Tras un año de ausencia de precaución por COVID este septiembre se va a producir un ansiado regreso, el reencuentro con uno de los lugares más queridos en el proceso de formación de mi cinefilia: el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Un año que ya se abre más al público y a los acreditados si bien preserva las medidas de precaución y cautela por la pandemia en un curso que nos permitirá vislumbrar los primeros pasos del cine pos-pandemia. Una programación cargada llena de incógnitas, tipologías narrativas y geografías variadas y títulos poderosos que o bien han marcado el rumbo en festivales previos o jugarán un rol predominante en los próximos meses. Diez días cargados de cine sobre los que os hablaremos en la web. Comenzamos.
Se presentó en Sección Oficial la que está llamada a jugar un papel relevante en el panorama patrio de estrenos de otoño: Maixabel, trabajo basado en hechos reales dirigido por la contrastada Icíar Bollaín. Un drama que explora las consecuencias que ha provocado una década después el asesinato de Juan María Jaúregui a manos de ETA tanto en su viuda como en sus ejecutores. Un trabajo sobrio, afectado y respetuoso sobre el duelo, la culpa y, mal que le pese al entorno, el perdón. Una oda a la reconciliación y al recurso a la palabra para sanar heridas y apartar remordimientos. Un drama comprometido con la memoria que no tendrá difícil hacer las delicias del público y tener una presencia relevante en los próximos Premios Goya. Sumamente solvente en su apartado interpretativo, y en lo que a la realización se refiere se mueve en unas coordenadas funcionales pero elegantes, con una planificación no demasiado creativa pero ejecutada con criterio, con encuadres y movimientos de cámara medidos y refinados. Cuenta con dos escenas de encuentros como gran virtud, en la que sus intérpretes dan el resto. El gran problema del conjunto es el enfoque, la perspectiva desde la que se construye el relato. La postura que toma el guion. Se trata de una película demasiado hablada, extremadamente insistente, que insiste en explicarse a sí misma. Es uno de tantos trabajos que nunca pierde la oportunidad de delimitar el recorrido emocional que debes seguir como espectador. A nivel político tampoco acaba de implicarse o profundizar, decántandose por una postura social tan correcta como blanca. Filme que cumple con creces dentro de las coordenadas que se plantea, pero en el que no podemos evitar echar en falta un mayor riesgo, mas desafíos para el espectador.
La Sección Oficial se inauguró con una doble sesión. En primer lugar, se proyectó el cortometraje documental Rosa Rosae, dirigido por Carlos Saura. Una narración fotográfica construida a partir de dibujos acompañada de un cántico de combate como homenaje a las víctimas de la Guerra Civil. Un ejercicio sentido y respetuoso, pero bastante limitado en su alcance expresivo y en su discurso visual. La acompañaba Yi miao Zhong, el nuevo trabajo del maestro Zhang Yimou. Un convicto y una muchacha se buscan y persiguen por entornos desérticos para hacerse con un rollo de celuloide, parte integral de las proyecciones mensuales que hacen las delicias de los humildes habitantes de las aldeas de la región. Tierno drama que representa desde la literalidad hasta lo metafórico los diferentes rasgos y significados que guarda la esencia de la proyección cinematográfica: su condición de evento de celebración, de acontecimiento de congregación social, de adoctrinamiento político…y, en el caso de nuestro protagonista, de desesperada vía de encuentro con su hija. Una aventura que pretende de manera nada velada reivindicar la importancia social y cultural de la experiencia cinematográfica en un momento de radicales cambios en nuestros hábitos de consumo e industrialización de la imagen, que tiende de manera inevitable hacia el individualismo extremo. Varias de las virtudes del cine del xi’anés están presentes aquí, tales como su lírico uso de la música o su elocuencia visual, trufando a lo largo del metraje imágenes ricas en significado. Más pronto que tarde la implicación emocional con los personajes es inevitable, y su elección de conductas y hábitos de los pueblerinos se muestra acertada para retratarles en toda su dimensión. También es cierto que hablamos de una película complaciente, con un calado textual no tan profundo cómo desea aparentar. Tan evidente por momentos como meliflua y narrativamente estanca. Pese a todo, hablamos de una inauguración muy estimable.
