, tras una serie de cambios de última hora en el cuadrante provocados por amargos desencuentros con el sistema de recogida de entradas virtual del festival, con una de mis pocas (mi mayor remordimiento del festival) incursiones en la sección de Nuevos Directores: la colombiana La roya, ópera prima de Juan Sebastián Mesa. Jorge es un joven fornido y calmado que trabaja duro en el campo, acostumbrado a una rutina serena en un fascinante entorno natural. Es el único de su promoción que no abandonó el pueblo para ir a estudiar a la ciudad. Se acercan las fiestas populares, y sus antiguos amigos volverán para celebrar, entre ellos su ex-pareja. Lo que debiera ser motivo de regocijo tornará en las próximas jornadas en motivo de inestabilidad y quietud. Un pequeño y contenido drama con maneras fílmicas prometedoras para el futuro y mucho respeto a la hora de retratar una comunidad rural con rasgos identitarios propios y atmósfera costumbrista tan pausada como difícil de reproducir en toda su dimensión. Un trabajo que brilla sobre todo a nivel de puesta en escena, aprovechando al máximo el potencial expresivo del formato panorámico en sus tomas angulares, recogiendo la frondosidad de la selva en largas y ambiciosas tomas con desplazamientos de cámara exigentes. La selva hace las veces de personaje determinante para cimentar, con sus sonidos, el tono introspectivo de la cinta. Interesante a la vez el retrato de Jorge, muchacho expresivo en sus mirada y en la utilización física de su cuerpo pero reservado y ambiguo, al que el filme procura que nunca conozcamos del todo. Bien es cierto que su trama resulta simple y confusa, nunca se produce una catarsis emocional que se apunta en la conclusión y el resultado final es a todas luces escaso, frugal, que además acaba demasiado pronto. Aún con eso, una película algo intrascendente pero que permite intuir a un buen realizador.
Pocas horas después fue el turno de uno de los platos fuertes de Horizontes latinos: La caja, segunda película de Lorenzo Vigas presentada recientemente en el Festival de Venecia, dónde ganó el León de Oro hace un lustro con Desde allá. Un muchacho desea hacerse con los restos de su padre. Mientras se le permite acceder a esta caja, empezará a colaborar como mano derecha del despiadado jefe de una empresa textil en un desértico valle mexicano donde la violencia coexiste larvada. Un drama de supervivencia con viaje de madurez en su núcleo y una tensa relación de miedo y amistad equilibradas entre el muchacho y el capataz de esta empresa, un chapucero mafioso a pequeña escala igualmente despiadado. Una crítica de las terribles condiciones de vida de muchos ambientes mexicanos tan desoladora como sabiamente callada. Un thriller de migración que atesora una encomiable madurez cinematográfica. El paisaje indómito se filma con amplitud, permitiendo que sirva de escenario, de apoyo tonal de sordidez y de personaje secundario a merced también de la violencia cotidiana. Un acierto también su tono de pausa enrarecida. Que nunca se entrega al morbo o al tremendismo, y en la que la violencia siempre está implícita. Y cuando estalla, se filma con tacto y respeto. Una película pequeña, pero de mucha valía cinematográfica.
A primera hora de la tarde, en una afortunada decisión de rebote, me aventuré a descubrir uno de los títulos más vivos de la Sección Oficial: Quién lo impide, primer trabajo documental del joven realizador independiente Jonás Trueba. Un grupo de jóvenes nacidos en los inicios de los 2000 se adentran en los primeros pasos del cambio a la edad adulta con ilusiones, dudas, pasiones y ganas de expresar su voz en su propio camino. Días de celebración, descubrimiento personal, amoríos y viajes en grupo. Cuando parece que llegaba el momento de empezar a vivir, una inesperada pandemia mundial puso sus vidas en pausa. Un mosaico documental expandido durante varios años de la generación extraviada, de la juventud de la desesperanza. Un monumental proyecto que busca dar voz a las promesas del ahora, y los llamados a heredar un mundo en compleja descomposición. Un sensible trabajo que da libertad y foco a estos jóvenes y que construye su ambicioso relato audiovisual con empatía, calma y reflexión. Todo sea dicho, un enorme paso adelante en la carrera fílmica de Jonás Trueba. Un ejercicio de montaje lúcido y calibrado, que compacta tres horas y media sobradamente justificadas que nunca pesan en tres partes coherentemente diferenciadas por estructura argumental separadas por unos intervalos bien integrados. Lo mejor con lo que cuenta la película es el carisma y personalidad de sus personajes, y cuando mas se eleva es cuando se limita a observarles y permitir que se explayen, bien debatiendo sobre política, bien de fiesta por Andalucía. Inevitablemente, la película incurre en algunos de los vicios comunes del cine del madrileño: contiene secuencias engoladas y situaciones ñoñas y estereotípicas. Toda ella rezuma mucha complacencia, y sus líneas de diálogo tienden por momentos regodeos reflexivos pedantes. Y siempre he sido de la opinión de que una temática naturalista y una aproximación atada a la realidad no te exime de una factura técnica mediocre en sus primeros compases. No es redondo, pero nos hallamos ante un bello y sentido filme que sin duda recomiendo.
El día se cerró con una de las propuestas más desconocidas de la sección Zabaltegi: la japonesa Haruharasan no uta, trabajo de Kyoshi Sugita que se hizo con el Grand Prix y el Premio del Público en el pasado festival FIDMarseille. La solitaria e introvertida Sachi comienza en un nuevo trabajo en una cafetería refinada y tranquila. Se instala en un nuevo apartamento y hace por adaptarse a nuevas amistades y a las liturgias propias del consumo atento de esta bebida para superar un trauma reciente del que desea huir. Sin embargo, el recuerdo hallará su espacio en este pacífico entorno, e imágenes de lo extraviado se encarnarán recurrentemente ante sus ojos. Un elegante, delicado y sabio filme sobre la vida de los espacios pequeños, las nuevas amistades como terapia emocional y la integración de reminiscencias visuales para retratar la reconciliación con la pérdida. Un drama pacífico y contemplativo aderezado de una evocadora aura fantasmal. Una película que conmueve especialmente en su atención hacia pequeños gestos, tales como la liturgia ceremoniosa de las tacitas convenientes para el café o la interpretación de melodías con una flauta dulce. Una película que equilibra sus modestias técnicas en su fotografía con un refinado sentido del encuadre. Uno de esos trabajos de escasas acciones y tempo muy pausado que desespera al espectador y hace las delicias de la crítica especializada más cerebral. A partir de este punto, procede que sea sincero. Por ímprobos esfuerzos que haga uno, un organismo humano resiste a siete días de cuatro o más películas por jornada y noches de cinco horas de sueño hasta cierto punto. En algún momento nos venimos abajo y Morfeo nos atrapa sin remedio. Hay películas desafortunadas que sufren las consecuencias, y esta fue una de ellas. Por lo tanto, no procede que intente formar un juicio concluyente. Pues, hasta cierto punto, es como si no la hubiera visto. Sólo presencié conscientemente algunos fragmentos.
Un día de relatos humanos en dimensiones reducidas que detenían la mirada en ambientes con personalidades marcadas, y que además recogía en pantalla una sensibilidad generacional aun poco presente en nuestros discursos cinematográficos. Un preámbulo de un cierre más diluido en intensidad pero con ideas y tacto para encontrar historias humanas en ecosistemas disfuncionales. Seguimos.
Comentarios
Néstor se pasó de LA RAYA viendo películas festivaleras, pisando alfombras rojas y quemándose las pestañas con tanto chisporroteo de celuloide, ópera prima y cine asiático . Claro, llegó Morfeo, QUIÉN LO IMPIDE y LA CAJA sin hacer: jonás de los jonases. Con el guaperas de Kyoshi Sugita y su HURUHARASAN NO UTA fue el acabose. The End