También en Sección Oficial se presentó el segundo largometraje de Lucile Hadzihalilovic: la adaptación literaria Earwig, filme británico que representa una de las pocas propuestas de cine de género de la competición. Un hombre aplicado perturbado por dolores y recuerdos es responsable de la tutela de una niña de fisiología fantástica, a la que mantiene con un cuidado obsesivo de higiene y alimentación en una casa con las ventanas tapiadas. Cuando recibe la noticia de que pronto deberá dejarla partir, se vendrán unos días de angustia, tormento psicológico y conexiones inesperadas entre diversas figuras femeninas. Un filme enigmático y árido, de marcado y hostil dispositivo que no da un respiro ni un descanso al espectador. Una película única, de personalidad marcada y caminos propios, que supone un visionado exigente, cuyo esfuerzo sin duda provocará el rechazo de muchos espectadores. Una cinta formalmente impecable, de encuadres trabajados y fotografía de claroscuros muy contrastados, dando lugar a un trabajo ocre y mortecino, un largometraje tan oscuro como permanentemente incómodo (la presencia de sustancias viscosos y sonidos desagradables es permanente). De ritmo trémulo y trama ambigua, ninguna pregunta recibe una repuesta clara (podemos atrevernos a reflexionar sobre los asépticos y despiadados procesos de instrucción y cuidado sanitario sobre mujeres de distintas generaciones). Película fascinante, cinematográficamente rica, pero en última instancia fallida. Sus recursos para epatar devienen muchas veces gratuitos, algunas situaciones resultan toscas y la recompensa emocional o expresiva no es tan considerable para compensar el esfuerzo que supone intentar descifrarla. Pese a todo, siempre serán preferibles experimentos como este que compactas medianías.
Comencé mi periplo por Perlas con uno de los títulos más aplaudidos del pasado Festival de Venecia: Las ilusiones perdidas, adaptación de la novela homónima de Honoré de Balzac dirigida por Xavier Giannoli. El joven Lucien desea encontrar su espacio como poeta en la París del Siglo XIX. Para poder ser reconocido en el panorama periodístico seguirá el juego de diferentes editores y mecenas, entrando en un vicioso juego de ambiciones y tratos comerciales en la sombra que le cambiará siempre. Un drama frenético de luchas de poder desenfrenadas en los entornos podridos de la prensa interesada con medios de producción de alto nivel y reparto de talentos en plena forma del cine francés. Relato de ascenso raudo al cielo y desplome a los infiernos de una cámara en perpetuo acompañamiento hacia delante y juguetona voz en off intrusiva e implicada en la trama que, sorprendentemente, es uno de sus grandes aciertos. Una muy lograda y recomendable película que hace las veces de tragedia scorsesiana a la francesa, ambientada en una Francia cortesana que desnuda con inquina y utiliza como terreno de juego para analogías nada veladas sobre nuestra contemporaneidad de fake news e integridad periodística en entredicho, con divertidas críticas al ejercicio de los críticos tan pertinentes para la literatura como para el cine. Es cierto que es una película de extenso metraje que va pesando superado el ecuador, su tipología de relato la hemos visto mucho y ni el transcurso narrativo ni la personalidad formal sorprenden ni fascinan (argumentos, no en vano, burlados en el propio filme). Aún con eso, una más que atractiva película que se erige como uno de los títulos más atractivos de este inicio del festival.
Y clausuramos la jornada con uno de los títulos más esperados de toda la programación del festival: la flamante ganadora de la Palma de Oro de Cannes Titane, segundo largo de Julia Ducournau incluida en la sección Perlas. La joven Alessia, unida desde niña a implantes de titanio debido a un accidente de tráfico, trabaja como bailarina nocturna sobre coches, con los que mantiene una estrecha relación. Atormentada por un clima familiar tenso, emprenderá un viaje insospechado en busca de alguien que la quiera de verdad. Un drama con apuntes de cine de género sobre dos inadaptados faltos de compañía que mantienen disfuncionales y conflictivas relaciones con sus propios cuerpos. De nuevo vuelve Ducournau a su obsesión por la carne, en una película eminentemente posmoderna llena de referencias que van desde Cronenberg hasta Tarantino pero capaz a su vez de encontrar voz propia. Una película intensa, estridente, violenta y explícita, realizada con fuerza y estilo, sorprendente en su rareza y bañada de secuencias de interés. Pero es también una decepción clara, una propuesta descompensada y errática, mucho más empeñada en impactar que en definir su propia naturaleza. De un terror más físico deriva a unas coordenadas de drama familiar melifluo que tornan simplistas, y muchas de sus decisiones no parecen seguir otro objetivo que el desagrado mismo. Incluso una de las ideas más rompedoras del filme, relacionadas con el cuerpo de su protagonista y que no desvelaremos, no acaba de fructificar de la manera más óptima. Pese a todo, un filme interesante, pero al que la Palma de Oro le viene grande.
Un primer día suave pero atractivo, de riesgos, homenajes, críticas y decepciones. Más liberado en proyecciones que muchos que vendrán, pero lo suficientemente servido como para hacer las veces de notable manera de abrir boca. Seguimos informando.
Comentarios
Untertreibung es el antónimo alemán de Übertreibung (exageración) y expresa que alguien se queda corto en la valoración. Concluir el artículo calificando de «suave» el primer día de Festival en el que Néstor se ha metido al cuerpo cuatro pelìculas es una mayúscula Untertreibung. Néstor, ¿no comes?
Con cuatro películas hay tiempo de sobra para comer.